Afganistán indomable

HAY pueblos indomables. Existen algunos países que parecen condenados a ser invadidos una y otra vez y, no se sabe muy bien cómo, logran resistir a los sucesivos imperios, normalmente amparados en sus montañas inaccesibles. El pueblo afgano (antigua Bactria) es uno de estos casos: han sufrido ataques de los iranios, arios, persas, de los macedonios de Alejandro Magno, de los indios, sasánidas, turcos, hunos, árabes, chinos, los mongoles de Gengis Khan, safawíes… británicos, rusos, soviéticos, y últimamente de los Estados Unidos bajo el paraguas de la ONU y la logística de la OTAN.

En 1747, Ahmed Sah Abdali proclamó la independencia de Afganistán, pero en el siglo XIX de nuevo dos imperios, el ruso y el británico, trataban de controlar el país, al ser la vía natural de acceso a la India y un enclave estratégico de Asia central. En 1907, estas potencias se repartieron sus esferas de influencia en Asia Central, quedando Afganistán dentro de la órbita británica.

Poco después del fin de la Primera Guerra Mundial, en 1919, los afganos vencieron en la tercera guerra anglo-afgana y recobraron su independencia. A partir de ese momento, el gobierno afgano se mantuvo neutral en el juego de las grandes potencias, tratando de usar el interés de Rusia y Gran Bretaña en la zona para recibir algunas ayudas sin comprometerse con ningún bando. A pesar de eso, las interferencias externas no cesaron.

En 1964, el monarca afgano aceptó reformar el sistema político, apartándose del poder. Se aprobó una Constitución que asumía los valores democráticos junto a los islámicos, muy arraigados en el país. Fue un experimento democrático gestado por los propios afganos. Sin embargo, los grupos que apoyaban el viejo sistema se aliaron con los comunistas para derribar al nuevo gobierno reformista, que era aceptado por una amplia mayoría de la población.

Tras un largo periodo de inestabilidad, en 1979 alcanzó el poder el partido comunista. El nuevo gobierno pro-soviético, muy débil, fue apoyado decisivamente cuando la Unión Soviética envió sus tropas en la Navidad de 1979, invadiendo el país. Inmediatamente, los muyahidines, con el apoyo militar de EE.UU. y de China, iniciaron una feroz resistencia de nueve años, que terminó con la expulsión de los soviéticos en 1989, en plena Perestroika. Fue el Vietnam de la URSS.

El vacío de poder fue ocupado por un grupo talibán de integristas islámicos formados en las escuelas coránicas de Pakistán, en su mayoría de etnia pastún, que alcanzaron el poder en 1996. Nadie hizo nada cuando el nuevo gobierno encerró a las mujeres en sus casas y evitó que mostrasen incluso su cara en público, o cuando realizaron una auténtica limpieza étnica contra las minorías de su país o cuando dinamitaron una cabeza de Buda esculpida en una montaña hace 1.500 años, una joya arqueológica patrimonio de la humanidad. Occidente miraba para otro lado.

Desde la invasión soviética, entre 1979 y 2000, huyeron del país unos seis millones de personas, casi un tercio de la población, que buscaron refugio en los países vecinos. La razón no es sólo la sucesión de guerras. Además, Afganistán es uno de los países más pobres. Su geografía no parece ayudar mucho ya que el país rodea el macizo montañoso del Hindu Kush, el segundo más alto del mundo y con frecuentes movimientos sísmicos

A pesar de todo, sus valles son idóneos para el cultivo de la variedad de amapola (adormidera) que produce el opio. Según cifras oficiales, Afganistán produjo sólo en 2007 más de 8.000 toneladas de opio, el 93% de todo el opio ilegal del mundo. Prácticamente todo se refinó en heroína y otros derivados dentro del propio país. El valor de estas exportaciones alcanzó los 4.000 millones de dólares, la mitad del Producto Interior Bruto afgano y mucho más que la ayuda internacional recibida. De toda esa riqueza, los campesinos implicados (el 14% de la población afgana) apenas reciben una cuarta parte. El resto se pierde entre los grupos insurgentes, los funcionarios corruptos y las mafias.

A unos 40 kilómetros al suroeste de la capital, Kabul, el extenso valle de Aynak fue hace unos años el principal campo de entrenamiento de Al Qaeda, y donde se sospecha que se preparó el 11-S. Pero también fue ahí donde los soviéticos detectaron una de las principales reservas del mundo de cobre, valorada en 88.000 millones de dólares. Una empresa china obtuvo el año pasado los derechos de explotación por 30 años a cambio de 3.000 millones de dólares por la concesión y 400 millones más cada año. Así se retomará una industria minera que comenzó antes de Alejandro Magno. También desde esa época Afganistán fue el principal productor de lapislázuli del mundo hasta el descubrimiento de las minas chilenas. Hay que añadir el gas natural, hierro, carbón, piritas, esmeraldas, mármol, oro, calcita, sal, topacios, turmalina, tantalita, etc.

El gobierno afgano ni siquiera sabe con exactitud cuáles son todas sus riquezas, porque el país carece de la tecnología para continuar las prospecciones iniciadas por los soviéticos y suecos en los años 50.

Estos datos hacen dudar sobre las verdaderas intenciones de Estados Unidos y las razones por las que decidieron que había que democratizar Afganistán en 2001. En cualquier caso, no parece que el enorme despliegue internacional de tropas y recursos comenzase pensando en el beneficio de la ciudadanía afgana.

Es bueno recordar que también los soviéticos quisieron modernizar Afganistán, pero enviaron muchos más carros blindados que ayuda económica y sus ingenieros estuvieron más interesados en descubrir cobre y gas que en permitir que los afganos se autogobernasen. Tuvieron que irse derrotados, como los británicos antes que ellos.

Ocho años después de la invasión (los soviéticos aguantaron nueve), el Washington Post desvelaba que el general McChrystal, la máxima autoridad militar norteamericana en Afganistán, había advertido a la Casa Blanca este pasado agosto que si no se producían nuevos envíos de tropas en 2010 la guerra «probablemente terminará en derrota».

Si la derrota está tan cerca como parece no será únicamente debido a causas militares. En Afganistán se han gastado varias decenas de miles de millones de euros, pero apenas han llegado a la población civil, como señala el gobierno y diversas ONG. No extraña que la ciudadanía vea la situación como una invasión militar engalanada con discursos de reconstrucción y democracia.

Lo peor de todo es que aunque se retirasen ahora las tropas de la OTAN, lo más probable sería que Pakistán o Irán, directa o indirectamente, ocupasen el vacío de poder. Afganistán es un enclave estratégico tan importante que parece condenado a ser siempre un peón en el juego de las potencias. Y éstas, a invadir el país y salir derrotadas.

Publicado por Noticias de Alava-k argitaratua