Berlín, ciudad de futuro

La noche del 9 de noviembre se cumplirá el 20 aniversario de la caída del Muro. Aquel día el Muro desapareció y Berlín empezó a reencontrarse, a ser ella misma y, desde entonces, la ciudad no ha dejado de reinventarse. En septiembre le concedieron el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2009. A la ciudad se le reconocía, en palabras de Habermas, “el coraje para afrontar de forma abierta las ambivalencias de un pasado común, una reurbanización urbana comprometida y rápida, y el atractivo de una vida cultural llena de vitalidad”.

Cada época tiene su ciudad de referencia. Lo han sido Londres, París, Nueva York o San Francisco. Cada una, en distintos periodos, lideraron una forma de hacer ciudad. Ahora es el turno de Berlín. Sin embargo, esta ciudad no ha tenido una historia ni fácil ni lineal. A principios de siglo XX Simmel, al analizar el fenómeno creciente de la urbanización, se centra en la experiencia de Berlín para describir el auge de la cultura y la sociedad metropolitanas. Era la ciudad más cosmopolita, incluso más que París. Años después sería una ciudad bombardeada, troceada, partida y, finalmente, reunificada, lo que ha implicado políticas urbanas de reconstrucción y reunificación. Nada fácil.

La reconstrucción de la ciudad, después de la Segunda Guerra Mundial, se hizo a partir de conceptos urbanos contrapuestos, como distantes eran sus sistemas políticos. En el Berlín Este, una ciudad monocéntrica, cercana a las premisas de la carta de Moscú, donde el centro tenía que permitir las manifestaciones políticas, los desfiles militares y las diversas expresiones del poder comunista. El Berlín Oeste, una ciudad aislada de su entorno, mantenía un modelo policéntrico y se inspiraba en la carta de Atenas.

La reunificación y su posterior transformación en capital de Alemania no ha tenido que resolver sólo cuestiones urbanísticas y arquitectónicas. No se trataba únicamente de hacer desparecer un muro que dividía una ciudad y, con ello, reconectar sus calles, sino de hacer emerger una ciudad donde antes había dos ciudades que se habían reconstruido a partir de paradigmas urbanos opuestos. Ello significaba que las políticas urbanas tenían que rehacer no sólo los tejidos urbanos, sino también los culturales, los sociales y los económicos. A esto se añadía la necesidad de conectar la ciudad con sus alrededores más o menos inmediatos y, además, darle a todo ello un sentido de capitalidad de un mundo nuevo que emergía con el fin de la Guerra Fría.

La nueva ciudad-capital, de casi cuatro millones de habitantes, ha construido ferrocarriles, redes de metro, nuevos edificios, ha creado nuevas centralidades y usos del espacio público. Pero lo más importante es que lo ha hecho desde la inclusión de las diferencias, desde el reconocimiento de sus desigualdades y desde la distancia social y política en que se encontraban sus dos partes. Desde la voluntad de reconciliación social y desde propuestas urbanas dirigidas hacia el futuro y que la sitúan hoy como ciudad de referencia, todo ello opciones políticas para un nuevo Berlín.

Carme Miralles-Guasch es profesora de Geografía Urbana.

Publicado por Público-k argitaratua