Go raibh míle maith agat, Martin McGuinness

No recuerdo qué año fue exactamente. Los acuerdos de paz no se habían consolidado, todavía. La guerra entre republicanos y unionistas estaba muy viva en las calles. Se respiraba con solo abrir las ventanas. La diferencia entre el Estado libre, en el sur, y los seis condados prisioneros se hacía evidente cuando cruzabas la falsa frontera por cualquiera de sus lugares de paso. Unos cuantos días en Derry. Unos cuantos más en Belfast. Después de haber dado una vuelta por todo el sur de la isla, el ambiente había cambiado considerablemente.

Banderas de unos colores u otros, según el barrio o el pueblo que visitabas. Las patrullas de soldados armados por todas partes. Los murales más poéticos, los republicanos, y los más tétricos, los unionistas, teñían las paredes de las ciudades. Sistemas de vigilancia -jóvenes organizados- a la entrada de los barrios más conflictivos. El Bogside, Falls, Shankill… Las rejas en todas partes. Los muros. Las puertas controladas. Los pubs con cámaras de vigilancia y las dobles puertas. Los carteles avisando a los despistados. Los bordillos de las calles pintadas de los colores. Verde-blanco-calabaza. Azul-blanco-rojo.

Los albergues siempre llenos de vascos y algunos catalanes. Las visitas a los murales. Las peregrinaciones a los cementerios para ver los monumentos a los de la huelga de hambre, con Bobby Sands y compañía. La visita a la sede del Sinn Fein o al club de los ex-prisioneros y los veteranos del IRA. Las incursiones en la zona controlada por los paramilitares unionistas. Las conversaciones en los pubs republicanos sobre la lucha por la libertad. Explicando los Países Catalanes a todo el que escuchara.

Una tarde, saliendo del albergue para ir a los pubs de Falls Road, encontré la calle desierta del todo. Era extraño. Las noches anteriores no eran así. Para ir a Falls debía pasar cerca del final de Shankill. Cuando estaba en el borde de aquella zona, entendí qué pasaba. Se había desplegado el ejército. El sonido constante del helicóptero. Algunas patrullas a pie, acompañadas de cerca por tanquetas blindadas, se movían como sólo lo había visto hacer en las películas. Con las metralletas apuntando, ahora allí, ahora aquí. Me quedé muy quieto en un portal. Hasta que desaparecieron por otra calle. Y me volví hacia el albergue.

Buena parte de los huéspedes se reunían en torno a un televisor. Esa tarde habían asesinado un unionista en un bar de Shankill. Según la información de la BBC, había sido un ataque entre bandas unionistas que se disputaban el control del barrio. Tocaba ir a dormir sin tomar ninguna cerveza, sin escuchar canciones de lucha y sin ninguna conversación revolucionaria.

Al día siguiente la calle volvía a tener la actividad de cada día. ¿Sería un buen día para visitar la zona del crimen del día anterior? Cuando empezaba a trepar Shankill Road arriba, vi claro que no había sido una buena idea. Los gritos de unos hombres que levantaban manos y brazos de forma agresiva me hicieron saber que no era bienvenido al barrio. No querían ningún curioso ni mirón. No estaban para hostias.

Los días siguientes todo volvió a la normalidad. Una normalidad tensa. Marcada por la división y el enfrentamiento sistemático. Pasé entonces con un deseo no confesado. ¿Y si el azar me hacía topar con Martin McGuinness o Gerry Adams en alguno de aquellos lugares? Entonces no había las ‘selfies’, pero a fe de Dios que les habría pedido hacerme una fotografía. Había leído todo lo que había encontrado, de aquellos dos hombres.

Gerry Adams era la figura más conocida internacionalmente. Escribía libros y era más popular que McGuinness. Pero a medida que te sumergías en ese mundo te dabas cuenta de que McGuinness era un líder muy respetado y con un poder específico. Se decía -y todavía se dice- que era el jefe del consejo militar del Ejército Republicano Irlandés. Él lo ha negado siempre. Sea como fuere, era uno de los republicanos con más peso y más respetado de Irlanda del Norte. Y eso le permitió llevar a todo aquel mundo hacia la paz. Había sido un hombre duro en tiempos de guerra y ahora había decidido ser un hombre conciliador para lograr la paz.

El esfuerzo por la paz le llevó a compartir gobierno con quien, junto con las fuerzas de ocupación británicas, había sido su principal enemigo, el reverendo Ian Paisley. Los republicanos irlandeses habían estado siempre vinculados con la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Y el ejemplo de Mandela fue decisivo para McGuinness y Adams. ¿Con quién se podía hacer la paz, si no con el enemigo?

De todo esto podremos sacar muchas lecciones de McGuinness. También de su época de gobernante. Al frente del Ministerio de Educación y como vice-primer ministro. No sabemos cuántos secretos ni cuantos consejos útiles se ha llevado a la tumba. Pero sólo hay que ver cómo ha reaccionado la comunidad internacional, su pueblo y sus adversarios para comprender la magnitud del personaje. Puede que por pocos años no haya visto su Irlanda reunificada.

Por todo ello, go raibh míle maith agat, Martin.

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