Del culto a Lenin al horror de Stalin

Cien años después de su estallido, ¿ha quedado algo de la Revolución Rusa? ¿La Revolución y el arte que emergió son poco más que un anuncio icónicamente poderoso para vender vodka orgánico marca Tovaritch -el nombre parece una broma pero no lo es- a 32 euros la botella? ¿Se trata, pues, de pura propaganda? ¿Cuánto hay de tópico, desconocimiento y prejuicio en el arte de este período? Preguntas que también cuestionan el papel de los grandes museos, que llevan hasta el extremo la banalización de objetos y temas artísticos con el único objetivo de captar fondos para poder mantenerse. Sería el caso de la venta institucionalizada y desvergonzada hasta el paroxismo de la camiseta con la cara del Che Guevara.

Porque la Revolución Rusa y el arte del primer periodo vistos como un simple anuncio -del nuevo orden que surgía, no del vodka mencionado- podría ser la apresurada conclusión a la que el visitante de la Royal Academy of Arts, de Londres, llegara al salir a la tienda de la institución, una vez recorridas las diferentes salas que acogen la exposición ‘Revolución, arte ruso’, dedicada a la producción del periodo 1917-1932. Una exposición que se inaugura mañana en el centro de Picadilly, en el cogollo de la capital británica.

Con todo, y más allá del ‘merchandising’, el sustrato del relato es más enriquecedor y aporta alguna sorpresa destacable. El recorrido se inicia bajo un llamativo cartel, rojo y blanco, que, en alfabeto cirílico, proclama el famoso eslogan «Todo el poder para los soviets». O, lo que puede ser el mismo, todo el poder para los líderes. Así, la primera sala tiene espléndidos retratos de Lenin y Stalin a cargo de Isaak Brodski. Retratos casi religiosos, porque en ese momento lo que se impone es el culto a la nueva fe y a sus mesías, hundida y derribada la ortodoxa tradicional rusa y magnificado, por fin, el nuevo sujeto histórico: el proletariado

En cualquier caso, los dos grandes hombres de la Revolución aparecen como vértices, principio y final de un recorrido que abarca quince años. Final que, más allá de la pretendida utopía de Stalin, termina en pesadilla y horror, como muestra el vídeo en el que se proyectan de manera estremecedora las fichas de prisioneros políticos del estalinismo, la inmensa mayoría ejecutados.

El relato artístico del montaje, sin embargo, no es tan maniqueo como pretende la habitual visión dual del arte de la Revolución Rusa cuando se ve desde Occidente: por un lado, la abstracción audaz de los suprematistas y constructivistas (Kandinsky, Malevich, etcétera) de los primeros años (la visión positiva), frente a la figuración pesada y plúmbea del realismo socialista propio del estalinismo (la visión negativa).

Es innegable que ya a partir del 1924, al morir Lenin, se hacen aún más patentes los síntomas totalitarios. Se persigue, ‘de facto’, cualquier manifestación artística que la oficialidad considera poco adecuado para la Revolución y para la educación del proletariado. Se combate el desviacionismo y la disidencia. No es casual que el entusiasmo inicial revolucionario de los grandes nombres, o los más conocidos internacionalmente, desde Marc Chagall hasta Wassily Kandinsky o Kazimir Malevich, se transforme, en poco tiempo, en decepción y exilio en los dos primeros casos, y decepción y exilio interior, en el tercero.

Pero de acuerdo con John Milner, uno de los comisarios, la Royal Academy quiere «deshacer el enorme malentendido» que tiene su origen en la falta de información con respecto a algunos representantes «muy destacables» de la pintura del momento. Artistas que, con los patrones habituales, pueden ser considerados «sostenes del régimen».

Una de los grandes hallazgos es la sala entera dedicada a la obra de Kuzma Petrov-vodkin (1878-1939), que tuvo gran influencia en las generaciones posteriores y que, a pesar de su éxito durante los primeros años del estalinismo, a menudo fue criticado porque producía un arte «ajeno a las masas», no lo suficientemente ajustado al realismo que se impone progresivamente desde mediados de los años veinte del siglo pasado. Pintor figurativo de calidad excepcional, cabe mencionar la bellísima ‘Madonna de Petrogrado’ (1918) que allí se exhibe. «Es arte político de la Revolución pero que a la vez tiene las mismas virtudes que el arte religioso clásico, y que lo conecta con Giotto o Fra Angelico», según Milner. ‘Fantasía’, de 1925, en que un jinete mira con nostalgia hacia atrás mientras cabalga un caballo rojo, «expresa ya un cierto escepticismo sobre el progreso soviético», también añade Milner.

‘Revolución, arte ruso 1917-1932’ -que estará abierta hasta el 17 de abril- arranca de la revisión de una exposición que tuvo lugar en Leningrado en 1932, y que hacía compendio de lo que hasta entonces había producido el arte de los soviet . La de la Royal Academy está dividida temáticamente en áreas dedicadas a la industria, la agricultura, Rusia tradicional o el nuevo hombre y el nuevo orden de la Revolución. La presencia de obras muy significativas de la vanguardia que representan Chagall, Kandinsky o Malevich -con un amplio espacio dedicado a sus pinturas suprematistas- o fotografías de Aleksandr Ródchenko forman su núcleo central.

La elección, sin embargo, incluye piezas muy desiguales: cerámicas nada excepcionales o sencillos carteles de propaganda junto a los trabajos ya apuntados o de una reproducción de la Letatlin, una máquina voladora de Vladimir Tatlin que recuerda uno de los grandes diseños de Leonardo, y que aporta el punto de metáfora trágica al show: la trascendencia de la Revolución que nunca despegó, y que en 1932, con la exposición de Leningrado, marcó el punto final para la libertad creadora.

ARA