La semilla de la corrupción

Salvador Cardús I Ros

La semilla de la corrupción

Con toda la razón del mundo, el lector puede considerar que sobre el caso Millet, si bien todavía no sabemos casi nada, ya se ha dicho prácticamente todo. Esta precipitación en hacer el análisis final, incluso antes de que el juez haya imputado ningún delito a los sospechosos, sugiere que todo lo que se ha escrito dice más de cómo la sociedad catalana se ve a sí misma que no de cómo hay que entender unos hechos cuyo alcance todavía desconocemos. Y tanto da que Millet ya haya “confesado”. Porque también en esto nos hemos precipitado: la picardía de este hombre le ha llevado no tanto a desvelar todos los hechos sino a, señalando pocos, ocultar la parte fundamental para advertir que, si lo explicaba todo, no quedaría vivo ni el apuntador.

El asunto llega en un mal momento para los catalanes y se convierte en la dramática culminación de unos tiempos de baja autoestima nacional que, hasta ahora y por encima de todo, se centraba en la clase política y la administración pública. Pero las desgracias nunca vienen solas, y ahora resulta que quién queda salpicada es la otra parte, la sociedad civil y la iniciativa privada. Y para más inri, la que se ocupaba de las necesidades del espíritu. Hace apenas dos meses, cuando todavía no había estallado el asunto, escribía en estas páginas que de la “sociedad civil oficial” no me fiaba nada. A veces, acertarla incordia más que equivocarse.

Querría evitar caer en la tentación de un juicio precipitado. Pero no resisto privarme de añadir un par de ideas más a este autoanàlisis al que nos ha abocado el asunto del Palau de la Música Catalana. Y, en primer lugar, sugeriría que hiciéramos un esfuerzo por abrir un poco más el zoom de nuestra perspectiva y no tener que acabar pensando que somos los más desgraciados de todos. Me refiero al hecho de que, para bien y para mal, el caso Millet nos hace normales. Tristemente normales, está claro. Últimamente, los lectores de Stieg Larsson han descubierto con una cierta sorpresa que la corrupción también había penetrado a las ascèticas sociedades nórdicas, de apariencia tan rigurosa. Lo hemos visto a través de Larsson –quienes no hemos hecho alharacas pero ya nos lo había anticipado Jan Guillou en El mercado de los ladrones hace cinco años, con una fina mirada periodística, describiendo con crudeza el escándalo financiero del grupo Skandia. No: el norte limpio y noble, culto, rico, libre, despierto y feliz, tampoco existe.

Y quien dice el norte, dice la sociedad británica, una de las democracias más antiguas y admiradas, que acaba de vivir el escándalo letal de los gastos ilegítimos de sus parlamentarios. O la sociedad norteamericana, en la cual un hombre de negocios que se había considerado modélico y respetable, Bernard Maddof, ha sido capaz de engañar a los inversores más audaces de todo el mundo en la estafa más grande y extensa de la historia, burlando todo tipo de controles. No es que pretenda relativitzar el caso Millet ni buscar consuelo en el mal de muchos. Simplemente quiero decir que todas las debilidades que ha puesto al descubierto el funcionamiento fraudulento del Palau son las propias de unos tiempos que han abandonado las viejas virtudes que inspiraron el capitalismo –Max Weber ya lo había denunciado hace un siglo– y que aseguraban una cierta autorregulación del sistema económico. Lo explica perfectamente el oportunísimo último libro de Francesc Cabana, «La cultura de la codicia» –un término popularizado por Barack Obama–, escrito antes del estallido de este asunto pero que parece hecho a medida para describir, como dice el autor, la peligrosa combinación de estupidez y soberbia.

La segunda idea que querría aportar al autoanàlisis deriva de la tremenda imagen publicada a el AVUI del domingo pasado, con el patio de butacas del Palau a punto para celebrar el banquete del casorio de una hija de Fèlix Millet. La fotografía ponía en evidencia dos hechos rotundos. Primero, el de la utilización para uso privado, de manera ostentosa y descarada, de un patrimonio que administraba con dinero de terceros. Ya no digo nada de la megalomanía exhibida en el coste de convertir absurdamente el patio del Palau en sala de restaurante, teniendo que cubrir todas las butacas para la ocasión. Pero, y en segundo lugar, esta apropiación ilegítima bien fue vista por todos los invitados que asistieron. Y la pregunta es: ¿a nadie se le indigestó la comida del banquete? La sensibilidad ética de los asistentes, cómplices necesarios para que el señor Millet pudiera exhibir los resultados de su soberbia, no hizo rechazar ninguna invitación a la comida?

Ciertamente, el presunto delincuente es quien ha defraudado a la entidad. Y la complicidad moral de unos grupos sociales con una escasa autoexigència ética no le disculpa de nada. Pero hay delitos que no se podrían cometer sin esta laxitud moral que describía con tanta precisión la foto del Palau ocupado por el casorio privado de la hija del administrador que se había hecho amo. Y la distancia que va de la laxitud moral a la irresponsabilidad y al delito es muy corta. Estamos hablando de un caso de proporciones desmesuradas, sí. Pero este caso se soporta sobre los pilares de muchísimos de casos de dimensiones medias. Y estos, en base a una multitud de pequeños abusos cotidianos que, finalmente, explican por qué todo el mundo mira hacia otra lado.

La periodista italiana Barbara Spinelli, en un artículo publicado en La Stampa el 20 de enero de 2002 y titulado «El hundimiento del sentido moral. La banalidad de la corrupción», escribía que esta “es mental antes de convertirse en financiera, se insinúa en las costumbres incluso antes de atacar valores consagrados y de llegar a crimen. (…) En cada uno de nosotros hay un conjunto de normas que padecen descomposición y necrosis. Es el mal que, ante la falta de sentido moral, nos hace decir: tanto nos da, hagamos cómo si no pasara nada”. Y acababa: “…la corrupción ha acabado siendo nuestro sòsia: un sosia íntimo, inofensivo a primera vista, e infinitamente banal”. Spinelli describe el punto donde nos encontramos.

No sé si hace falta que diga que estas reflexiones no pretenden decir que somos cómplices penales de los presuntos defraudadores, ni quieren disminuir la responsabilidad de los culpables. Tampoco presuponen que todo el mundo participa en esta descomposición moral, sobre todo porque quién la resiste heroicamente merece la mayor admiración. Lo que quiero decir es que extirpar la corrupción exige una mayor responsabilidad y coraje por parte de todos nosotros, cada uno en su ámbito personal y, muy especialmente, en el espacio profesional y público. Sea como sea, nuestras grandes ambiciones nacionales no serán posibles si no contamos con una sociedad moralmente exigente. El caso Palau nos tendría que servir de lección.

Publicado por Avui-k argitaratua

 

Xan Harriague

Independentzia, edo Espainia bihurtu

Salvador Cardus unibertsitateko dekanoak eta Jaume Renyer Reagrupamenteko kideak uste dute Katalunia bidegurutzean dagoela eta independentziaren eta Espainiaren artean hautatu behar duela.

H1 hiru proposamen prestatzen ari da lehen kongresurako

Salvador Cardus Bartzelonako Unibertsitate Autonomoko zientzia politiko eta soziologikoen dekanoaren arabera, ez dago tartekorik. Kataluniak bi aukera baizik ez ditu: independentzia, edo Espainia bihurtu. Haren ustez, Frankoren diktadura bukatu zenetik politika «anbiguoak» baizik ez dira egin Katalunian. Denek porrot egin dutela dio, eta politikariekiko sinesgarritasun murriztu. Aldaketak egoera horietan gertatzen direla uste du Cardusek, eta horrenbestez Kataluniaren independentziarako garai «oso garrantzitsua» dela.

Atzo goizean Donostiako Miramar Jauregian Hamaikabatek (H1) antolatutako jardunaldietan egin zituen adierazpen horiek. Zer ari da gertatzen Katalunian? lelopean, H1ek bertako lau ordezkari gomitatu zituen, Cardus, Toni Strubell kazetaria, Francesc Homs CDCko diputatua eta Jaume Renyer Reagrupament Independentistako kidea.

Cardusek ez dauka dudarik iraun nahi baldin badu Kataluniak ez daukala beste irtenbiderik. «40 urtez frankismoak lortu ez duena, demokraziak bertze 40 urterekin lortuko du, independentziaren alde egiten ez bada». Horren frogatzeko gogorarazi du Kataluniako Estatutua eraberritzeko ekimen guztiek porrot egin dutela: CiUren burujabetza konpartituaren eskaintza, Pasqual Maragall sozialistaren eskaintza federalista eta ERCren «bigarren trantsizioa». Azken horren kasuan Espainiako Auzitegi Konstituzionalak erabaki behar du Espainiako Legeak errespetatzen duen ala ez. Baina erabakia edozein izanda ere, Cardusek argi du Katalunia etorkizun nazionalik gabe uzten duela, eta Katalunia eta Espainiako Estatuaren arteko ika-mikak ez dituela konpontzen bere sustatzaileek dioten bezala. Erabakitzeko eskubidearen alde egiteari dagokionez, Cardusek uste du gauzak gehiegi konplikatzen dituela, eta nahasmena ekartzen duela. Gauzak zeharbiderik gabe azaldu behar dira, haren arabera.

Francesc Homs CDCko diputatua ere ados da Katalunia aldaketa garai batean dela. Haren arabera, bi aukera horiek betidanik egon dira, baina berak zalantzan jartzen du nahiko indar dagoenik independentziarako. «Herri proiektua zehaztu behar da, eta konbentzituta ez daudenak erakartzeko batzen gaituen ezaugarria aurkitu». Jaume Renyer Reagrupamenteko kidea, Cardusekin bat dator, independentismoa hasieratik planteatu behar dela. «’Independentista naiz, independentzia nahi dut’ esateak baina anartean beste gai batzuei buruz aritzeak ez du balio».

Azkenaldian, asko dira sortu diren mugimenduak Kataluniaren burujabetzaren alde. Reagrupament Independentista horietariko bat da. Baina ildo beretik doa CUP, Arenys de Munt herrian egin zen independentziari buruzko herri galdeketa bultzatu duen mugimendua. Strubellek zehaztu duenez, independentzia defendatzen dutenek gero eta tarte gehiago dute komunikabide handietan, eta horren aldeko webguneak biderkatu egin dira.

Publicado por Berria-k argitaratua