Sin Cataluña

Este martes asistí a la presentación que los señores del Centro Catalán de Negocios (CCN) (www.ccn.cat) hicieron en Sant Cugat. De paso, presentaban como primicia lo que ellos han bautizado como Nómina catalana. Los señores del CCN han tenido la buena idea de preguntarse qué sucedería si una parte del déficit fiscal fuera a reducir impuestos. Si esto nunca tiene lugar, será de agradecer. Las nóminas se verían engrosadas sustancialmente, y el impacto que tendría sobre la economía desde el punto de vista del aumento del consumo interno sería importante. La presentación en cuestión, hecha con gran empuje, suma esfuerzos. Este trabajo, de una pedagogía indiscutible, me lleva a reflexionar sobre otro aspecto.

Hasta hoy, muchas instituciones y estudiosos han publicado trabajos macroeconómicos sobre la viabilidad económica de Cataluña como Estado independiente. Está bien que se hagan estudios de este tipo, pero me parecen de sobra. La viabilidad de Cataluña es evidente. Si Cataluña no fuera viable económicamente como Estado libre, la mayoría de países de la UE tampoco lo serían y tendrían que cerrar. Lo que echo de menos de verdad, sin embargo, es un estudio sobre la viabilidad de España. Quiero decir del tipo de viabilidad que, hasta ahora, ha tenido. Les hablo de un estudio que calibre los perjuicios económicos que, en la España resultante, provocaría la independencia de Cataluña. No hay duda de que la separación haría daño al bolsillo y a la clase política española. Estos programas “sociales” que se reparten al estilo Evita Perón y con los cuales el actual gobierno español se mantiene, probablemente no serían posibles sin los impuestos de los catalanes.

Sólo algunos datos: las ayudas que la UE habrá destinado en España entre el 1986 y el 2013 (122.000 millones de euros en 27 años), equivalen a 6 años de déficit fiscal de Cataluña. Es evidente que determinados ritmos de vida españoles se tendrían que acabar. Cambios de sexo gratuitos, universalidad indiscriminada de la seguridad social, sentarse en la misma mesa que algunos socios de la UE considerados “grandes”, autovías gratuitas, etc. En definitiva, hay que pensar que el nivel general de vida en España bajaría notablemente. Su consideración internacional, también.

Todo esto lo digo porque hay que conocer las consecuencias de nuestras acciones –a las cuales tenemos derecho. Pero para actuar correctamente hay que saber de la forma más precisa posible los daños infligidos al contrincante. Por el simple hecho de que su reacción estará condicionada. Demasiado a menudo, ante el tema de la independencia de Cataluña, se ventila la reacción española diciendo que todo lo hacen con el estómago, visceralmente, etc. Y esto es cierto, pero sólo en parte. Si el País Vasco y Navarra tienen el concierto económico, y Cataluña no, es porque con ellos (2,8 millones de habitantes) el tema es soportable. Pero añadiendo Cataluña al sistema de concierto (cosa que equivale a sustraer en España 10 millones de contribuyentes), España no es viable –como mínimo no como se entiende ahora.

Los catalanes, desde la batalla de Muret, no nos hemos distinguido por escoger correctamente entre las opciones que se nos presentaban. Quiero decir que no hemos destacado por nuestra capacidad estratégica. De lo contrario no estaríamos siempre donde estamos: puro estado de supervivencia. A menudo acostumbramos a elegir caminos difíciles sin contar con una estrategia lo suficientemente calibrada y, cuando todo se hunde, buscamos a quién echar la culpa y reclamamos derechos. Y este es un aspecto preocupante, puesto que, retroalimentado por el progresismo que ha invadido Cataluña en los últimos decenios, hemos asumido como cierto un principio falso: que en un proceso de lucha, uno acaba obteniendo aquello a lo que tiene derecho. Mentira. En una negociación, lucha, o díganle cómo quieran, se obtiene aquello que uno es capaz de conseguir. No se engañen.

Cataluña sólo obtendrá la independencia si hace las cosas muy bien hechas. Y esto incluye tener el máximo de información. Y utilizarla con inteligencia. No será una fiesta, con gigantes, talleres para los niños, chocolatada, y tiendecillas medievales por las calles. Será una tarea dura. Y, si alguna vez se consigue, no será exactamente como lo habíamos imaginado. Para pedir la independencia hacen falta ganas. Quitarse el miedo de encima. Es cierto. Pero hace falta, sobre todo, armarse de estrategia.

Publicado por Sin Cataluña-k argitaratua