Viaje mortal republicano


Estoy en esta campaña porque no quiero ver cómo nos pasamos el próximo año volviendo a librar las mismas batallas de Washington de la década de los noventa. No quiero enfrentar al EE UU azul con el EE UU rojo; quiero liderar un Estados Unidos de América”. Esto es lo que declaró Barack Obama en noviembre de 2007, exponiendo el argumento de que los demócratas debían designarle a él en lugar de a uno de sus rivales porque él podía liberar a la nación del enconado bipartidismo del pasado.

Algunos de nosotros no estábamos tan seguros. Un par de meses después de que Obama pronunciara ese discurso advertí de que su idea de una “clase diferente de política” era una esperanza vana, que cualquier demócrata que llegara a la Casa Blanca se enfrentaría a “una procesión interminable de acusaciones absurdas y falsos escándalos, a los que los principales medios de comunicación darían sumisamente crédito por no ser capaces de declarar que las acusaciones eran indiscutiblemente falsas”.

¿Y en qué ha quedado la cosa? Como era de esperar, el presidente Obama se enfrenta ahora a la misma clase de oposición a la que tuvo que hacer frente el presidente Bill Clinton: una derecha rabiosa que niega la legitimidad de su presidencia y que se aferra ávidamente a cualquier rumor descabellado fabricado por el conjunto de los medios de comunicación de derechas.

A esta oposición no se la puede aplacar. Algunos expertos afirman que Obama ha polarizado al país por seguir un programa demasiado liberal. Pero lo cierto es que los ataques contra el presidente no guardan ninguna relación con nada de lo que está haciendo o proponiendo.

La acusación que está imponiéndose en estos momentos es la afirmación de que la reforma sanitaria creará “paneles de la muerte” (cito a Sarah Palin) que arrastrarán a los ancianos y a otros hacia una muerte prematura. Naturalmente, es una mentira descarada. La cláusula que exige que el Medicare cubra la terapia voluntaria para enfermos terminales fue introducida por el senador Johnny Isakson, republicano -sí, republicano- por Georgia, que dice que es una “locura” afirmar que tiene algo que ver con la eutanasia.

Y no hace mucho, algunos de los que vendían más exaltadamente la calumnia de la eutanasia, entre ellos Newt Gingrich, el ex presidente de la Cámara de los Representantes, y la propia Palin, estaban completamente a favor del “testamento vital”, es decir, las instrucciones previas sobre la atención médica que uno desea recibir en caso de estar incapacitado o comatoso. Eso es precisamente lo que se proponía y lo que ahora, en vista de toda la histeria, se ha suprimido de la ley.

Pero la calumnia sigue propagándose. Y, como muestra el ejemplo de Gingrich, no es un fenómeno marginal: miembros destacados del Partido Republicano, entre ellos los denominados moderados, han secundado la mentira.

El senador Chuck Grassley, republicano por Iowa, es uno de estos supuestos moderados. No sé a ciencia cierta de dónde le viene su reputación de centrista; después de todo, comparó a los detractores de las rebajas fiscales de Bush con Hitler. Pero en cualquier caso, su papel en el debate sobre el sistema sanitario ha sido absolutamente despreciable. La semana pasada, Grassley afirmó que el tumor cerebral de su colega Ted Kennedy no habría sido tratado como es debido en otros países porque prefieren “gastar dinero en gente que puede aportar más a la economía”. Esta semana dijo ante un grupo de personas que “tenían todo el derecho del mundo a tener miedo”, que “no deberíamos tener un plan dirigido por el Gobierno para decidir cuándo desconectar a la abuelita”. Una vez más, así es como suena un republicano supuestamente centrista, miembro de la Pandilla de los Seis que intenta concebir un plan sanitario bipartidista.

Ya vemos en qué ha quedado el sueño de Obama de superar la división política. Lo cierto es que los factores que contribuyeron a que la política fuera tan fea en los años de Clinton -la paranoia de una minoría significativa de estadounidenses y la cínica disposición de la cúpula republicana a plegarse a esa paranoia- son tan fuertes como siempre. De hecho, la situación podría ser incluso peor que en la década de los noventa porque el desmoronamiento de la Administración de Bush ha dejado al Partido Republicano sin un verdadero líder, aparte de Rush Limbaugh.

La pregunta ahora es cómo va a enfrentarse Obama a la muerte de su sueño pospartidista. La respuesta de su Administración al torrente de odio en la derecha ha sido, al menos hasta ahora, similar a la de un ciervo hipnotizado por unos faros. Es como si los funcionarios siguieran sin poder entender el hecho de que cosas como éstas puedan sucederles a personas que no se llaman Clinton, como si siguieran esperando que este disparate se acabe sin más.

Entonces, ¿qué debería hacer Obama? Desde luego, vendría bien que diera explicaciones más claras y más concisas sobre su plan de reforma sanitaria. Para ser justos, ha mejorado mucho en las dos últimas semanas. Lo que sigue faltando, sin embargo, es algo de pasión y de indignación; pasión por el objetivo de garantizar que todos los estadounidenses reciben la atención sanitaria que necesitan, e indignación con las mentiras y los intentos de sembrar el miedo que se están utilizando para impedir que se alcance ese objetivo.

De modo que, ¿estará Obama, que puede ser tan elocuente a la hora de transmitir un mensaje para levantar el ánimo, a la altura del reto de una oposición irracional e imposible de aplacar? Sólo el tiempo lo dirá.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía 2008.

© 2009 New York Times News Service.

Traducción de News Clips.

Publicado por El País-k argitaratua