¿El poder militar se está volviendo obsoleto?

¿El poder militar se volverá menos importante en las próximas décadas? Es cierto que la cantidad de guerras de gran escala entre estados sigue decayendo y que es improbable el enfrentamiento entre democracias avanzadas y sobre muchas cuestiones. Pero, como dijo Barack Obama en la ceremonia de aceptación del Premio Nobel de la Paz en 2009, “debemos empezar por reconocer la difícil verdad de que no erradicaremos el conflicto violento en nuestras vidas. Siempre habrá momentos en los que los países –de manera individual o en concierto- encontrarán que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino moralmente justificable”.

Cuando la gente habla de poder militar, tiende a pensar en términos de los recursos que sustentan el comportamiento de poder duro de luchar y amenazar con luchar –soldados, tanques, aviones, barcos y demás-. Al final, si existe la presión de dar empellones, esos recursos militares importan. Napoleón genialmente dijo que “Dios está del lado de los grandes batallones” y Mao Zetung sostenía que el poder proviene del cañón de un arma.

En el mundo de hoy, sin embargo, los recursos militares van mucho más allá de las armas y los batallones y, el comportamiento de poder duro, más allá del combate y la amenaza de combate. El poder militar también se utiliza para ofrecer protección a aliados y asistencia a amigos. Este uso no coercitivo de los recursos militares puede ser una fuente importante de comportamiento de poder blando a la hora de armar agendas, persuadir a otros gobiernos y atraer apoyo en la política mundial.

Incluso cuando piensan sólo en combate y amenazas, muchos analistas se centran exclusivamente en una guerra entre estados, y se concentran en soldados de uniforme, organizados y equipados por el estado en unidades militares formales. Pero en el siglo XXI, la mayoría de las “guerras” ocurren dentro de, y no entre, estados y muchos combatientes no usan uniforme. De 226 conflictos armados significativos entre 1945 y 2002, menos de la mitad en los años 1950 se libraron entre estados y grupos armados. Para los años 1990, esos conflictos eran la forma dominante.

Por supuesto, la guerra civil y los combatientes irregulares no son nuevos, tal como lo reconoce incluso la ley tradicional de guerra. Lo que sí es nuevo es el aumento del combate irregular, y los cambios tecnológicos que ponen un poder cada vez más destructivo en manos de pequeños grupos que habrían quedado fuera del mercado de destrucción masiva en épocas anteriores. Y la nueva tecnología ha aportado una nueva dimensión a la guerra: la perspectiva de ciberataques, con los cuales un enemigo –estado o no estado- puede crear una enorme destrucción física (o amenazar con hacerlo) sin un ejército que físicamente cruce la frontera de otro estado.

La guerra y la fuerza pueden haber disminuido, pero no han concluido. Más bien, el uso de la fuerza está adoptando nuevas formas. Los teóricos militares hoy escriben sobre una “guerra de cuarta generación” que a veces “no tiene campos de batalla o frentes definibles”; de hecho, la distinción entre civil y militar puede desaparecer.

La primera generación de guerra moderna reflejaba la táctica de línea y columna con posterioridad a la Revolución Francesa. La segunda generación se basaba en el poder de fuego masivo y culminó en la Primera Guerra Mundial; su eslogan era que la artillería conquista y la infantería ocupa. La tercera generación surgió de la táctica desarrollada por los alemanes para romper tablas con la guerra de trincheras en 1918, que Alemania perfeccionó en la táctica Blitzkrieg que le permitió derrotar a fuerzas de tanques más grandes francesas y británicas en la conquista de Francia en 1940.

Tanto las ideas como la tecnología impulsaron esos cambios. Lo mismo es válido para la cuarta generación de guerra moderna de hoy, que se centra en la sociedad y la voluntad política del enemigo para luchar.

Los grupos armados ven el conflicto como una continuidad de operaciones políticas y violentas irregulares en un período prolongado que permitirá el control de las poblaciones locales. Se benefician del hecho de que decenas de estados débiles carecen de la legitimidad o la capacidad para controlar su propio territorio de manera efectiva. El resultado es lo que el general Sir Rupert Smith, ex comandante británico en Irlanda del Norte y los Balcanes, llama “guerra entre la gente”. En estas guerras híbridas, las fuerzas convencionales e irregulares, los combatientes y los civiles, y la destrucción física y la guerra de información se entrelazan estrechamente.

Aún si la perspectiva o amenaza de uso de la fuerza entre estados se ha tornado menos probable, conservará un alto impacto, y son precisamente estas situaciones las que llevan a actores racionales a comprar un seguro muy caro. Estados Unidos probablemente sea el principal emisor de este tipo de políticas de seguro.

Esto lleva a un punto más general sobre el papel de la fuerza militar en la política mundial. El poder militar sigue siendo importante porque estructura la política mundial. Es cierto que en muchas relaciones y cuestiones, a los estados cada vez les resulta más difícil o costoso el uso de la fuerza militar. Pero el hecho de que el poder militar no siempre sea suficiente en situaciones determinadas no implica que haya perdido la capacidad de estructurar las expectativas y forjar los cálculos políticos.

Los mercados y el poder económico descansan en las estructuras políticas: en condiciones caóticas de gran incertidumbre política, a los mercados les va mal. Las estructuras políticas, a su vez, descansan en las normas y las instituciones, pero también en la gestión del poder coercitivo. Un estado moderno bien ordenado está definido por un monopolio sobre el uso legítimo de la fuerza, lo que les permite operar a los mercados internos.

A nivel internacional, donde el orden es más tenue, las preocupaciones residuales sobre el uso coercitivo de la fuerza, incluso si la probabilidad es baja, pueden tener efectos importantes. La fuerza militar, junto con las normas y las instituciones, ayuda a ofrecer un grado mínimo de orden.

Desde un punto de vista metafórico, el poder militar ofrece un grado de seguridad que es al orden político y económico lo que el oxígeno es a la respiración: apenas se lo percibe hasta que empieza a tornarse escaso. Una vez que esto ocurre, su ausencia domina todo lo demás.

En este sentido, el papel del poder militar en la estructuración de la política mundial probablemente persista bien entrado el siglo XXI. El poder militar no tendrá para los estados la utilidad que tuvo en el siglo XIX, pero seguirá siendo un componente crucial de poder en la política mundial.

 

Copyright: Project Syndicate, 2010.

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Traducción de Claudia Martínez