El australopiteco que se quedó en la prehistoria de Aznar

«¡Proetarra!», gritaba un ultra del Betis mientras agredía al cliente de una cafetería que hasta ese momento estaba leyendo tranquilamente en la terraza de un bar del casco antiguo de Bilbao. Proetarra no es un insulto espontáneo, sino un invento puesto en circulación desde los medios de comunicación de Madrid en época de José María Aznar. Proetarra  es la correspondencia popular del todo es ETA político y judicial. En la confusa mente del australopiteco bético, proetarra es sinónimo de vasco y vasco es sinónimo de maligno. Por eso la agrede tras intentar que el desgraciado consumidor de café gritara «¡Arriba España!». El agresor, simplemente, estaba llevando al límite las consignas que se le han ido sedimentando dentro del cerebro durante años y años.

El conflicto vasco ha sido, durante décadas, la principal fuente de legitimación del régimen del 78, una vez amortizado el 23F. Un sistema político heredero directo de una dictadura, con el jefe de Estado designado por el general Franco y una autoamnistía preventiva (1977) necesitaba algún grado de épica. Y ETA fue el gran hallazgo propagandística de los gobiernos de Aznar, que utilizaron a fondo la violencia de los etarras en el propio beneficio político. De hecho, desde entonces el sustantivo «víctimas» se aplica, sin más concreción, a las que causó ETA. Las otras -los cientos de miles de la dictadura o los del terrorismo islamista, por ejemplo- no merecen la atención prioritaria del Estado ni su reconocimiento constante.

Vencida y desarmada ETA, ahora el Estado tiene un problema serio de legitimación en la lucha contra un nuevo enemigo, mucho más difícil de derrotar: Las urnas en Cataluña. Pero esto es demasiado complicado para el homínido bético, que se quedó en la fase aznarista del populismo español. Incluso lo han detenido, a él y a sus amigos. Alguien, desde el calabozo, le debería hacer entender que los vascos ahora son buenos y votan los presupuestos del PP a cambio de mantener la cuota y el concierto. Pero todo indica que el pobre hace tiempo que no entiende nada.

EL MÓN