La vulnerabilidad de Dubai

Cuando los británicos anunciaron su retirada militar del Golfo, de la legendaria «Costa de los piratas», aspiraban a que  todos sus principados árabes constituyesen una federación. Pero la independencia del diminuto archipiélago de Bahrein y de la península de Qatar frustró su proyecto.

La «Federación de los Emiratos árabes» de 1971 solo agrupó a Abu Dhabi,  Dubai, Charja, Ras el Kaima, Fujaira y Um el Qawain. Esta nueva entidad política,  al principio muy frágil y desigual, dominada por los dos más ricos y poblados emiratos, Abu Dhabi y Dubai, ya contaba, entonces, con la renta per capita más alta del mundo.

La rivalidad entre las dinastías reinantes de estas Ciudades-Estado forzó a un compromiso por el que el jeque de Abu Dhabi ostentaría el cargo de la presidencia, haciendo de su feudo la capital del nuevo estado, mientras que el príncipe de Dubai sería su vicepresidente. Los restantes emiratos, sin su riqueza petrolífera, aún estaban habitados por una población pobre, dedicada a bucear el mar de Esmeralda en busca de perlas y a las faenas de la pesca.

La historia de Dubai, antaño hiperbólicamente llamada por algunos de sus  desangelados canales la Venecia del Golfo, ha sido la historia del  éxito espectacular de la familia de los emires Al Maktum. Al alborear el siglo XIX era un humilde puertecito de pescadores, y en el siglo pasado se convirtió en el primer depósito maritimo del Golfo, culminando en los últimos años en esta espectacular y desafiante metrópolí de dos millones de habitantes, casi todos ellos  extranjeros, empleados en sectores de una economía muy diversificada.

A partir del petróleo ha fomentado su infraestructura urbana, sus zonas francas, su especulación inmobiliaria, sus inversiones en Occidente, su lujosa industria turística. Dubai ha atraido capitales extranjeros como ningún otro país árabe. Mientras ciudades como Bagdad y Beirut eran destruidas por las guerras, y deshauciadas por el mundo, Dubai se ha ido convirtiendo en la otra cara de  los árabes, en la ciudad más cosmopolíta de la Federación, en el paradigma de la época postpetrolífera.

Ha aspirado a ser la ciudad global del mundo. Con una población formada por  habitantes de ciento cuareinta naciones diferentes, sobre todo asiáticas, europeas, sólo su quince por ciento es autóctona. En tres décadas he visto su fulgurante ascensión.

Dubai es una de las escalas más frceuntedas para los aviones rumbo a  Teherán, y es un pulmón de escape, no sólo para sus turistas, sino también para sus hombres de negocios. En poco tiempo se ha hecho difícil reconocer la ciudad, por ejemplo la carretera del aeropuerto, con su brazo de mar en cuyas orillas se amarraban las tradicionales embarcaciones del Golfo o dhoves.

Sus extravagantes archipiélagos artificiales en forma de plamera o de globo terráqueo, sus altas torres, su flamante y sofisticado metro, han creado su nuevo paisaje urbano. El arte, el cine, la moda, han encontrado una plaza privilegiada en Oriente.

Pero detrás de este emporio de lujo, de noche Los  Angeles, de día Singapur, viven docenas de miles de obreros asiáticos en miserables bloques de casas. Ningún grave conflicto social, ni atentado terrorista -Dubai goza de un talante liberal pero con una estricta vigilancia policíaca-  ha  perturbado su camino hacia el futuro.

Su soberano Mohamad Al Maktum ha sabido capear guerras y turbulencias  políticas en una región tan insegura como  peligrosa. Pero la vulnerabilidad de  Dubai, y no sólo por su actual crisis financera, que presume ser la ciudad alegre y  confiada del Golfo, está a flor de piel.

Publicado por La Vanguardia-k argitaratua