¿Demasiado grande como para una reforma?

Se dice que el mejor periodismo es el primer borrador de la historia. Too Big to Fail de Andrew Ross Sorkin sin duda merece esa designación. Como actor secundario de los eventos dramáticos descritos por Sorkin (soy director independiente de Morgan Stanley en mi tiempo libre), puedo confirmar que refleja con exactitud la atmósfera de caos e incertidumbre que reinaba en Nueva York en el otoño de 2008.

Fue una época en que las placas tectónicas parecían estar moviéndose debajo de nosotros. Las instituciones que parecían sólidas como peñones de Gibraltar se revelaron como volcanes humeantes, en riesgo de disolución inminente en lava y cenizas. Incluso Goldman Sachs siguió existiendo gracias a las amables atenciones de la Reserva Federal de los Estados Unidos. Al otro lado del Atlántico, el gobierno británico se encontró orgulloso propietario del 80% del Royal Bank of Scotland, que, según algunas mediciones, había sido desde hace algún tiempo el banco más grande del mundo.

La experiencia fue una lección para los bancos, los reguladores, los bancos centrales y los tesoros, que comprensiblemente no estaban preparados para una crisis así de amplia. No tenían ni las herramientas ni las competencias.

La conclusión primordial que se desprende de cualquier análisis de estos eventos desafortunados es que nada volverá a ser igual: la relación entre el Estado y los mercados tendrá que reconsiderarse. Se requerirá de un nuevo “contrato social” entre las finanzas y las personas a través por sus gobiernos.

Es fácil decirlo, pero los gobiernos, individual y colectivamente, siguen luchando por la redefinición de los términos de ese contrato. El progreso ha sido insoportablemente lento, en parte porque los funcionarios han sido los que apagan el fuego, y en parte porque los urgentes imperativos políticos internos compiten con el deseo de establecer nuevos mecanismos que sean globalmente aplicables y que ofrezcan una base estable para el sistema financiero internacional y eviten un arbitrio reglamentario y la desglobalización de las finanzas.

Como resultado, estamos viendo surgir diferentes enfoques nacionales de regulación. En los Estados Unidos, el principal motor de la toma de decisiones de las instituciones más grandes lo constituyen las pruebas de resistencia a la crisis de la Reserva, que en esencia suponen que todo lo que podría salir mal saldrá mal. En Suiza, la relación endeudamiento-capital ahora es central. En otros lados, varias versiones de los acuerdos de Basilea 1y 2 sobre las normas bancarias internacionales están operando, en algunos casos con suplementos ad hoc .

Un nuevo Consejo global de estabilidad financiera está tratando de entender todo esto, y también de trabajar en un nuevo “mecanismo macro-prudencial” que refleje los riesgos en todo el sistema. No obstante, carece de autoridad formal para imponer un enfoque común de capital (el G-20 debería darle uno).

No hay muchos avances que informar en lo relativo al problema de muy grande como para quebrar. ¿Qué debería hacerse en cuanto a los gigantes de la jungla financiera? –algunos de ellos creados expresamente por los propios gobiernos en el punto crítico de la crisis. El libro de Sorkin nos recuerda que hace sólo 18 meses, la administración estadounidense encontró la respuesta al crear bancos cada vez más y más grandes, bajo el débil argumento de que al unir dos barcos que se hunden de algún modo se lograría hacerlos aptos para navegar. El gobierno británico hizo lo mismo, al actuar como comadrona de la combinación Lloyds-Halifax Bank of Scotland, generalmente ahora visto como un gran error.

No es un secreto que las autoridades públicas están fuertemente divididas en este asunto. En la esquina roja, por así decirlo, tenemos al ex presidente de la Reserva, Paul Volcker y al actual gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, revolucionarios no naturales. Les gustaría dividir los megabancos y especialmente separar la banca minorista de la que realiza operaciones con valores, o lo que ahora frecuentemente se llama “banca de casino” (de hecho, la analogía es injusta para los propietarios de casinos, que tienen un historial mucho más fuerte de gestión de riesgo que muchos de los bancos de inversión).

En la esquina azul está el secretario del tesoro estadounidense, Tim Geithner, y su homólogo británico, Alistair Darling, que señalan que un reavivamiento de la Ley Glass-Steagall, la cual separaba la banca de inversión de la banca comercial, no es apropiado para los mercados actuales. Creen que las instancias reguladoras pueden cercar el capital respaldando diferentes líneas de negocios, para prevenir el riesgo de contagio, y tal vez imponer una sobrecarga a las grandes firmas “sistémicas”, a fin de reflejar el precio de su respaldo implícito del banco central y el gobierno. Dependiendo del tamaño, esto podría limitar las ambiciones de las instituciones que han sido claramente “muy grandes como para gestionar”, así como “muy grandes como para quebrar”, que es la combinación más temible.

¿Cuál es mi postura en este animado debate? Pienso que es deseable más diversidad en la banca y más competencia. Ciertamente tras la crisis ha habido demasiada concentración en Reino Unido y en otras partes de Europa. Neelie Kroes, la comisaria de competencia saliente de la UE, con seguridad tenía la razón al exigir algo de desinversión de las ramas de los grupos más grandes, aunque se dice que no llegó lo suficientemente lejos. También es alentador que los fondos de capital privado estén interesados en la creación y financiamiento de nuevos operadores. Necesitamos capital nuevo, y nuevos enfoques de gestión, en el sector bancario.

Sin embargo, estoy nervioso por la idea de que los reguladores estén en mejor posición para determinar la forma futura de los mercados. ¿Si las autoridades aparecen como las que permitieron la creación de nuevas instituciones, podrían no sentirse obligadas a apoyarlas, pase lo que pase? Con el tiempo, el objetivo debe ser indudablemente reducir al mínimo la proporción del sector financiero que está sujeto a alguna forma de garantía estatal. Un sistema bancario diseñado por reguladores dificultaría más la consecución de ese objetivo.

Copyright: Project Syndicate, 2009.

Traducción de Kena Nequiz

Howard Davies, ex presidente de la Oficina de servicios financieros de Gran Bretaña y ex gobernador del Banco de Inglaterra, actualmente es director de la London School of Economics.  Su libro más reciente es Global Financial Regulation.

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