Laicidad vs multiculturalidad y las religiones inventadas

Una alumna de instituto no quiere mostrar las orejas ocultas bajo el Hiyab a un profesor para comprobar si lleva unos auriculares puestos y se niega. Al hacerlo, recibe apoyo social. Una mujer no quiere quitarse el velo para hacerse la fotografía del carné de identidad. Una trabajadora de una empresa donde todos los trabajadores siguen unas normas de vestimenta, demanda a la empresa para que no la dejan llevar la ropa típica de su religión. Esto por parte de los musulmanes. Alumnos Sikh van a clase con un cuchillo. Alumnos católicos son separados por sexos en sus clases, escuelas públicas enseñan creacionismo judeocristiano en América, unos padres deciden no vacunar a su hijo con base en una creencia espiritual o paracientífica… y podría ser un no parar de ejemplos.

He mencionado varias religiones, tradicionales y no tradicionales en nuestro país, para hacer entender que este artículo no va de inmigración ni tradición, sino de religión y sociedades laicas. Y ya me disculparán si del islam han salido tres, pero es de la que he encontrado más ejemplos recientes.

Cuando nos enfrentamos al debate en el que alguien apela a su religión para saltarse una norma social, o peor aún, saltarse una ley o pedir una a medida, la única forma de analizar bien esta cuestión es obviando de qué religión hablamos, el origen étnico de la misma, y aplicar el principio de laicidad. Y el principio de laicidad dice que ninguna religión es excusa de nada en el ámbito público.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que a una religión no la justifica ni el número de seguidores que tiene ni los años de historia que lleva a sus espaldas. Una religión es una creencia individual (una fe) en una divinidad o ser supremo. Punto. Puede ser compartida por millones de personas o tener un único creyente. La gracia de las religiones es ésta: que no se basan en ningún hecho científico ni en nada demostrable. Por lo tanto, si yo digo que tengo una religión, NADIE me lo puede negar, por absurda que sea. De hecho así nació el «Pastafarismo», como una broma, y ahora ya tiene millones de seguidores oficiales. El pastafarismo cree en un dios que es un plato de espaguetis con albóndigas volador en medio del universo. Que el pastafarismo reconozca abiertamente ser una parodia no quita razón a lo que digo: nadie puede negar a otra persona que su fe en un ser divino es una religión.

Llegados a esta conclusión, la defensa de la libertad religiosa o la creencia en un culto no pueden ser nunca una excusa para saltarse las normas en una sociedad democrática. Creo que toda persona que se considere laica debería estar de acuerdo con ello. Y toda persona de izquierdas debería ser laica independientemente de si es religiosa o atea. Entonces, ¿por qué la izquierda, la que siempre ha combatido la influencia de la religión en la vida pública y política, ahora defiende saltarse determinadas normas sociales en nombre de la «libertad y la tolerancia religiosa»? Fácil respuesta: por buenismo.

¿Recuerdan un artículo anterior (*) donde explicaba qué era eso? Pues uno de los ideales intrínsecamente «buenos» podría ser el antirracismo. Derivado de esto, no hacer nada que pueda ser considerado mínimamente racista es el razonamiento primordial. Todo el debate queda subordinado a este principio. Y si la religión ha venido de la mano de un colectivo inmigrante, la laicidad, el gran valor de la izquierda, pasa a un segundo plano y se prioriza «el respeto cultural», en un gran ejercicio de hipocresía o de contradicción profunda. Mientras en Europa sólo había cristianismo, la izquierda más radical criminalizaba a los creyentes, y la más moderada defendía la libertad religiosa. Pero ninguna de las dos corrientes de la izquierda defendió no cumplir las normas sociales excusándose en la religión. Es decir, la izquierda era laica.

No aplicar la laicidad total y de forma universal sería una fuente de problemas y abusos continuados. Les pondré unos ejemplos:

Cuando una empresa tiene unas normativas de vestimenta interna, ninguna religión debe permitir saltarse foto. Si el trabajador ateo ve que su compañero puede quitarse esa molesta prenda del uniforme o cambiarla por otra gracias a la religión, ¿qué le impide decir que su religión le obliga a ir en bermudas en el verano y si es despedido denunciar a la empresa por discriminación religiosa? Cuando ese niño que está harto de comer verduras en el comedor escolar porque no le gustan y ve que a su compañera se le pone otro plato cuando toca comer cerdo, ¿qué le impide a este niño decir que su religión tampoco le permite comer verduras? ¿O apelar a una religión que le obligue a comer cada día fresas de postre? Porque tal vez no es mucho problema tener, por ahora, tres o cuatro menús diferentes, pero podrían llegar a ser menús a la carta para cada niño.

¿Les parece absurdo que esto suceda? Pues no tiene nada de absurdo. Tan absurdo es no poder comer cerdo los musulmanes, como no poder comer carne en cuaresma los cristianos, como no poder comer lentejas el niño que cree en la «religión de las santas hortalizas creadoras de todo y de los últimos días». Insisto: desde el punto de vista científico o lógico, ninguno de los ejemplos tiene otra justificación que la propia voluntad; y desde el punto de vista ético nadie puede decir a alguien que miente en cuanto a su religión. Es simplemente indemostrable. Y además sería muy elitista y discriminatorio defender unas religiones y no otras según su implantación.

Vean si es poco absurdo que esto ocurra, que un miembro austriaco del pastafarismo, Niko Alm, exigió en 2008 que en la fotografía del carné de conducir se le permitiera aparecer con un colador de pasta en la cabeza, ya que así lo pedía su religión. Y consideraba que si taparse la cabeza en la foto se les permitía a las musulmanas y a las monjas católicas, a él también se le debía permitir. Y después de un juicio, ganó.

Entiéndanme: por la calle, en su casa, o en una esfera que no afecte a terceros, que la gente vista como quiera y haga lo que quiera. Colador en la cabeza incluido. Pero en el momento que entramos en la esfera pública, lo que implica las normas escolares, el modelo educativo, las normativas internas de las empresas, las leyes sobre cómo deben ser sacrificados los animales para evitar el máximo sufrimiento para ellos y las garantías sanitarias, o las leyes y normas que buscan mantener un nivel mínimo de seguridad, por citar sólo algunas, la religión no juega ningún papel ni es excusa. ¡Para nadie! No es excusa ni para la religión que hace mil años que se practica en nuestros pueblos ni para la que hace cuatro días que tiene seguidores por nuestras tierras.

Así que a pesar de que la laicidad es para mí un deber general de la sociedad europea, apelaré en especial a la izquierda europea: o vuelve a la laicidad, total y con todos, o no la reconozco.

 

 

El camino que lleva de la izquierda a la extrema derecha se llama buenismo

ALEXANDRE FIGUERES

Once millones de votos ha tenido Marine Le Pen. Las redes sociales están llenas de gente preguntándose cómo puede ser que la extrema derecha, el fascismo, saque tantos millones de votos, sobre todo en zonas obreras. ¿En qué está fallando la izquierda? Para mí la principal respuesta se llama… buenismo.

Pero, ¿qué significa esto de «buenismo»? El buenismo es una palabra que aún no recogen ni el DRAE ni el diccionario de la RAE. Por lo tanto, es el pueblo quien con su uso habitual está definiendo todavía su significado, así como los politólogos. Dentro de este último grupo ya hay muchos autores que han teorizado sobre ello. Algunos lo usan como insulto, otros como elemento positivo y otros como simple definición de un fenómeno real en la política. Yo soy de este último grupo. Es un fenómeno real que además es nocivo para la izquierda, que es quien lo practica más a menudo.

Vayamos al grano y empecemos por el principio: buenismo y ser bueno son cosas diferentes. No tiene nada que ver con la bondad contrapuesta a la maldad. ¿Qué es entonces? Buenismo es querer actuar conforme a unos valores supuestamente buenos, pero (y resalto el pero) sin entrar a valorar si la solución propuesta crea más problemas de los que resuelve. Aquí el grupo de politólogos que lo usa como insulto resalta que esto coincide con una actitud que puede llamarse desde inocente, hasta pueril o naïf. Y que lo opuesto sería la ‘realpolitik’. De una forma más educada, simplemente podríamos decir que el buenismo obvia los análisis causa-efecto de una propuesta si esta propuesta es a favor de un valor que encuentra superior y justo en sí mismo, a la vez que le niega cualquier efecto secundario negativo o lo relativiza.

A partir de esto, el buenismo conduce a otros defectos, aunque no siempre intrínsecos, que son los auténticos causantes de la fuga de votos desde la izquierda a la extrema derecha en los barrios obreros. Son cuestiones en esencia de actitud, pero que suelen generar mucho rechazo entre muchos votantes potencialmente de izquierdas. Pensamos que quien más difusión hace de estas actitudes en las redes sociales y medios de comunicación suele ser un ciudadano muy politizado, que tiene claro cómo se define ideológicamente, así que para el votante no politizado, el ciudadano que se autodefine tan claramente como «X», es el referente de la ideología «X», especialmente cuando ven a varios defendiendo lo mismo. Este ciudadano politizado y claramente identificado con una ideología, pero que sufre de buenismo, tiene estos defectos:

El primero es el cierre del debate en parámetros muy pobres. Y para mí es el más importante de todos. Como el objetivo perseguido es moralmente superior (por su bondad intrínseca), se tiende a negar el debate sobre los posibles efectos nocivos de una propuesta o debatir sobre la misma fuera de ciertos parámetros que el propio buenista establece. Fuera de estos parámetros, quien abre el debate es automáticamente tachado de fascista, racista, machista, y en general cualquier ‘ismo’ contrario. Pero la realidad es que muy probablemente la postura de quien cuestiona algo no llega realmente a merecer estos calificativos. Si una persona, que es de izquierdas pero no demasiado politizada, al querer debatir o matizar alguna postura buenista con la que discrepa es automáticamente tachado, por ejemplo, de fascista, ¿qué termina haciendo? Pues normalizar el fascismo y votar fascismo. «Si la izquierda es esa gente que me llama fascista por pensar eso, y esa misma gente le llama fascista a Le Pen, Le Pen es de los míos». Lógico, ¿verdad?

La nueva extrema derecha es muy lista aprovechando este fenómeno de autoexpuslión de votantes por parte de la izquierda, y la izquierda buenista muy poco inteligente al no darse cuenta de que es la primera en normalizar lo que dice combatir, primero por la banalización de ciertas palabras (fascismo, racismo, imperialismo…) y segundo por su intolerancia a ciertos debates.

El segundo es ser más «anti» que «pro». Es otro gran defecto de la izquierda buenista. Es antirracista, antifascista, antiliberal, antiglobalización, antisexista, antimilitarista… Detecta rápido el mal, pero le cuesta definir un modelo sólido alternativo. Esto hace que la gente perciba que realmente no se da respuesta a sus problemas y que encima, por sistema, se niegan los problemas que este «anti» puede provocar, como ser antimilitarista, sin matices. De hecho el buenismo cree que todos los problemas pueden ser resueltos a través del diálogo, la solidaridad y la tolerancia. Para mí esta visión es errónea, y de hecho, para la mayoría de la sociedad también y provoca una fuga brutal de votos. ¿Esto hace que la mayoría de la sociedad no sea dialogante, solidaria y tolerante? No, simplemente no piensa que con ello siempre sea suficiente o no sean los únicos valores que deben prevalecer. Además, e insisto en que los votantes se dan cuenta, ven alianzas extrañas o defensas numantinas de cosas que por ideología no deberían defender, y eso es culpa de un pensamiento que deriva en un pensamiento en cascada a partir del primer «anti». Por ejemplo: «si soy anticapitalista, y los USA el máximo exponente territorial y político del capitalismo, soy anti USA, y por tanto, todo lo que combata a los USA tiene mi simpatía o mi justificación, aunque ideológicamente no debería de poderlo justificar nunca. Sin embargo si alguien dice ‘Los países árabes lo son’ le acusaré de generalizar».

Esto, querida lectora y querido lector, tiene un efecto desbandada en mucha parte de la población, que podría compartir una crítica a los USA, pero no por ello la defensa o justificación sistemática de cualquier rival suyo. Y esto suele sumarse algo que explico en el punto seis, que es el exceso de autoculpa que en ciertos casos roza el autoodio. Una doble vara de medir que también he hecho aparecer en el ejemplo. Un exceso de eurocentrismo a la inversa. Criticamos el eurocentrismo en todo menos a la hora de repartir culpas, donde todo es culpa nuestra. De ello alerta el magnífico filósofo Zizek.

El tercero es la simplificación. Aunque parezca contradictorio dada la cantidad de neologismos que genera la izquierda como «cisheteropatriarcal» para definir situaciones concretas, la izquierda buenista tiende a simplificar los problemas y los males sociales en grandes masas ideológicas a la vez que usa estos neologismos. Esto también lo hace la derecha, torpemente. El problema es que cuando el votante ve que ambas posturas (derecha e izquierda) simplifican, puede llegar a ver menos peligros para él en la propuesta de la derecha (acertadamente o no es otro tema) porque la derecha usa un lenguaje más simple mientras que con el de la izquierda se marea. No ser simple no es contradictorio con usar un lenguaje simple.

El cuarto son las prioridades. La izquierda buenista trata todos los temas, como debe ser, pero a menudo hace campañas y se da a conocer más por cierto hechos que la gente, pudiendo estar de acuerdo o no, considera más irrelevantes para su vida diaria. A riesgo de recibir un montón de críticas, pondré de ejemplo el uso del femenino en el lenguaje o muchas otras cuestiones que aunque comparta, entiendo y debe entenderse que no son la prioridad de la clase obrera. Además esto conduce a la parodia hippie de la izquierda por parte de la gente poco ideologizada o concienciada socialmente. El buenismo también podría llamarse postureo. Esto es lo que para mí hace que tantos y tantos obreros voten derecha. Y cuidado, ¡cuando afirmo esto no estoy diciendo que haya que abandonar ninguna lucha! ¡Todas, feminismo, obrerismo, ecologismo, etc… deben estar presentes! Cuando digo las prioridades, quiero decir las prioridades dentro de cada uno de estos ‘ismos’, no entre los ‘ismos’ en sí. Por ejemplo, dentro de lo que he comentado antes del lenguaje femenino, no se trata de no hacer discurso feminista, sino de centrarse más en la violencia de género o en la igualdad salarial real, la conciliación de la vida laboral y familiar… que en el género del lenguaje. Y esto lo explicaré mejor al final del artículo.

El quinto es la corrección política. El lenguaje no ofensivo es una prioridad para el buenista. Y no está mal, pero a veces esta limitación del lenguaje para no ofender crea una especie de neolengua (vease ‘1984’) que limita el análisis de los hechos, y en cualquier caso, ha tenido unas hijas preciosas que ha adoptado la extrema derecha (la post verdad) y el liberalismo (la sociedad líquida) a la vez que hace de paraguas a grupos que se llaman de nueva izquierda y en realidad no son más un retraso social, como los grupos antivacunas y otros grupos paracientíficos. Y de nuevo la paradoja: este lenguaje no ofensivo se esfuma en la nada cuando el buenista debate con alguien que le cuestiona una postura, aunque sea desde una visión ideológica muy cercana.

Un buen ejemplo de los puntos cuarto y quinto me lo ha proporcionado una viñeta humorística (https://www.racocatala.cat/vinyeta/99-des-del-microunivers) publicada en Racó Català recientemente.

El sexto es un exceso de autocrítica y sentimiento de culpa. A veces roza el autoodio y le hace ser mucho más crítico con las propias sociedades que con las externas, lo que también genera rechazo porque genera contradicciones. No me extenderé porque esto da para un libro entero.

El votante realmente premiaría análisis concretos para situaciones concretas con respuestas concretas sin dogmas previos. Pero esto es muy difícil de congeniar con los defectos anteriores.

¿Existen alternativas al buenismo en la izquierda que no sea la izquierda capitalizada, la misma que ha cedido tanto y tanto en materia económica que ha provocado esta situación de desamparo entre los obreros? Sí. Como muestra, las ideas de Zizek, un filósofo esloveno que pese a ser muy de izquierdas no es nada buenista y de hecho es un gran crítico de esta actitud.

Pondré un ejemplo. Ya que se dice que en Francia uno de los valores más fuertes de la extrema derecha y que más votos le aporta es el tema de acogida de refugiados, veamos qué dice la izquierda buenista: «Todos somos iguales, todos somos personas, todo el mundo tiene derecho a buscar refugio aquí». Y ale. Y ya. Y si matizas, eres o un racista o un insensible o un egoísta. La posibilidad de ser un analista que se basa en datos y hechos reales al margen de las ideas no se contempla. ¿Qué dice en cambio la izquierda no buenista que defiende Zizek? Dice «No digo que no vengan, sino que haya un plan organizado previo. Mi enemigo no es la militarización, es el capital». «El eurocentrismo se ha terminado, estoy harto de que ante cualquier cosa que pase, Europa tenga la culpa. El capitalismo ya no nos necesita: está en China, en Rusia, lo que me hace sospechar que el eterno matrimonio entre capitalismo y democracia se acabará» y » No, no somos iguales que la gente que viene de los países árabes. Somos muy diferentes! ¡Mucho! Y esto es evidente que puede traer conflictos culturales que hay que planificar y abordar previamente. ¿Y qué? ¿Es que sólo se debe ayudar al que es igual y por eso decimos que todos somos iguales? No, no lo somos, y aún así, los tenemos que acoger. Esta es la verdadera solidaridad, no la impostura de cierta izquierda».

¿Verdad que es muy diferente? ¿Verdad que no es lo mismo apelar a la solidaridad desde la planificación y la aceptación de más problemas a resolver que un simple «debemos acoger porque somos iguales y si no eres un fascista hijo de puta»?

Cuando la izquierda hable así de claro, asumiendo realidades incómodas, asumiendo la complejidad de lo que quiere, asumiendo el reto y explicando pros y contras, no vendiendo discursos sobre temas que simplifican tanto como la extrema derecha pero que el votante ni reconoce como reales, entonces la izquierda ganará de nuevo.

Plantear las cosas sin corrección política y sin barreras o parámetros preestablecidos permite a la gente expresar sus dudas y debatir abiertamente soluciones. En el caso contrario, si se le tacha de racista en el momento que expresa duda… ¿qué hace? Termina votando a los racistas de verdad. Si atacamos a los nuestros (y no es necesario que piensen en todo igual por ser ideológicamente de los nuestros), buscarán refugio en los demás.

De hecho, y aquí me voy un poco del tema, las fronteras son una idea necesaria para las izquierdas, y obviarlas y defender la libre circulación de personas sin control una medida liberal. Hubo un momento en que hubo «contagio» del liberalismo en cierta izquierda. Es esta falta de unidad y coherencia lo que genera unas contradicciones que muchas veces también hacen rehuir a una parte del votante de izquierda más obrero, que lo que busca es un grupo o estado protector y se siente indefenso no sólo ante la desregularización económica sino también la social (y no hablo de temas de libertad individual, sino de planificación).

Si eres de los que te preguntas por qué muchos obreros votan extrema derecha, o te preguntas por qué no se identifican con la izquierda o incluso haciéndolo, no la votan, o te preguntas por qué esto ocurre en toda Europa, sean países en crisis o no… la respuesta es ésta: la extrema corrección política, las fuertes campañas por problemas secundarios para el votante y débiles campañas en lo que realmente les preocupa o la negación a ver/debatir efectos adversos a las propuestas que se hacen, o estar más preocupado por no ofender a ningún colectivo que por hacer un análisis concreto de hechos concretos con respuestas concretas, pueden ser las causas.

Esto es el buenismo. La versión política del postureo de las redes sociales.

En cambio, se pueden defender los mismos valores clásicos de la izquierda como solidaridad, igualdad social, justicia, democracia, y aún así, no caer nos los errores de planteamiento que nos asustan a la clientela.

Pregunta al lector: ¿se trata de ir a la contra de todo lo que dice la extrema derecha (de nuevo, el predominio de lo ‘anti’…) o se trata de ser honestos y ver en qué están acertando para que la clase obrera les vote a ellos? Pues en mi humilde opinión, aciertan en captar el estado anímico y sentimental del votante. La nueva derecha populista, cuando se ha propuesto ganar, lo ha hecho rebajando planteamientos. De los exabruptos antisemitas de Le Pen padre, a un mensaje más suave de Le Pen hija. El mensaje de fondo es el mismo. Las propuestas inmediatas y sobre todo el lenguaje, otro. Esto hace más fácil el acercamiento de la clase obrera al mismo. Y una vez tienen el poder, sacan las garras. Hitler aplicó este mismo modelo. Tuvo un discurso inicial durísimo, lo rebajó, obtuvo el poder y entonces recuperó una acción política correspondiente al discurso inicial.

Esto es muy peligroso. De once millones de franceses que han votado a Le Pen, pienso que ni el 1% de ellos deben ser realmente fascistas o racistas.

¿Y nosotros? Nosotros, como izquierda, no debemos dar la misma solución que la extrema derecha, pero quizás en ciertos análisis (no en las soluciones) el pueblo cree que son más ciertos los suyos (y en algún caso, ¿por qué no podría ser así?). Un ejemplo: el miedo a parecer racista de la izquierda condiciona todos los análisis que se hacen del fenómeno de bandas en nuestro país. Este prisma nos cierra la objetividad. Aunque planteemos soluciones diferentes, si no hacemos un análisis más preciso de un problema por miedo estético nos equivocamos de solución y las urnas nos castigan.

Por otra parte, en unas elecciones no se hace sólo un debate de ideas como las tertulias de TV. ¡Se elige un gobierno! ¡Estamos eligiendo entre sí gobierna la derecha o la izquierda! La derecha populista juega a rebajar su mensaje para una vez gobierne aplicarlo en su máximo esplendor (como decía, vean la diferencia discursiva entre Le Pen padre y Le Pen hija y los resultados electorales de uno y otro).

La izquierda no debe rebajar planteamientos, al contrario, la izquierda light ha caducado como un yogur. Lo que debe rebajar es su buenismo. Ya he explicado antes qué era eso. Si lo asumimos, vistos los resultados de las elecciones que van sucediendo en diferentes países europeos y en América, que la mitad de la población obrera coincide con nosotros, la izquierda, en un modelo de protección social y de crítica al modelo de capitalismo, y que a su vez otros valores no los tiene en el mismo orden de prioridades que la nueva izquierda, tenemos dos opciones: o les tratamos de convencer, o nos adaptamos al momento. Por supuesto, tratar de convencer se debe hacer siempre. Pero si te faltan tres meses para las elecciones y no lo has conseguido, ¿qué prefieres? ¿Que esta masa obrera vote fascista o que vote izquierda? Si lo único que tenemos que hacer es rebajar las actitudes buenistas, ¿es tanto sacrificio? Entiendo que para cierta gente sí, pero para la mayoría debería ser posible. Sólo son actitudes, no ideas fundamentales.

Hacerse la pregunta de por qué esto está pasando y no querer mover ni un milímetro los actuales esquemas es no querer ver la respuesta en mi opinión. Por cierto, ¿he dicho ya que me gusta mucho un tal Zizek?