¿Un año de discordia entre Estados Unidos y China?

En 2009, la revista Forbes nombró al presidente estadounidense, Barack Obama, y al presidente chino, Hu Jintao, “las personas más poderosas del mundo”. En 2010, descubriremos que ninguno de ellos tiene el poder de mantener en cauce las relaciones entre Estados Unidos y China. Estas son malas noticias para quienes creen que la cooperación chino-norteamericana es esencial para revivir la economía global, enfrentar el desafío del cambio climático, contener las amenazas de la proliferación nuclear y hacer frente a una serie de otros problemas sin fronteras. También son malas noticias para Estados Unidos y China.

Diez es el número a tener en cuenta: el 10% de desempleo en Estados Unidos y el potencial crecimiento del 10% del PBI de China van a colisionar como frentes climáticos generando una tormenta. El populismo norteamericano se topará con el orgullo chino. Y el clima político febril creado por las elecciones de mitad de período en Estados Unidos implica que la relación bilateral más importante del mundo va camino a una verdadera turbulencia este año.

Estados Unidos y China hoy conviven con una suerte de destrucción económica mutuamente asegurada, y ambos presidentes lo saben. Estados Unidos necesita a China para financiar su creciente deuda, y China necesita a los norteamericanos para comprar sus productos.

De hecho, el impacto breve y agudo que China absorbió a raíz de la crisis financiera ha demostrado que su crecimiento económico todavía depende de la demanda de los consumidores en Estados Unidos, Europa y Japón –cosa que seguirá siendo así por algún tiempo más-. A los líderes chinos les gustaría virar el modelo de crecimiento de China hacia una mayor dependencia del consumo interno, pero ese es un proyecto a largo plazo. En el futuro previsible, dependerán de que los fabricantes locales creen los empleos que protejan los objetivos de crecimiento de China y el monopolio del Partido Comunista en el poder político interno.

El miedo de fábricas cerradas y salarios perdidos impulsó al gobierno de China el año pasado a lanzar un masivo programa de estímulo para proteger los empleos y restaurar el crecimiento. Funcionó. China, con mucha menos exposición que Occidente a activos bancarios tóxicos, vuelve a estar en carrera mientras Estados Unidos lucha por ponerse de pie.

En una encuesta reciente de Pew, el 44% de los participantes norteamericanos dijo que China era “la principal potencia económica del mundo”. Apenas el 27% se inclinó por Estados Unidos. Sin duda, una eventual recuperación norteamericana es inevitable, pero el crecimiento de la tasa de empleo normalmente demora más en recuperarse. Mientras los votantes estén preocupados por sus billeteras, demócratas y republicanos competirán para defender a los trabajadores estadounidenses. A medida que se acerquen las elecciones de noviembre, muchos legisladores norteamericanos exigirán que el país con un 10% de desempleo persuada al país con un 10% de crecimiento que deje de torcer las reglas comerciales y manipular el valor de su moneda.

El liderazgo chino, por su parte, querrá saber por qué los defensores del libre mercado en Washington amenazan con más proteccionismo. Ya que, mientras el crecimiento de China se acelere, los desequilibrios comerciales agudicen las frustraciones norteamericanas y se acerquen las elecciones, los legisladores de ambos partidos políticos estadounidenses amenazarán con una acción punitiva contra China en una variedad de temas.

La administración Obama ya ha tomado medidas contra las exportaciones chinas de neumáticos y tubos de acero, pero la confrontación de este año se extenderá mucho más allá del comercio. Cuando el Congreso inicie el debate sobre el cambio climático, por ejemplo, y algunos legisladores reclamen un sistema de fijación de límites máximos e intercambio de los derechos de emisión, otros querrán saber por qué Estados Unidos debería aceptar compromisos vinculantes para limitar las emisiones mientras los chinos se niegan a hacerlo.

Los líderes de China, sin ningún ánimo de desempeñar el papel de chivo expiatorio, usarán el creciente orgullo nacional para alentar su posición y endurecer su postura en las negociaciones. El gobierno chino ha invertido intensamente en los últimos años en compañías estatales y en “paladines nacionales” privados, principalmente para asegurar que China se beneficie del poder de los mercados al mismo tiempo que el liderazgo controla lo más posible el botín. Para ayudar a estas usinas domésticas a aumentar su influencia en el mercado, el gobierno muchas veces las favorece a expensas de los competidores extranjeros. Una retórica y una acción comercial hostil por parte de Estados Unidos les darán a los líderes de China una excusa para acelerar esta tendencia.

La administración Obama también quiere que China comparta más la carga del liderazgo internacional. Esto incluye ayudar a Estados Unidos a aplicar más presión sobre países como Irán, Sudán y Myanmar que siguen desafiando la voluntad de la comunidad internacional –y con quienes esas compañías estatales chinas han establecido lucrativas relaciones comerciales que sirven a los intereses económicos y políticos del gobierno chino-. Los líderes de China, no dispuestos a hacer concesiones en ninguna cuestión que pueda minar sus objetivos domésticos, siguen resistiéndose.

Una guerra comercial a gran escala es improbable. Ambos gobiernos saben que los riesgos son demasiado altos para ambas economías, y Obama y Hu seguirán trabajando intensamente para intentar que las cosas continúen avanzando en una dirección constructiva. Pero ninguno de los dos presidentes puede garantizar que la recriminación y el reproche no cobren vida propia.

Por ejemplo, si otra cuestión de seguridad de producto relacionada con importaciones chinas llega a los titulares en Estados Unidos, las cosas podrían pasar rápidamente de la desilusión a la verdadera furia.   A la mayoría de los norteamericanos les importa poco la política monetaria de China o su postura en materia de derechos de propiedad intelectual. Pero si los productos fabricados en China amenazan su salud y seguridad, seguramente habrá legisladores oportunistas dispuestos a avivar las llamas.

La elección presidencial norteamericana de 2008 fue la última en la que una mayoría abrumadora de votantes estadounidenses desconocían la postura de los candidatos respecto de China, ni les interesaba conocerla. Las autoridades en Beijing, cada vez más sensibles a las críticas estadounidenses, se mostrarán dispuestas a intercambiar acusaciones así como bienes y servicios o buenas ideas. Es por esto que a “la gente más poderosa del mundo” ahora se le avecinan tiempos más difíciles para trabajar en conjunto y así enfrentar los más duros desafíos de hoy.

 

Copyright: Project Syndicate, 2010.

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Traducción de Claudia Martínez

Ian Bremmer is President of Eurasia Group and a Senior Fellow at the World Policy Institute.