Trump, la UE y Frank Sinatra

El mundo está cambiando. Aceleradamente. ¿A mejor? ¿A peor? Pues como ocurre a menudo en la vida, el balance es ambivalente. En algunos aspectos las noticias son positivas. A pesar de la inevitable presencia de discursos negativos en tiempos de crisis, los datos muestran que vivimos en uno de los periodos más pacíficos de la historia -a pesar de la virulencia de conflictos como el sirio y el relacionado con el Estado islámico-; vivimos más años; enfermedades que eran mortales han dejado de serlo; la mortalidad infantil y la pobreza extrema del mundo se han reducido drásticamente en las últimas cuatro décadas (ambas un 75%); los índices de analfabetismo han pasado del 44% al 15%; la educación es más igualitaria por sexos; la sanidad es accesible a más población y es de mayor calidad; la homofobia está disminuyendo en los países desarrollados, y pese a que las desigualdades internas de estos países han aumentado en los últimos diez años, a escala global la pobreza extrema y las desigualdades se han reducido y el acceso a la tecnología ha aumentado espectacularmente en el siglo actual.

Sin embargo, hay también indicadores preocupantes. Las relaciones internacionales están experimentando cambios en las tendencias de futuro y han aparecido fenómenos que erosionan democracias muy consolidadas. Por un lado, y a pesar de que es obviamente muy temprano para hacer balances del «Make America great again» de Donald Trump -que desprecia incluso la OTAN y por supuesto la UE con la propuesta que Ted Malloch, un antieuropeo y antieuro declarado, sea el embajador en Bruselas-, el resultado podría ser que dentro de un tiempo Trump antes hubiera promocionado el «Make China and Russia great again», si finalmente pone en práctica las perspectivas conservadoras de más aislacionismo y proteccionismo (también en contra del acuerdo NAFTA norteamericano).

Por otro, la Unión Europea no atraviesa precisamente un periodo de optimismo. En los últimos años la Unión se ha debilitado y se ha empequeñecido. De hecho, hoy queda patente la contradicción que representaba querer profundizar los vínculos políticos entre los estados miembros de la UE y al mismo tiempo querer ampliar rápidamente el número de estados del club europeo (mencionar esta contradicción despertaba muchas críticas hace sólo quince años de algunos profetas del «europeísmo ingenuo», pero la realidad se ha ido imponiendo, más rápidamente a partir de la crisis que se inicia en 2007).

Hoy hay claras tendencias centrífugas en el seno de la UE que van más allá de las migraciones transnacionales: Brexit británico; fuerza creciente de opciones populistas de derechas antieuropeas en Francia, en Centroeuropa, en los países del Este y los países nórdicos; populismo de izquierdas, también antieuropeo, en países mediterráneos (Grecia, Italia), que erosiona las raíces políticas liberales de las democracias occidentales. En algunos estados estas opciones han llegado al gobierno (Polonia, Hungría), mientras crecen en este año electoral en Francia, Holanda y Alemania.

De este modo, siguiendo la estela del Reino Unido, están creciendo los actores políticos europeos partidarios de la llamada ‘doctrina Sinatra’, es decir, querer hacer las cosas ‘my way’, a su manera, más allá de las disposiciones europeas. La crisis económica y financiera ha profundizado la grieta del fracaso del proyecto de Tratado Constitucional (2005). Corren vientos de desagregación centrífuga. Y no se ve a las instituciones europeas ni a Alemania o Francia con suficiente fuerza para establecer proyectos centrípetos compensatorios. Europa está herida. Sigue siendo el lugar más confortable para vivir del planeta, pero se está convirtiendo en un balneario decadente, en un actor internacional cada vez más prescindible.

La paz llegó a Europa con la UE. Sólo por eso ya valía la pena el proyecto. Pero se han cometido errores importantes. Hoy hay consenso sobre la precipitación con que se implementó la moneda única (2001), así como sobre el elitismo de un proyecto de constitucionalización hecho de espaldas a buena parte de la ciudadanía europea (2004), o la pésima gestión de la crisis económica (desde 2008) y del tema de los refugiados (2016). Parece que se ha acabado el tiempo de hacer una Europa sin europeos.

En definitiva, no todo va a peor en el mundo. Los discursos catastrofistas no son muy racionales atendiendo a los datos. Sin embargo, las reglas internacionales de futuro cambiarán. La falta de proyecto y sobre todo de liderazgo europeo se ha convertido en una enfermedad crónica desde hace décadas. Los principios y valores del Tratado de la UE se están convirtiendo en papel mojado. En un mundo con unos Estados Unidos más abstraídos, y reforzadas Rusia y sobre todo China -primer acreedor de EEUU, con inversiones crecientes en el mundo y sin tropas en el exterior-, o bien la UE reacciona y deja de ser el modelo desesperanzado actual, aunque sólo sea por espíritu de supervivencia en un mundo globalizado que no controla, o nuestros hijos y nietos, en el mejor de los casos, verán el bienestar amenazado y la historia por el retrovisor.

ARA