¿Víctimas del Brexit?

Cuando se trata de una cuestión compleja de identidad y clase como el Brexit, los que tienen las ideas más claras quizás sean los que menos entienden. Quienes, por ejemplo, del bando thatcheriano, creen que el Reino Unido acaba de librarse del yugo del súper estado de Bruselas y que la Gran Bretaña , impulsada por el libre comercio mundial, volverá a prosperar. Y, por otro lado, los que creen que el Brexit es el primer paso del nuevo fascismo británico, o sea inglés, y que hay que defender la Unión Europa con el grito de “They shall not pass!”.

Jeremy Corbyn, en cambio, transmite un mensaje a veces confuso y ambiguo en medio de las banderas del rancio nacionalismo británico y el falso internacionalismo de los europeístas. Quizás por eso, el líder laborista, un político de extraordinaria integridad moral, pese a lo que leas, es el único que acierta. Y, por eso también, jamás será primer ministro.

El nuevo movimiento “antifascista” pro Fráncfort que escribe “I love EU” con pinta labios fluorescente en las mejillas, tiene un problema para mí. Lo noté poco después del referéndum cuando empezaron a circularse aquellos emails que reivindicaron otro plebiscito porque “los que votaron por el Brexit no entendían qué hacían”. Mi escepticismo ante el movimento de defensa de los “valores europeos” ante el populismo del Brexit creció al hablar con los que se consideraban las victimas del referendum. “Será el fin de los Erasmus”, escuché exclamar horrorizada una madre en un barrio acomodado de Madrid que ya planificaba las carreras universitarias en Inglaterra de sus hijos, chicos que se alojarían quizás en uno de esos apartamentos que se anuncian en el aeropuerto de Liverpool: “Apartamentos estudiantiles de lujo”.

Asi mismo, el victimismo de los profesionales acomodados afincados en el Reino Unido parecía excesivo: “Fue terrible; tan triste; la francesa que está aquí dando clases como parte de su formación de profesora se echó a llorar; los alemanes también; piensan que tendrán que marcharse del país; fue todo tan triste”, dijo una profesora de idiomas en Manchester. The Guardian sacó las primeras fotos en portada de estudiantes envueltos en la bandera de las estrellas europeas. Catedráticos ingleses en las facultades de estudios culturales europeas escribieron comentarios en este mismo blog que lamentaron: “Estoy avergonzado de ser británico y tan triste por mis colegas”.

En aquellos días leí una columna de Roger Cohen, en el New York Times, que advirtió que el Brexit señalaba el regreso de aquel “mundo de odio y rabia de los años treinta”. Viene a ser el resultado del “psique atormentado” de los partidarios del Brexit (igual que los  de Donald Trump) que “necesitan un chivo expiatorio” otra vez, explicó. ¿Un ejemplo de ese chivo? Pues, Cohen ofreció el caso de su propia hija Adela, estudiante de la universidad de California del sur (UCLA), que quiere hacer un master en Europa. Adela “adora Londres, donde terminó su educación secundaria, y no puede creerse que su pasaporte británico puede dejar de ser un pasaporte europeo. Va a verse forzada a vivir en Berlín”.

La conversión inverosímil de la hija de Roger Cohen, integrante de la elite universitaria global, en Anna Frank se extiende a algunos expatriados británicos en la UE. Personas como yo que ya se creen víctimas del populismo neofascista del Brexit como si fueran los inmigrantes sin papeles que venden dvds en las calles de Barcelona. En las miles de lamentaciones por el futuro de los migrantes europeos, pocos  se detienen en el hecho de que la UE, pese a dar libre movimiento de mano de obra a sus miembros con el fin de controlar la inflación salarial, es una fortaleza amurallada para quienes vienen de las ex colonias que las potencias europeas masacraron en África, America Latina o Asia.

Yo apostaría a que las necesidades de los estudiantes Erasmus, los expats británicos como yo, y la hija de Roger Cohen sean atendidas rapidamente en las negociaciones entre Londres y Bruselas. Como cantaba el grupo punk The Clash que los más viejos de los migrantes ingleses escuchábamos en los setenta antes de venir a España (entonces sin libre movimiento de mano de obra), éste es “our safe European home”.

Hay cuestiones de clase en este debate que saltan a la vista. El internacionalismo de la revolución Erasmus contra el Brexit se alimenta del asco que siente una clase media con estudios universitarios ante el nacionalismo resentido, chovinista y xenófobo de la maltrecha clase obrera blanca, por ejemplo, en el norte desde donde escribo, tan lejos de Fráncfort pero tan lejos también de la metropolis cosmopolita de Londres. Se entiende el  rechazo de los británicos más abiertos y  cosmopolitos ante una vuelta a lo que se empieza a llamar “la Inglaterra de Miss Marple” en referencia a la detective casposa  de Agatha Christie. Pero la nostalgia es comprensible cuando se añoran  aquellos tiempos  de sindicatos fuertes, servicios públicos garantizados,  mayor igualdad de renta, y un porcentaje del PIB correspondiente al trabajo casi diez puntos superior al actual (ha caido del 64% al 54% desde los años setenta). El Brexit –tal y como dice Paul Ormerod aquí- es la prueba de que el péndulo se ha desplazado demasiado lejos en favor del capital global.

Alan Johnson, uno del puñado de Lexiteers (Left for exit) que apoyan el Brexit con argumentos de izquierdas, lo resume así: “Una de las lecturas del Brexit es que (…) los perdedores, los excluidos y los despreciados han decidido, con desesperación, que van a hacer un gesto soberano: cambiar las normas mediante el regreso de la política al estado nación para intentar igualar las cosas”, escribe en un excelente articulo publicado (por milagro) en el New York Times.

Es más, se olvidan algo los abanderados de la UE ya posicionados detras de la barricada – el edificio del BCE servirá – contra el fascismo. La UE, y sobre todo la zona euro, es el principal responsable del auge de la derecha xenófoba en Europa. Al igual que lo fue el patrón oro, cuyas políticas deflacionistas y desempleo masivo dio lugar al nazismo: “El proyecto autoritario de integración neoliberal de la Unión Europea es un caldo cultivo de la extrema derecha… al aislar tantas decisiones políticas del control democrático (entre essas medidas de austeridad e inmigración masiva), la UE ha abierto la puerta a los populistas de derechas”, escribe Johnson con gran acierto. Y añade: “cualquiera que fuera el plan , la Unión Europea, desde los años ochenta, la economía neoliberal ha sido el elemento fundamental de su proyecto”. Estos Lexiteers decidieron que “en lugar de dejar el campo abierto para la derecha nativista, nosotros vamos con ellos al Brexit”. Corbyn no puede elaborar un discurso que explique como el Brexit crea las condiciones, en teoría, para crear otra sociedad mas equitativa. Pero, al menos , y pese a las presiones de los diputados blairistas y de periódicos como The Guardian, ha  forzado a sus diputados europeístas a aceptar el resultado del referendum.

Lo más preocupante de los europeístas/internacionalistas que se preparan para la lucha épìca contra el fascismo del Brexit es que, poco a poco, van tendiendo puentes a aquellos otros internacionalistas, los de Davos y de la banca internacional. Janan Ganesh, el columnista del Financial Times, lo notó  con ironía cáustica y cínica en una columna el martes.“En tiempos políticos normales, si un banco de inversión amenazase con deslocalizarse desde la City, la izquierda los acompañaría al aeropuerto para meterlos en el avión…”. Pero ahora, los progresistas anti Brexit “citan las amenazas de la City como la prueba concluyente de la culpabilidad del Brexit”. “La misma gente que odiaba a los banqueros tras el crack ahora los ven entusiasmados como compañeros del internacionalismo”.

No solo emergen extrañas alianzas entre los bancos, los consejeros delegados de corporaciones globales y los estudiantes de Erasmus. Todo lo que antes era lamentable para los defensores apasionados de la UE ahora empieza a ser admisible . Los globalizadores de Davos ya son aliados en la lucha prioritaria contra el populismo del Brexit, Marine le Pen, Vladimir Putin, Victor Orban, Donald Trump. “Impulsados por el deseo de oponerse al populismo”, los progresistas anti Brexit y anti Trump ahora defienden “el mercado único europeo, el libre comercio, la OTAN, el papel de EEUU como guardián de la paz mundial y hasta los servicios de inteligencia”, escribe Ganesh.

Por eso, los líderes que van emergiendo del movimiento de defensa de los valores europeos contra el populismo nacionalista son aquellos sospechosos habituales de la era de globalización neoliberal de cara socialdemocrata que parecia estar en fase terminal. Se levantan de la tumba individuos como Tony Blair, ya casi mil millonario tras aprovechar la puerta giratoria que une Westminster, Riyad y la City, y su maquiavélico spin doctor, Alistair Campbell, figura clave en el nuevo proyecto mediático The New European que acaba de regalar un poster para las próximas protestas que reza: “STAY ANGRY AND FIGHT BREXIT”. O Nick Clegg, el líder liberal demócrata que perdió toda su credibilidad progresista al apoyar al Gobierno de David Cameron, y George Osborne (ahora asesor del fondo global Blackrock), cuyos recortes salvajes a los servicios públicos es otro factor clave para entender la rebelión contra el establishment londinesne y europeo. Clegg fue presentado en la europeísta BBC esta semana como el nuevo lider de la tolerancia. “Nosotros (a diferencia del partido laborista), no vamos a rendirnos tras la catástrofe del Brexit”, dijo en la Cámara otro liberaldemocrata, Tim Farron. Solo líderes como Clegg y su mujer española Miriam González Durántez, otra colaboradora del New European, cuyos conocimientos de derecho europeo, adquiridos en los bufetes lobistas más importantes del mundo, pueden ayudar a hacer frente a la amenaza populista. Y el chalé  de la pareja en Davos, cerca de las pistas de esqui, será el refugio del europeísmo y la tolerancia global.

LA VANGUARDIA