Ricos y pobres

Los Países Bajos se llaman así porque una parte significativa de su territorio actual se encuentra situado a unos cuantos metros por debajo del nivel del mar. Con un complejo sistema de diques y esclusas, los holandeses transformaron un lugar pequeño, inhóspito y sin riquezas naturales en una de las naciones más prósperas, políticamente estables y socialmente tolerantes de Europa. De manera más o menos ininterrumpida, esto es así desde mediados del siglo XVII. Todo un récord. ¿Por qué los holandeses son ricos desde hace tantísimo tiempo? Erik Reinert (Oslo, 1949) analizaba hace apenas una década en ‘La globalización de la pobreza’ este caso paradigmático, constatando que no se ajusta a los dogmas clásicos de la economía. Uno de ellos se refiere, por supuesto, a la vieja dicotomía entre el ‘laisser-faire’ del libre comercio y el intervencionismo estatal. Es cierto que la prosperidad de los Países Bajos se inició en el contexto de la plena movilidad y permeabilidad comercial, pero también resulta innegable que los municipios holandeses fomentaron abiertamente la diversificación de sus actividades e impulsaron políticas fiscales redistributivas. En este sentido, Reinert opinaba que la vieja y contundente dicotomía entre un Estado «mínimo» y un Estado «máximo» obedece más a cuestiones ideológicas -por otra parte, ya superadas- no a argumentos racionales. No hay ninguna evidencia histórica documentada de que el ‘laisser-faire’ absoluto o bien la planificación estricta garanticen, a largo plazo y de manera inexorable, la prosperidad. El año 2017, escarmentados por la enorme golpe la crisis, ahí podemos poner la mano en el fuego.

El 1613, el napolitano Antonio Sierra explicaba la riqueza de Venecia como una consecuencia de la sinergia entre un gran número de actividades económicas fuertemente conectadas, algo que no pasaba en su Nápoles natal, mucho más rica en recursos naturales. Esta sinergia no es ninguna abstracción; volvamos al ejemplo de los Países Bajos. El ejército y la marina mercante holandesas del siglo XVII necesitaban lentes de precisión y otros artefactos necesarios para la navegación. El desarrollo de esta aportó nuevos recursos y experiencias a los expertos en óptica. Además, la cartografía naval contribuyó al desarrollo de las artes plásticas que, a su vez, aprovecharon las nuevas técnicas (la cámara oscura, etc.).

Y ahora veamos qué pasa con los países pobres. La primera constatación es que su problema no es, en un sentido estricto, la eficiencia: no hay ningún país occidental que pueda competir con ciertas zonas de Asia en la fabricación de balones de fútbol, ​​por ejemplo. A diferencia de otros casos, no se trata de productos de mala calidad. El problema radica, según Reinert, en que entre la producción de balones de fútbol, ​​la exportación de cocos, el turismo o la confección de tejidos no hay ningún tipo de relación coherente. Son actividades desconectadas, meramente concomitantes. Los éxitos económicos no se interrelacionan, ni tampoco suelen repercutir en el progreso de las ciencias y las artes: todo lo contrario de lo que ocurría en Delft o Venecia en el siglo XVII. Nada impide, sin embargo, que esta relación absurda e infructífera se pueda plantear de otra manera. He aquí la diferencia entre inercia y sinergia.

‘La globalización de la pobreza’ es un título que no se ajustaba exactamente a su contenido hace una década, en 2007. Esto es justamente lo que lo hace interesante hoy, a principios de 2017. El ensayo de Reinert aborda esta cuestión, claro, sobre todo al final del libro; pero el tema verdaderamente central es otro (aunque sospecho que enunciarlo en el título habría resultado disuasorio para muchos posibles lectores). Porque lo que hacía realmente Erik Reinert en dicho libro era dialogar con los autores de varios modelos de crecimiento económico, de Schumpeter a Moses Abramovitz, pasando por el ya mencionado Serra. Este diálogo se producía en un momento de vacas gordísimas, justo antes de la gran crisis de 2008. Sin embargo, no había ni una sola sílaba en todo el libro que aludiera a lo que acabaría pasando al cabo de poco tiempo… A la hora de analizar hechos pasados, la economía funciona; a la hora de preverlos, en cambio, no. El detallito es importante, ¿verdad?

EL TEMPS