Todos los mapas mienten

Las escuelas públicas de Boston han decidido que en sus aulas se dejarán de usar mapas hechos con la proyección de Mercator, y se usarán solo los hechos con la de Peters, o mejor dicho, con la de Gall-Peters, un mapa en el que los continentes aparecen dibujados de forma más alargada a como estamos acostumbrados.

La razón aducida por los responsables educativos de Massachusetts –y con razón– es que los mapas Mercator no representan con fidelidad el tamaño de los continentes, ya que el método usado para trazarlos “sobrerepresenta las zonas más alejadas del ecuador, que aparecen de un tamaño mayor en términos proporcionales, de lo que son en realidad”, explica Marc Gil profesor de Historia y Geografía de la UOC. Así, Groenlandia parece del mismo tamaño que África, cuando en realidad es catorce veces más pequeña.

 

Hay mapas que no representan con fidelidad el tamaño de los continentes

Por contra, desde Boston dicen que el de Peters mantiene una proporción exacta entre todos los continentes, lo que lo convierte en mejor, más solidario y menos “racista” que el de Mercator, ya que otorga a los países del Tercer Mundo –a los que falazmente se ha creído que Mercator ninguneaba– su superficie real. Pero también hay países del Tercer Mundo alejados del ecuador.

Lo que sucede es que esa es la única virtud del mapa de Peters, ya que de resto es un mapa que “no mantiene las formas de los continentes ni las distancias ni los ángulos, y no sirve para encontrar el camino más corto, todas estas propiedades que sí tiene el mapa de Mercator”, explica Raúl Ibáñez, profesor de Matemáticas de la Universidad del País Vasco.

Nuestro planeta es una esfera ligeramente chata por los polos, lo que se conoce como un geoide. Esta forma es la responsable de que sea imposible dibujar un mapamundi que refleje de forma precisa las distancias, las formas y las cuestiones métricas al mismo tiempo. Pasar de una forma geométrica esférica a un soporte plano, bidimensional y normalmente con forma rectangular provoca que algo se pierda siempre en la translación, como ya demostró el matemático y físico suizo Leonhard Euler en 1778, en su obra De repraesentatione superficiei sphaericae super plano.

Nuestro planeta es una esfera ligeramente chata por los polos, lo que se conoce como un geoide

Para trazar un mapa del mundo, los cartógrafos usan lo que técnicamente se conoce como proyecciones, un conjunto de operaciones de Geometría diferencial. A día de hoy existen más de 400 distintas y todas cojean de un lado u otro.

Las proyecciones se dividen, en función del resultado obtenido, en equidistantes, si conservan las distancias correctas; equivalentes, si conservan las superficies; y conformes, si conservan las formas. “La cuestión es que no existe un método que mantenga estas tres propiedades, por lo que los cartógrafos se ven obligados a renunciar a una u otra, en función del uso que quieren dar al mapa”, dice Ibáñez.

Por ejemplo, “ National Geographic hace tiempo que usa mapas basados en la proyección de Winkel-Triple, que no cumple ninguna de las tres propiedades, pero la distorsión es muy pequeña en todas”, apunta Gil. El resultado –según Ibáñez– es que “la impresión es muy cercana a la realidad”, y por eso esta proyección quizás “sea mejor que la de Mercator y la de Peters para hacer un mapamundi”, aunque el corolario siga siendo que el mapa perfecto no existe.

El matemático, geógrafo y cartógrafo flamenco Gerard Kremer –que latinizó su nombre a Gerardus Mercator– creó su mapa en 1569 pensando exclusivamente en que “fuera útil para la navegación y preservara los ángulos –las intersecciones entre paralelos y meridianos o cualquiera otras dos direcciones– para poder establecer los rumbos. Quizás no es el más útil para explicar ciencias sociales, porque distorsiona las áreas, pero no fue creado con esa finalidad. Pero el de Peters tampoco, porque distorsiona las formas”, explica Ibáñez.

 

La polémica Mercator-Peters es antigua

Arno Peters fue un cineasta alemán versado en propaganda política, materia sobre la que escribió su tesis. Presentó su mapa en 1967 en un congreso y nadie le hizo caso. Entre otras cosas, porque su “proyección era una copia de otra de 1855, del monje escocés James Gall” –explica Ibáñez– aunque “Peters siempre dijo desconocer el trabajo del religioso”, remarca Gil. En 1973, Peters presentó su mapa –que había patentado– ante la prensa “como la única alternativa al mapa ‘racista’ de Mercator. Las oenegés y hasta la Unesco, con buena intención, le compraron el discurso y el suyo se convirtió en el mapa solidario y en la única alternativa posible, por una cuestión que se vendió como social”, cuenta el profesor Ibáñez.

La polémica Mercator-Peters es antigua, y por eso al profesor Gil le sorprende la decisión de las escuelas de Boston, pues considera que es un tema superado: “Pedagógicamente, optar por una o por otra no tiene sentido, ya que se pierde parte de la realidad. Por contra, si se usan las dos, se pueden trabajar valores distintos al mismo tiempo y enseñar que hay que ser críticos con lo que nos explican”.

Y es que si no bastara con la complejidad técnica, además un mapa es una representación del mundo conocido y puede condicionar la visión que nos hacemos de él. Como dice el profesor Gil, “la manera de representar las cosas también explica como nos posicionamos respecto a los demás”. En este sentido, Xavier Martí, coordinador de los estudios de Relaciones Internacionales de la URL , opina que “los mapas son políticos y detrás esconden una intención política. El de Mercator obedece a una lógica colonial y nace con el mercantilismo. El de Peters, que hace tiempo que se utiliza también en las Relaciones internacionales, pretende mostrar una mirada más real del mundo”.

“El de Peters, que hace tiempo que se utiliza también en las Relaciones internacionales, pretende mostrar una mirada más real del mundo”

XAVIER MARTÍ

Coordinador de los estudios de Relaciones Internacionales de la URL

Por eso, al final, si queremos tener una buena representación de la Tierra a pequeña escala, lo mejor sigue siendo aquel globo terráqueo que se iluminaba y que, quien más quien menos, teníamos en nuestra habitación cuando éramos pequeños. “Claro que es incómodo para llevarlo de viaje, y no sirve para tomar medidas”, dice Ibáñez. Ya ven. Ni eso nos queda.

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