Putin impulsa la desmemoria del Gulag

ANNALS DEL ESTALINISMO

«Agente extranjero» es el estigma elaborado por Putin que desde hace cinco años se cierne sobre varias organizaciones humanitarias rusas. Cualquier vínculo con una organización internacional -sobre todo si ha habido ayuda económica por medio- hace que el Ministerio de Justicia, sin ninguna diligencia previa, policial o judicial, incorpore la asociación «sospechosa» en un registro oficial. El centro de estudios sociales ‘Levada’ -el único independiente de Rusia- estuvo incluido en septiembre pasado acusado de haber aceptado donaciones de los Estados Unidos: un represalia contra ‘Levada’ por haber publicado una encuesta -días antes de las elecciones parlamentarias- que alertaba de que más de la mitad de los rusos temían un fraude en las urnas. También ha sido incorporada al registro la ONG Madres de los Soldados de San Petersburgo porque habían exigido una investigación sobre la muerte de un centenar de soldados rusos en Ucrania cuando, de hecho, Moscú niega cualquier intervención en el conflicto.

 

Herederos del GPU y la NKVD

El registro de los «Agentes extranjeros» es, pues, una auténtica lista negra de la que no hay manera de salir de ella porque es, sobre todo, política. Y está supervisada directamente desde el Kremlin. «Agente extranjero» evoca alevosía y espionaje a favor del enemigo exterior encubierto por el enemigo interior: la asociación puesta bajo sospecha es vigilada y finalmente pillada. De hecho, la etiqueta «agente extranjero» es la versión putinista del estalinista «enemigo del pueblo», que fue puesta a millones de ciudadanos soviéticos internados y asesinados en los campos de concentración. Y, como se veía venir, la acusación de «agente extranjero» ha comenzado a planear sobre los investigadores que intentan rescatar la memoria de millones de víctimas del terror. La asociación Memorial, fundada en 1989 al amparo de la perestroika, fue incorporada al fatal registro y, finalmente, borrada a cambio del pago de una multa de 5.000 dólares. El castigo del Kremlin contra Memorial ha sido, digamos «vecinal», quizá porque Putin -siempre pendiente de los porcentajes de apoyo de los rusos- en algún momento se detuvo a calibrar las repercusiones que podía provocar sitiar una asociación fundada por Andrei Sájarov, respetado y venerado más allá de ideologías. Con todo, Putin sabe que él mismo, como exjefe del KGB , es heredero del GPU y sobre todo de la temida NKVD, los acrónimos policiales ejecutores de los crímenes de Josif Stalin. Putin tiene muy claro que el rescate de la memoria de las víctimas se contrapone al imaginario patriótico que él quiere imponer. El Stalin caudillo y patriota -el suyo- sigue siendo un icono también muy venerado. Por tanto, del Stalin dictador y criminal mejor no hablar. La estrategia sería, pues, desnaturalizar la historia y, si es necesario, negarla.

 

Millones: ¿cuantos millones?

Una losa proveniente de las canteras del Gulag, colocada a pocos metros de la que había sido puerta principal del comité central del PCUS, y muy cerca de la Lubianka, la sede del KGB, lleva grabadas unas palabras de reparación que retornan a las víctimas del Gulag la dignidad robada por el poder. Con casi tres décadas de investigación y de activismo, Memorial ha conseguido enmarcar la tragedia que de hecho comenzó hace 100 años. Pero sólo enmarcarla. Porque lo que pasó en la URSS de la guerra civil hasta la muerte de Stalin sigue siendo uno de los episodios más confusos de la historia rusa. Con todo, Memorial ha conseguido localizar e incorporar en su libro de memoria 2,7 millones de víctimas con las correspondientes sentencias. Destaca el fusilamiento de al menos un millón de personas por motivos políticos. Mucha documentación se perdió o fue destruida, y por eso Memrial se ha visto empujado a concluir algunas investigaciones aplicándoles el concepto «estimación». Estima que unos cuatro millones de personas fueron enviadas a los campos de concentración, pero no se sabe cuántos murieron. ¿Se pueden dar cifras claras de la represión contra los campesinos? Quizás unos seis millones de campesinos y pequeños propietarios fueron arrastrados a las colectivizaciones forzadas: ¿cuántos sobrevivieron? Entre 1932 y 1933, Stalin impuso una terrible hambruna en Ucrania haciendo derrochar y destruir cultivos. Murieron cientos de miles de personas -millones según algunas fuentes- pero no ha sido posible hacer un recuento documentado de las víctimas. Hay, además, indicios de que Stalin quería borrar Ucrania como sociedad cohesionada y como comunidad política. Es decir, como nación. Este episodio es conocido como el ‘Homodolor’, el holocausto ucraniano, una catástrofe humana ignorada durante años en las sociedades occidentales y que se ha empezado a conocer literariamente gracias al relato ‘El niño 44’, del escritor británico Tom Rob Smith. A todas estas víctimas hay que añadir las provocadas por las deportaciones de los chechenos, los ingushes y los tártaros de Crimea acusados de haber colaborado con los nazis. Y también hay que sumar a eso a los supervivientes de los campos nazis que, por el hecho de no haber sido asesinados, fueron puestos bajo sospecha, la mayoría internados en el Gulag.

 

El maldito censo de 1937

Memorial calcula que, en general, unos 13 millones de ciudadanos soviéticos fueron víctimas del terror estalinista, una cifra que concuerda con la de las investigaciones de Anne Applebaum. La historiadora norteamericana -Premio Pulitzer 2004 por su investigación sobre el Gulag- no osa dar cifras de muertos, pero asegura que las detenciones afectaron a 18 millones de personas en toda la Unión Soviética. Como en el caso de la Guerra Civil española, los autores de las mejores investigaciones sobre el totalitarismo ruso son historiadores extranjeros, la mayoría anglosajones. Antes de Anne Applebaum, el historiador británico Robert Conquest también había publicado estimaciones: entre 1921 y 1953 habrían sido asesinados unos siete millones de personas. Pero Conquest iba más allá y apuntaba que en 1952, un año antes de la muerte de Stalin, la población internada en el Gulag era de unos 12 millones de personas. Y que en la etapa más intensa del terror, entre el 1937 y el 1938, hubo unos dos millones de ejecuciones. Un periodo estudiado recientemente por Karl Schlögel y expuesto en el libro ‘Terror y utopía’. Impresiona el capítulo en que Schlögel disecciona el laberinto social y político que rodeó el censo soviético de 1937, los documentos fueron desclasificados por Gorbachov en 1987. Stalin ardía con la idea de una URSS que según él habría pasado de los 147 millones de habitantes de 1926 a 172 millones en 1937. Pero una vez terminado el censo las cifras no cuadraban: en la URSS había 162 millones de habitantes. ¿Dónde estaban los otros 10? Pues estaban muertos. Formaban parte del exterminio de campesinos y pequeños propietarios. Muertos en las deportaciones y en los trabajos forzados. Víctimas de un experimento social y económico dirigido por un régimen de «colectivismo oligárquico», en palabras de George Orwell. Stalin decidió no publicar el censo, y detener y ejecutar a los responsables del mismo.

En la historiografía rusa más de primera hora, Olga Xatunòvskaia se sitúa en una posición contundente y hace una estimación similar a la de Robert Conquest: siete millones de muertos. En el extremo más moderado Viktor Zemskov, comisionado nombrado por Gorbachov para la investigación de los crímenes, asegura que entre el 1921 y el 1953 hubo cuatro millones de detenidos, de los cuales 799.455 fueron fusilados o murieron en campos. A los datos de Zemskov les falta credibilidad porque, a pesar de haber tenido acceso a documentos oficiales, el investigador no tuvo suficiente tiempo para adentrarse en todas las ramificaciones de la catástrofe soviética. El régimen murió antes. La de Zemskov es la única cifra oficial publicada por la URSS, pero ni mucho menos puede ser considerada la cifra final.

 

Memoria contra el silencio

El objetivo de Memorial ha sido investigar y trabajar en el recuento de víctimas y, al mismo tiempo, cerrar el paso a la negación, el olvido y el silencio. Trata de difundir la memoria por todos los medios, especialmente los pedagógicos. Lo empezó a hacer Andrei Sàkhakov, lo continuó Yuri Afanassiev desde el Instituto Histórico de Archivos y ahora, en un momento difícil para la memoria de las víctimas, lo está haciendo una nueva generación de investigadores y activistas en la que sobresale la historiadora Irina Xerbakova, responsable de los programas educativos de Memorial. Es la encargada, pues, de la estrategia para mantener el interés por todo lo que rodea el Gulag y el terror. Y para evitar que se vuelva a repetir. Por ello la historiadora alerta de la popularidad que vuelve a tener la figura de Stalin en la sociedad rusa, y señala la propaganda antioccidental del régimen de Putin y del nacionalismo ruso como responsables e inductores. En la mayoría de estudios sociales elaborados en Rusia durante el año 2016, más del 50% de los encuestados creen que Stalin tuvo un papel positivo en la historia del país y lo valoran como un icono patriótico. Muchos de estos encuestados -señala Xerbakova- provienen de sectores sociales que no conocieron la represión de los tiempos soviéticos y que se han formado como adultos en la etapa de capitalismo desbocado. Además, la veneración a Stalin se ha reforzado a partir de 2014 a raíz de la guerra civil de Ucrania y de la anexión de Crimea. La historiadora Irina Xerbakova hace la síntesis de la situación: «Existe la necesidad psicológica en sectores de la sociedad rusa de sentirse orgullosos de un pasado de gran potencia y, al mismo tiempo, de conjurar el miedo de una nueva involución. Porque el descalabro de los años 90 todavía está presente en la memoria de la gente». Y ahora mucha gente en Rusia parece dispuesta a renunciar a la libertad a cambio de estabilidad económica. Una actitud que se gestó especialmente durante el mandato de Boris Yeltsin, cuando la propiedad estatal fue subastada a precio de saldo, y los valores morales y cívicos fueron equiparados con la debilidad.

En esta etapa de la historia rusa reciente, el hundimiento de la sanidad, de la escuela y de los servicios básicos ha provocado que más de 40 millones de personas hayan atravesado el umbral de la pobreza y unos 100 millones hayan quedado atrapados en la precariedad. No hubo ningún Plan Marshall para Rusia, sino la escenificación de una capitulación, de una rendición incondicional: una inflación acumulada del 2.500% y una contracción del PIB de casi el 70%. En 1999, al cumplirse diez años del estallido de la gran crisis, la Oficina para Europa y la antigua URSS del Programa de la ONU para el Desarrollo hizo público un informe estremecedor: 9,7 millones de personas, la mayoría hombres, deberían estar, pero no están, en las estadísticas de la antigua Unión Soviética y de algunos países del Este. Las Naciones Unidas dan fe, huyen del término ‘muertos’, pero insisten en las palabras ‘desaparecidos’ y ‘víctimas’ atribuibles a la terapia de choque capitalista de los primeros años 90. Se vinculan sobre todo al hambre y a la desnutrición, enfermedades, epidemias, suicidios, comportamientos autodestructivos, y a todo tipo de violencia, especialmente la provocada por los enfrentamientos étnicos. Son los digamos «daños colaterales» del experimento neoliberal, impulsado por personajes vinculados al Instituto de Harvard para el Desarrollo Internacional y al FMI: Jeffrey Sachs y Anders Aslund. Estos, sí, auténticos «agentes extranjeros» de los poderes económicos. Quien no se privó de alertar sobre las consecuencias previsibles del experimento fue el premio Nobel y exvicepresidente del Banco Mundial Joseph Stiglitz, que acusó a los reformistas radicales de aplicar estrategias tan expeditivas como las que hicieron utilizar los bolcheviques en 1917. «Los que defendían el enfoque bolchevique -insiste Joseph Stiglitz- no sólo parecían desconocer la historia de aquellas reformas radicales, sino que además daban por hecho que los procesos políticos funcionarían». Los neoliberales que Stiglitz tildaba de bolcheviques estaban instalados en el núcleo duro de la antigua nomenklatura soviética, eran casta administradora que aspiraba a convertirse en clase propietaria. El balance final del experimento es de casi 10 millones de víctimas, cuya memoria sólo ha sido reivindicada de vez en cuando, y por puro tacticismo, por el Partido Comunista ruso e incluso por el régimen de Putin, en estos momentos el principal beneficiario del sistema. Para muchos demócratas rusos beneficiarios del sistema neoliberal, el recuento de la ONU de casi 10 millones de «desaparecidos» debido a la terapia capitalista es tan incómoda como lo es para el régimen de Putin el recuento de Memorial sobre el Gulag.

 

1941-1945 contra 1917

Pero más allá de las víctimas del terror estalinista y de los de la terapia de choque capitalista, los más venerados por la inmensa mayoría de los rusos son los millones de soldados y civiles muertos enfrentándose a Hitler. El putinismo ha colocado la Gran Guerra Patria (1941-1945), con el caudillo Stalin asomando la cabeza, en medio del nuevo imaginario histórico de Rusia, contraponiéndola a la revolución de 1917. La propaganda del régimen tiene la misión de esparcir palabras como ‘heroísmo’ y ‘abnegación’. Hasta el punto de que algunos analistas alertan de cómo el régimen intenta influir a los niños y jóvenes con retórica e iconografía militarista, mientras que de los campos, de los asesinados y del terror no se habla. Con todo, la realidad tozuda se impone. Y no falta quien pide que se explique bien cómo Stalin, para ganar esa guerra, tuvo que matar a tanta gente. Tanta, que aún no hay una cifra final porque los recuentos no paran de mutar. Tanto es así que el escritor recientemente fallecido Daniil Granin , a los 98 años, se preguntaba hasta cuándo se mantendrá la censura y la propaganda que no ha dejado de acompañar a las conmemoraciones del 9 de Mayo de la Gran Guerra Patria y sus recuentos de muertos. Y decía Granin: «Tenemos miedo. Siempre hemos buscado disimular la verdad: 7 millones, 15, 22, 27, 30 millones…. Hoy ya nos acercamos a los 42 millones. Pero, ¿seguro que esta cifra será la definitiva? «.

EL TEMPS