El muro sobre el Río Grande

Rio Grande city

¿Dónde se empezará a construir la gran muralla de Donald Trump? Nadie sabe. Ni tan siquiera el flamante presidente de Estados Unidos. La orden ejecutiva firmada por Trump el pasado miércoles se limita a hablar de una “barrera infranqueable” entre EE.UU y México sin decir ni con qué presupuesto ni en qué lugar.

Pero hay muchos motivos para pensar que el primer –quizás el único- tramo del muro se va a construir aquí en el valle del Rio Grande que baja, verde y caudaloso en el mes de enero, por el sur de Texas hacia su desembocadura en el Golfo de México

Quizás la barrera de hormigón de hasta 13 metros se levantará en Roma, un pequeño pueblo fundado a mediados del siglo XVII por el español José Escandon, donde taparía la vista para los miles de ornitólogos que vienen en invierno para contemplar los reyes pescadores, águilas pescadores, o las urracas que, al atardecer, sobrevuelan la frontera ya en vías de militarización en espectaculares bandadas negras.

O tal vez se construirá en Los Ebanos donde el viejo ferry transporta tres o cuatro coches cada hora de un lado de la frontera a otro mediante una cuerda atada a ambas orillas. O en Rio Grande City al lado del puente internacional donde ni los agentes de la patrulla fronteriza – encantados eso sí por el nuevo plan  de añadir 5.000 agentes más a los 20.000 que recorren la frontera- ven el sentido del muro. “¿Un muro aquí? Ni idea. Seremos los últimos en enterarnos”, se lamentó una agente.

Un muro con marca Trump aquí creará también un elevado peligro de  inundaciones ya que para el imprevisible Rio Grande, un muro no deja de ser un dique. Si solo se construye en la orilla estadounidense, las poblaciones más expuestas serán los municipios mexicanos como Miguel Alemán y Camargo o incuso Reynosa, ciudad gemela de McAllen, la ciudad más grande del valle. La advertencia puede leerse en una placa de bronce justo después de cruzar a México en el puente fronterizo de Rio Grande City: “En agradecimiento por el apoyo prestado a las víctimas de las inundaciones tras el Huracan Beulah, septiembre 1967”

Cuesta encontrar a alguien en el sur de Texas que vea el sentido de construir un muro. Pocos mexicanos  cruzan ya y la entrada de miles de familias y niños centroamericanas que huyen la violencia  constituye refugiados con derecho al asilo político, muchos de los cuales entran por los puentes. “La gente aquí no está opuesta a la seguridad fronteriza pero un muro no serviría; hay otros sistemas mas tecnológicos; y además el muro da un mensaje muy equivocado a los muchos mexicanos que vienen de Monterrey para hacer compras”, dijo en una entrevista Jim Darling, el alcalde de McAllen. “Los residentes no estamos conformes;  ya no vendrán los turistas”, sentenció  Elizar Sáenz de 74 años, que barría las hojas a escasos metros la oficina de turismo de Roma donde se explica la importancia del pasillo a de la naturaleza. “Solo quedan 50 ejemplares del ocelote (un pequeño jaguar) en el sur de Texas y ellos necesitan estar conectados a la población mexicana”, se informó. tan siquiera los residentes de las comunidades de obreros jubilados procedentes del cinturón oxidado del norte, parecían querer un muro.  “Nosotros pescamos en el pantano y a veces cruzamos al lado mexicano; ¿cómo se va a construir un muro aquí? ¿Y por qué? Los mexicanos donde vivo yo trabajan en los mataderos; nadie más quiere hacer eso”, dijo “Beef” Arnold de 75 años, ingeneiro químico jubilado de Iowa, que pasa los inviernos aquí. A escala nacional, según los últimas sondeos de Pew, solo el 37% de los estadounidenses quieren un muro, cinco puntos mensos que antes de la campaña electoral

Nadie le ve el sentido pero el muro debe construirse. “Si Trump va a presentarse a la  reelección en 2020, tendrá que construir una parte del muro ya”, dice David Jones, analista político de la Universidad Rice en Houston.  “Bastarán 30 o 50 kilómetros en una zona relativamente poblada y lo hará donde ocasione menos problemas con los propietarios porque sí  quitas tierra de un ranchero no va a quedar nada bien en la tele; así que  podría ser San Diego, pero lo más probable es el sur de Texas”.

Texas tiene una ventaja a Nueva México, Arizona y California, los otros estados fronterizos. Solo hay vallas o barreras en 177 kilómetros de la frontera texana que mide 1900 kilómetros. En cambio, hay 1000 kilómetros de muro en el resto de la frontera (1.300 kilómetros). El estado federal, bajo la presidencia de Roosevelt, no se atrevió a nacionalizar la franja de 18 metros en la frontera tal y como se hizo con los otros estados fronterizos porque había más población y más derechos de propiedad. Eso aun dificulta la construcción de barreras en otras partes de la frontera de Texas.

Pero en esos municipios del valle del Rio Grande el asunto ya está arreglado. Después de aprobarse la Ley de fronteras seguras en el 2006, se realizaron los preparativos y la compra forzosa de las tierras entre Los Ebanos y Roma. Entonces, la construcción tuvo que suspenderse porque La comisión Internacional de límites de agua, un organismo binacional que regula la gestión de los ríos fronterizos, advirtió del grave peligro de inundaciones en la orilla mexicana. Pero este último escollo acaba de ser allanado también. “Ahora Washington ha impuesto su criterio y pueden seguir adelante pese al riesgo de un desastre”, dijo Scott Nicol, que analiza la frontera para el grupo de defensa medioambiental, Sierra club. Es como si les dijeran a los mexicanos. “Vale. No os gusta. ¿Y qué vais a hacer?”

LA VANGUARDIA