Valencia, nación

En un debate con Germà Bel, el ex-ministro español de Asuntos Exteriores José Manuel García-Margallo quería reducir al absurdo el reconocimiento de Cataluña como nación, aunque fuera cultural. Para ello, comentó que esto abriría la caja de los truenos, porque ya no sabrías dónde poner los límites, todo el mundo querría serlo. Y lo culminó con una pregunta retórica: «Si reconoces Cataluña, ¿por qué no Valencia?». La pregunta es oportuna. Creo que la respuesta de Margallo -«como eso de reconocer a Valencia ya se ve que es absurdo, no debemos reconocer tampoco a Cataluña como nación», supongo- no lo es mucho.

En la tradición política castellana han dedicado poco tiempo a pensar la nación. Porque, para ellos, para Margallo, hay una coincidencia entre el Estado y la nación. Tienden a ser la misma cosa: es nación lo que hay dentro del Estado, y por tanto el Estado tiene el derecho y la obligación de construir nación. Expresiones como «nación sin Estado» o «Estado plurinacional» les resultan literalmente incomprensibles. Recuerdo que en algunas discusiones sobre el hecho nacional catalán, contertulios con esta concepción me decían: ¿Cataluña una nación? Pero si nunca ha sido independiente». La única posibilidad de que haya una nación sin Estado es que haya tenido y la historia se lo haya hecho perder. Si no lo ha tenido nunca, ¿cómo se puede creer que es una nación?

Ciertamente, a la hora de construir legitimidades, esta concepción busca otras fuentes. La geografía o la historia, por ejemplo. O la lengua. Pero las elige siempre a conveniencia. Gibraltar es español, porque así lo dice la geografía. Pero Melilla, Ceuta y Canarias también son españolas, aunque la geografía no lo termine exactamente de confirmar. ¡Pero es que lo han sido siempre! (Este siempre que no se cuenta igual en Gibraltar que en Melilla o Perpiñán). Cuando falla la geografía, se toma la historia. Y al revés.

Si no compartimos, para responder a la pregunta de Margallo sobre Cataluña y Valencia, la concepción de que una nación es la sustancia humana de un Estado, podríamos tener -y Margallo la tiene- la tentación de hacer una especie de examen universal de las naciones. Como si hubiera un jurado reunido a saber dónde -¿en Madrid, quizá?- que evaluara los candidatos a proclamarse naciones y les fuera poniendo puntos: tres por la historia, dos por la geografía… Ser una nación significaría cumplir una serie de requisitos objetivables, y habría alguien que lo reconocería, como quien da un certificado. Fijémonos que Margallo utiliza el verbo reconocer: no como Estado, como nación. ¿Quién es el jurado evaluador de las naciones? ¿Cuáles son las bases del concurso? ¿Qué debes tener y qué no te puede faltar?

En cualquier caso, a Margallo y a su concepción de la nación, sea la dura (lo que hay dentro del Estado) o la blanda (quien cumple los requisitos objetivos que te hacen nación), les falta considerar el requisito más importante de todos, en mi opinión: la voluntad.

Para Margallo este factor es insignificante. Gibraltar es español aunque los gibraltareños no lo quieran. Melilla es española y es indiferente lo que quieran sus ciudadanos, no sea que un día no lo quisieran. Pero para la tradición occidental, que quiero creer empapa el catalanismo, lo más importante de todo es la voluntad. El querer ser. La conciencia activa de serlo. Culturalmente, y por tanto con traducciones culturales. O políticamente, con traducciones políticas.

«Si reconocemos a Cataluña como nación, por qué no a Valencia?», Preguntaba Margallo. Pues no hay ninguna razón para que en un caso se pueda hablar de nación (no usaría el verbo reconocer, porque no sé quién reconoce) y en el otro no. Lo que manda es la voluntad. ¿Valencia es una nación? Si los valencianos lo quieren, sí. No hay nada ni en la lengua ni en la historia ni en la geografía que obligue a una cosa o a la otra. Hay cosas en la lengua, en la historia, en la geografía (y en la economía, las costumbres, la organización social) que pueden alimentar, si se quiere, esta conciencia y, por tanto, esta voluntad. Pero no es obligatorio. Se elige. Se le da significación, a partir de la voluntad.

Si los valencianos creen que son una nación, lo son. Si valencianos y catalanes creen que comparten nación, la comparten. Y si no lo creen, pues no. Pero los que sí lo creen, aunque sean minoría, están en su derecho de intentar convencer a los demás y hacer una mayoría nueva, porque aquí lo que manda es la voluntad y la conciencia, y por tanto la convicción. Lo que no piensa Margallo. O aquello en lo que, si piensa, le importa un bledo.

EL TEMPS