Fontana, la película del siglo XX

«Los ricos han ganado la contrarrevolución», dice en una entrevista el historiador, que publica ‘El siglo de la revolución’, lúcido y realista análisis del mundo desde 1914

Josep Fontana i Lázaro (Barcelona, 1931) es uno de los ciudadanos de honor de la república de las letras, engendrado, amamantado y, casi, sepultado (por los bombardeos fascistas) en la librería familiar de la calle de los Boters de Ciutat Vella de Barcelona. Fontana es una biblioteca ambulante en una triple dimensión: como lector, editor y escritor. El historiador catalán vivo más influyente en la historiografía española ha pasado en esta última década -una vez despojado de la túnica y el birrete académico- del siglo XIX al XX y el XXI, de la historia económica a la historia política, del manual universitario al relato de alta divulgación. Nada nuevo: sigue el camino de sus maestros Jaume Vicens Vives (que pasó de ‘Fernando el Católico’ a ‘Industriales y políticos del XIX’ y al ensayo contundente de ‘Noticia de Cataluña’) y Pierre Vilar, que pasó de la ‘Cataluña dentro de la España moderna’ a ‘La Guerra Civil Española de 1936-1939’.

Ahora Fontana nos obsequia con otro libro de Historia universal, ‘El siglo de la Revolución. Una historia del mundo desde 1914’ (Crítica), de regusto enciclopédico, donde el motor sigue siendo la lucha de clases, por lo menos, la lucha entre la codicia (el dinero no fastidia) del 1% y la vida decente del 99% restante. Un libro que nace de una cultura escrita que no deja de ser, en resumidas cuentas, un homenaje permanente a su padre, que a los seis años le regaló los cinco primeros libros de su biblioteca y que, tras una larga vida, se han multiplicado por diez mil, de los cuales hizo una donación generosa de 35.000 a la UPF y 15.000 siguen rellenando las paredes y las habitaciones de su piso del Poble sec. Su padre, de seguro, estaría orgulloso.

 

Pregunta. Recuerdo de la época de estudiante un libro suyo de la colección «Ariel quincenal», titulado ‘Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX’ (1981), que leíamos con fruición. Era marxismo puro, por lo menos lo que pensábamos que era el marxismo. El título explicita muy bien la tesis: es la economía lo que determina el cambio político. Ahora parece que es al revés, son los factores políticos/ideológicos los fundamentos del cambio, ¿no?

Respuesta. Yo he sido un historiador económico, por decirlo de alguna manera, por razones burocráticas. A mí siempre me ha interesado la visión de una Historia que lo abrazara todo y, por tanto, también el poder político. Y lo que es fundamental: sólo a partir de la política se puede aspirar a recuperar una dinámica que vuelva a hacer posible los avances en la conquista de la libertad y la igualdad.

 

P. Historia política salpimentada de notas culturales y plena de datos económicos. Sin embargo, con ausencias muy importantes, como las referidas a la demografía, el cambio climático, la ciencia (tanto los cambios tecnológicos como la investigación biomédica), la religión, el papel de las mujeres…

R. Sí, me interesaba subrayar los cambios culturales, principalmente después de la Primera Guerra Mundial y los de la década de los sesenta, que me parecen de una trascendencia extraordinaria. Del cambio climático y su impacto demográfico hablo en los últimos capítulos, cuando hago referencia a la explosión demográfica africana. El año 2100 Nigeria tendrá más habitantes que Europa y los flujos migratorios serán inevitables. Las ausencias mencionadas están, ciertamente, pero yo quería explicar los cambios políticos en todo el planeta y, créame, sólo para hacer esto ya me faltaba más papel. Me planteé suprimir la extensa relación bibliográfica, pero creo que las afirmaciones que hacía, algunas bastante gruesas, tenían que ir acompañadas del apoyo bibliográfico correspondiente. Incluso, para aquellos que podrían pensar que este es un libro intencionadamente antiamericano, había que explicitar que el 80% de las fuentes utilizadas son norteamericanas. De hecho, en la estructura del libro la presencia de los Estados Unidos es arrolladora, con las presidencias estadounidenses como si fueran las épocas imperiales de los emperadores romanos.

 

La contrarrevolución sindical

 

P. Ahora que habla de los presidentes norteamericanos, en el libro es muy crítico con los presidentes demócratas Jimmy Carter (dice que con la presidencia de Carter se reactivó la Guerra Fría, con lo cual Reagan sólo continuó el camino trazado por su antecesor) y Bill Clinton, que fue quien abrió la puerta a la desregulación financiera de unas entidades que pasaron del negocio tradicional comercial a inversiones especulativas.

R. Carter tiene una responsabilidad muy grave, ya que comienza su presidencia (con una mayoría demócrata tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado) rompiendo la alianza tradicional del partido demócrata con los sindicatos. En el libro hago mención de un documento bastante revelador en el que un dirigente sindical del automóvil (Douglas Fraser), en su carta de dimisión de un organismo de conciliación de intereses entre empresarios y trabajadores, denuncia la patronal por emprender unilateralmente la guerra de clases contra los trabajadores rompiendo el pacto tácito de negociación, que posibilitó el período más largo de crecimiento económico y bienestar social, pero exigió la eliminación de los sindicatos. Carter es hoy conocido por sus misiones humanitarias y las denuncias de la corrupción del sistema electoral y político estadounidense, pero entonces dio la espalda a los trabajadores.

El caso de Clinton se asocia a la traición de la socialdemocracia compartida con otros dirigentes, como Tony Blair y Felipe González. A Clinton se le puede reprochar lo que decía usted sobre el inicio de la barra libre de los negocios de la banca, pero también de haber disminuido los servicios sociales y haber construido más cárceles que nadie.

 

P. Ya que habla del sindicalismo, cuando analiza el New Deal dice que la huella más importante no fue la intervención del Estado en la economía, sino el fortalecimiento de las organizaciones colectivas democráticas y, muy especialmente, el movimiento sindical, que multiplicó por cinco sus afiliados.

R. La fuerza sindical era tan imponente que incluso el presidente Eisenhower no hizo caso de los cantos de sirena de los empresarios que le pedían mano dura contra los sindicatos, diciendo que eso sería un suicidio político para los republicanos.

 

P. De hecho, cuando habla del macartismo no menciona ‘Los 10 de Hollywood’, ni siquiera a su amado Dashiell Hammett, y subraya cómo la furia de la caza de brujas se encarnizó con el movimiento sindical. ¿Es el sindicalismo la última trinchera para hacer frente a la contrarrevolución?

R. El sindicalismo es una herramienta imprescindible que necesita a la vez una complicidad con el poder político. Hoy, que estamos en pleno dominio de la contrarrevolución, las tasas de afiliación sindical están bajo mínimos. La afiliación en las empresas privadas norteamericanas es del 6,7%. En 2015, en Gran Bretaña se produjo el número más bajo de huelgas desde 1893, fecha en la que comienzan los registros. Las reformas laborales, como la de nuestra casa, van dirigidas a desterrar la negociación colectiva y, por tanto, el papel de los sindicatos. En este sentido, me ha parecido oportuno dedicar más espacio al sindicalismo que, por ejemplo, a la historia del cine. En el libro ‘Por el bien del Imperio’ hablaba mucho del cine, pero estaba escrito en 2008. Con el estallido de la crisis y la perspectiva actual de que esto no es un paréntesis y que va para largo, te cambia la perspectiva de las cosas y prestas más atención a lo que es fundamental. Y uno de los temas fundamentales es la degradación del mercado laboral.

 

P. El sindicato no sólo es una herramienta de movilización sino de socialización, de conciencia de clase…

R. El sindicato es fundamental para la vida de los trabajadores, que adquirían una visión común de las cosas, de valores como la solidaridad y la formación cultural a través de la prensa obrera o del teatro. Muchos sindicatos han emprendido políticas de vivienda, cooperativas de consumo….

 

La Guerra Fría

 

P. Tony Judt creía que la Guerra Fría se ha estudiado sólo desde la óptica norteamericana y, en este sentido, criticaba la afirmación del también historiador John Lewis Gaddis, que dijo: «La Guerra Fría la ganó el bando correcto».

R. Para mí han sido muy importantes los diarios del historiador Anatoly Chernyaev, asesor de Gorbachov, depositados en la Universidad Georges Washington, porque reflejan con luminosidad el trasfondo de la Guerra Fría en las élites de la URSS. La naturaleza de la Guerra Fría era derrotar al comunismo y garantizar la expansión de «la libre empresa». Y se basaba en dos factores. Primero, la utilidad de mantener al adversario en una tensión constante y una costosa carrera de armamentos. Segundo, generar un miedo que, al mismo tiempo, generara un consenso entre los aliados. La gran falacia es la pretendida política de agresión de la URSS, que no existió nunca, por su voluntad y falta de recursos. Stalin no puso ningún impedimento a la reunificación austríaca y tampoco tenía ninguna prevención respecto a una Alemania reunificada, eso sí, neutral y desarmada. Los Estados Unidos necesitaban que los alemanes pagaran la defensa europea. De hecho, la Comunidad Económica Europea es la plataforma para integrar Alemania en Europa Occidental. Lo que a los franceses les costó digerir. Por otra parte, Stalin confiaba ciegamente en la superioridad del socialismo y, por tanto, en la victoria final todo el mundo.

 

P. Afirma con rotundidad que la Guerra Fría terminó en 1989. ¿Era previsible la desaparición de la URSS en 1989?

R. No, pero los errores de Gorbachov le condujeron a un callejón sin salida. El ejemplo contrario lo tenemos en China, donde el régimen comunista sobrevivió sin cambios en el modelo político (con represión en Tiananmen incluida), pero con otro tipo de reforma económica basada en la descentralización y el consumo.

 

La era de la desigualdad

 

P. Eric Hobsbawm afirmó que no fue el ataque terrorista del 11 de septiembre del 2001 lo que cambió el mundo, sino la decisión del gobierno de EEUU de que fuera así. Ese día el presidente Bush anunció que aquellos ataques lo cambiaban todo y, con esta declaración, realmente todo cambió.

R. Acaba de salir un libro de un exagente de la CIA, John Nixon (‘Debriefing the President’), que revela los interrogatorios de Saddam Hussein, que no tenían nada que ver con todo lo que se decía sobre Irak, comenzando por las armas de destrucción masiva. De hecho, Saddam estaba enfrascado en la escritura de una novela. He llegado a una conclusión terrible: el principal culpable de todo ello fue el fanatismo religioso del presidente Bush, que creía de verdad en una misión para hacer realidad una especie de utopía cristiana. Una obsesión que sacaba de quicio a sus aliados europeos; incluso el presidente conservador francés, Jacques Chirac, le dio la espalda. El director de la campaña presidencial y principal asesor de seguridad de Donald Trump es Steve Bannon, un católico integrista que está conspirando con los círculos conservadores del Vaticano para echar al Francisco.

 

P. En el libro parece que le interesen más las consecuencias que las causas de la crisis económica actual. Hace hincapié en la degradación del trabajo (laboral, salarial, social), la aparición de los trabajadores pobres y un desgaste imparable en los pequeños préstamos.

R. La contrarrevolución no significa tan sólo rebajar los costes salariales y sociales, sino también la evasión y la elusión fiscal de los empresarios, que cada vez disminuyen su participación en los ingresos públicos. El problema ya no es sólo la gente que no tiene trabajo, sino que el trabajo que se genera no garantiza una vida decente. Lo que se llama trabajadores pobres. Y, a todo esto hay que añadir la disminución de las prestaciones sociales.

 

P. Hace unos años, el político de ICV Joan Herrera escribió un libro con el título ‘¿Cuánta desigualdad puede soportar la democracia?’…

R. Depende del concepto que tengamos de democracia. Si por democracia nos referimos al sistema político actual, sin ningún tipo de alternativa global seria, la desigualdad puede continuar creciendo. Y cuidado, la alternativa al sistema puede venir de la ola de extrema derecha que emerge por todas partes.

 

P. ¿Ha ganado la contrarrevolución?

R. Sí. Han ganado los ricos, como decía Warren Buffet: «La lucha de clases existe y vamos ganando nosotros».

 

P. ¿Y el proteccionismo actual?

R. Los Estados Unidos viven una contradicción interna muy profunda, y veremos cómo se resuelve. Por un lado, la mayoría del poder ejecutivo y legislativo está en manos de los que defienden los intereses del capital financiero y de las empresas extractivas de recursos (petróleo, carbón…) orientadas al mercado interno. Por otro, están los intereses de las industrias deslocalizadas, para las que la inmigración es fundamental, como Apple o Google. Podríamos resumir, a grandes rasgos, en la pugna entre Wall Street y Silicon Valley. Por otra parte, habrá que estar atentos a la evolución del Acuerdo Transpacífico de cooperación económica (TPP), ya que la retirada de los Estados Unidos puede dar un giro imprevisto, situando a China en una posición central en el Pacífico, cuando el el objetivo de la Administración Obama era precisamente el aislamiento de China. Por lo tanto, nada de proteccionismo. Estamos en un momento de cambios acelerados y habría que ser prudente para ver cuáles serán las actitudes y los resultados. Las actitudes pueden ser unas, y los resultados, otros. Por ejemplo, las élites británicas no querían el Brexit, sino cambiar las reglas en un sentido más favorable de permanencia en la Unión Europea y el mercado único. Por eso dimitió Cameron.

 

P. ‘El mundo de ayer’ de Stefan Zweig era el orden burgués, liberal y democrático. ¿Es su mundo de ayer la revolución? ¿Necesidad o añoranza de la revolución?

R. Es difícil añorar algo que no se consolidó nunca. Mi generación creció después de la Segunda Guerra Mundial con el convencimiento de que las cosas podrían cambiar y mejorar indefinidamente. Veinte años después, nos dimos cuenta del engaño. En España, la dictadura mantuvo el autoengaño. Habría que definir mucho mejor lo que entendemos por socialismo y, quizás, concentrar nuestras fuerzas en demandas más modestas pero necesarias, como una democracia más participativa. En este sentido, miro con esperanza todos estos movimientos que salen desde abajo y que expresan demandas colectivas. Espero que la voz de los trabajadores vuelva a ser escuchada y respetada y que seamos capaces de hacer frente al gran problema global del empobrecimiento.

 

Una autobiografía útil

P. Tras el reto de poner la cuchara en el siglo XX, cabe esperar que, tal y como hizo Hobsbawm, a la postre, a la misma edad que usted tiene ahora, lo complemente con su autobiografía.

R. No, de ninguna manera. No creo que mis memorias sean de interés para nadie. De hecho, las memorias son uno de los géneros literarios de ficción más estimulantes, sobre todo cuando se confrontan con las que dice otro sobre los mismos hechos. No creo que yo me tenga que justificar de nada.

 

P. No le hablaba de memorias, que Hobsbawm circunscribe a los políticos y los grandes personajes públicos, sino de autobiografía intelectual, de la formación de un historiador, que conviene explicar, por lo menos, para vindicar la centralidad de los historiadores en la conversación pública.

R. Los historiadores se han refugiado en el mundo profesional y académico -a menudo sólo hablan entre ellos- y han perdido de vista la sociedad y la calle. Es cierto que he escrito cosas de carácter autobiográfico, una que hice en Girona con el título ‘Oficio de historiador’. También hay un libro editado en Chile con conversaciones conmigo. Hay cosas dispersas que debería recoger… No sé. Ahora quisiera volver con algo de la primera mitad del XIX si puedo sobrevivir a la promoción de este libro. Dejemos pasar un tiempo…

 

Cuando se levanta de la silla, Fontana suelta que ha escrito 149 prólogos. Los prólogos de Fontana, seguro, dan para conocer su trayectoria como historiador, las tesis que ha dirigido, los que lo han tenido como referente historiográfico, los vínculos establecidos con otros historiadores, el abanico de aspectos sobre los que ha escrito… Un libro útil, como todos los suyos.

 

10 CIFRAS QUE CONVULSIONARON EL MUNDO

Josep Fontana escribe, como siempre, con rigor, amenidad y, cuando conviene, poniendo el dedo en el ojo, con un texto envuelto en un centenar de páginas de bibliografía de temas útiles para saber más y con unas notas a pie de página (no bibliográficas, sino más bien cuñas que traban el discurso) para untar pan. He aquí una muestra de diez:

En la Primera Guerra Mundial perdieron la vida 10 millones de un total de 74 millones de combatientes movilizados. Además de un millón de civiles muertos como consecuencia directa de las acciones bélicas.

En el asalto al Palacio de Invierno la noche del 24 al 25 de octubre de 1917, mitificado por el cineasta Mijaíl Eisenstein, murieron cinco soldados y un marinero entre los asaltantes y ninguno entre los defensores. El mayor número de bajas se produjo entre las botellas del vino preferido por el zar: el Château d’Yquem 1847. La guerra civil posterior provocó ocho millones de muertes en combate, por enfermedades y hambre.

Entre 1954 y 1959 la URSS concedió a la China lo que se puede considerar un auténtico Plan Marshall equivalente al 7% de la renta nacional soviética.

Todavía no hay datos de la represión desatada por el general Suharto tras el golpe de Estado de 1965 en Indonesia contra el presidente Sukarno y el poderoso Partido Comunista, con tres millones de militantes. Los muertos y desaparecidos se cuentan por cientos de miles.

En 1970, en Estados Unidos dos millones de jóvenes habían probado el LSD, tres millones vivían en comunas, 400.000 habían desertado del ejército y 100.000 habían huido al extranjero.

La aviación estadounidense tiró entre tres y cuatro veces más bombas en Vietnam (y Laos y Camboya) que las lanzadas por el conjunto de fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial.

En Estados Unidos, entre 1948 y 1973, la productividad y el aumento salarial fueron de la mano; en cambio, de 1979 a 2012, los salarios subieron un 5% de media al tiempo que la productividad lo hizo un 74,5%.

La población reclusa ha pasado en EEUU de 300.000 personas en 1972 a 2.300.000 en 2015. Los estadounidenses representan el 22,5% de los presos del mundo. Una de cada tres mujeres encerradas en la cárcel se encuentra en EEUU.

De 2008 a 2015, la deuda pública aumentó del 64% del PIB al 194% en EEUU; del 176% al 237% en Japón, y del 6% al 93% en la zona euro.

En la actualidad, de las 100 entidades más ricas del mundo, 69 son empresas y sólo 31, estados. Cada una de las diez empresas más grandes tienen más ingresos que los 180 países más pobres sumados (Irlanda, Grecia e Israel incluidos).

EL PAIS