Las contradicciones de la Primavera Árabe

El espíritu de 1968 fluye por la Primavera Árabe y el movimiento Ocupad, así como los intentos a contracorriente de reprimir la rebelión

 

 

Se dice convencionalmente que la agitación en los países árabes, llamada Primavera Árabe, fue desencadenada por la autoinmolación de Mohamed Bouazizi en una pequeña aldea de Túnez el 17 de diciembre de 2010. La masiva simpatía despertada por ese acto condujo, en un tiempo relativamente breve, a la destitución del presidente de Túnez y luego a la del presidente de Egipto. En un orden muy rápido, la agitación se extendió a casi todos los Estados árabes, y persiste.

La mayor parte de los análisis que leemos en los medios o en Internet hacen poco caso de la contradicción fundamental de este fenómeno, que la denominada Primavera Árabe está compuesta de dos corrientes muy diferentes que van en direcciones radicalmente diferentes. Una corriente es heredera de la revolución mundial de 1968. La “corriente 1968” que podría llamarse mejor la “segunda rebelión árabe”,

Su objetivo es conquistar la autonomía global del mundo árabe que trató de lograr la “primera rebelión árabe”. La primera rebelión fracasó primordialmente debido a las exitosas medidas franco-británicas para frenarla, cooptarla, y reprimirla.

La segunda corriente es el intento de todos los protagonistas geopolíticos importantes de controlar a la primera corriente, en la que cada cual actúa para desviar la actividad colectiva del mundo árabe de maneras que redundarían en una ventaja relativa para cada uno de esos protagonistas por separado. Los protagonistas en este caso consideran que la “corriente 1968” es altamente peligrosa para sus intereses. Han hecho todo lo posible para desviar la atención y la energía de los objetivos de la “corriente 1968”, en lo que considero como la gran distracción.

El pasado no llevó a ninguna parte

¿Qué quiero decir con “corriente 1968”? Hubo dos características esenciales de la revolución de 1968 que continúan siendo relevantes para la situación actual del mundo. Primero, los revolucionarios de 1968 protestaban contra la conducta inherentemente antidemocrática de los que detentan la autoridad. Fue una rebelión contra el uso (o abuso) de la autoridad en todos los ámbitos: el ámbito del sistema mundial en su conjunto; el ámbito de los gobiernos nacionales y locales; el ámbito de las múltiples instituciones no gubernamentales en las cuales la gente participa o a las que está subordinada (como en los sitios de trabajo, las estructuras educativas o los partidos políticos y sindicatos).

En el lenguaje que se desarrolló posteriormente, los revolucionarios de 1968 estuvieron contra la toma vertical de decisiones y a favor de la toma horizontal, participativa y por ello popular. En general, aunque hubo excepciones, la “corriente 1968” estuvo profundamente marcada por la versión de Satyagraha desarrollada por Mahatma Gandhi o la que aplicaron Martin Luther King y sus colaboradores o, por cierto, versiones más antiguas como la de Henry David Thoreau.

En la “Primavera Árabe” pudimos ver fuertemente en acción esta corriente en Túnez y Egipto. Fue el rápido apoyo público a esta corriente lo que aterró a los que detentaban el poder, los gobernantes de todos los Estados árabes sin excepción, los gobiernos de los Estados “exteriores” que tenían una presencia activa en la geopolítica del mundo árabe, incluso los gobiernos de Estados muy distantes.

La difusión de una lógica antiautoritaria, y especialmente su éxito en cualquier parte, amenazaba a todos ellos. Los gobiernos del mundo unieron sus fuerzas para destruir la “corriente 1968”.

Un movimiento mundial creciente

Hasta ahora no han podido lograrlo. Por cierto, al contrario, la corriente gana fuerza en todo el mundo, desde Hong Kong a Atenas, Madrid, Santiago, Johannesburgo y Nueva York. No es solo el resultado de la Primavera Árabe, ya que las semillas e incluso las revueltas en otros sitios fueron anteriores a diciembre de 2010. Pero el hecho de que haya ocurrido de un modo tan drástico en el mundo árabe, que antes estaba considerado como bastante indiferente a una corriente semejante, ha agregado considerable impulso al creciente movimiento mundial.

¿Cómo han respondido los gobiernos a la amenaza? En realidad solo hay tres maneras de reaccionar ante una amenaza semejante: represión, concesiones y desviación. Las tres reacciones se han utilizado y, hasta cierto punto, su uso ha logrado algún éxito.

Desde luego, las realidades políticas internas de cada Estado son diferentes, y por eso la dosis de represión, concesiones y desviación han variado de un Estado a otro.

Sin embargo, pienso que la característica decisiva es la segunda característica de la revolución mundial de 1968. Esta incluyó de modo muy importante una revolución de la “gente olvidada”, los que habían sido excluidos de las preocupaciones de las principales fuerzas organizadas de todos los colores políticos. A las personas olvidadas les dijeron que sus preocupaciones, sus quejas, sus demandas, eran secundarias y debían postergarse hasta que se resolvieran otras ocupaciones primordiales.

¿Quiénes eran esas personas olvidadas? Ante todo las mujeres, la mitad de la población del mundo. En segundo lugar los que se definían en un Estado dado como “minorías”, un concepto que no es realmente numérico sino más bien social (y que se ha definido usualmente en términos de raza, religión, lengua o una combinación de las tres).

Aparte de las mujeres y las “minorías” sociales, existe una larga lista de otros grupos que también proclamaron su insistencia en que no los olvidasen: los que tenían “otras” preferencias sexuales, los minusválidos, los que fueron poblaciones “indígenas” en una zona que había sido sometido a la inmigración de poderosos extranjeros en los últimos 500 años, los que estaban profundamente preocupados por las amenazas al medio ambiente, los pacifistas. La lista siguió creciendo, mientras más y más “grupos” se daban cuenta de su condición de “gente olvidada”.

Si uno analiza un Estado árabe tras otro, se da cuenta con bastante rapidez de que la lista de gente olvidada y su relación con el régimen en el poder varía considerablemente. De ahí, el grado de variación de las “concesiones” que pueden limitar las rebeliones. También varía el grado en el que la “represión” es fácil o difícil para el régimen. Pero sin duda alguna, todos los regímenes quieren, ante todo, permanecer en el poder.

Una manera de permanecer en el poder es que algunos de los que se encuentran en él se suman al levantamiento, librándose de un personaje, sea el presidente o el gobernante, para reemplazarlo por las pseudo-neutrales fuerzas armadas. Es exactamente lo que pasó en Egipto. Por eso se quejan los que hoy vuelven a ocupar la Plaza Tahrir en Egipto mientras tratan de reavivar la “corriente 1968”.

El problema de los principales protagonistas geopolíticos es que no están seguros de cómo “distraer” mejor la atención y proteger sus propios intereses en medio de la agitación. Consideremos lo que tratan de hacer los diversos protagonistas y en qué grado han tenido éxito. Entonces podremos evaluar mejor las perspectivas de la “corriente 1968” actual y en el futuro relativamente cercano.

Redención ex colonial

Deberíamos comenzar la historia por Francia y Gran Bretaña, las debilitadas ex potencias coloniales. A ambas las pillaron desprevenidas Túnez y Egipto. Sus dirigentes se habían beneficiado personalmente, como individuos, de las dos dictaduras. No solo las apoyaron durante los levantamientos, sino que las asesoraron activamente de cómo reprimirlos.

Finalmente, y muy tarde, se dieron cuenta de su gran error político. Tenían que encontrar un camino para redimirse. Lo encontraron en Libia.

También Muamar Gadafi, exactamente como los franceses y británicos, había dado su pleno apoyo a Zine El Abidine Ben Ali y a Hosni Mubarak. Por cierto, Gadafi es quien fue más lejos y deploró sus renuncias. Obviamente estaba muy atemorizado por lo que sucedía en los dos países vecinos. Sin duda, no hubo gran cosa en el sentido de una verdadera “corriente 1968” en Libia. Pero había numerosos grupos descontentos. Y cuando esos grupos iniciaron su revuelta, Gadafi lanzó bravatas sobre la dureza que utilizaría para reprimirlos.

Francia y Gran Bretaña vieron la oportunidad que se les ofrecía.

A pesar del grado en el que esos dos países (y otros) habían tenido rentables negocios en Libia durante por lo menos una década, descubrieron repentinamente que Gadafi era un terrible dictador, y sin duda lo era. Para redimirse dieron su apoyo militar abierto a los rebeldes libios.

Actualmente Bernard-Henri Lévy alardea de cómo creó un vínculo directo entre el presidente Sarkozy de Francia y la estructura de los rebeldes libios sobre la base de una intervención activa para promover los derechos humanos.

Pero Francia y Gran Bretaña, por determinados que estuvieran, no podían derrocar a Gadafi sin ayuda. Necesitaban a EE.UU. Es obvio que Obama se mostró renuente al principio. Pero, bajo presión interior en EE.UU. (“para promover los derechos humanos”) añadió la ayuda militar y política de EE.UU. a lo que entonces llamaban una acción de la OTAN. Lo hizo sobre la base de que, a fin de cuentas, podría argumentar que no se perdió una sola vida estadounidense, solo vidas libias.

De la misma manera que se alteró Gadafi por el derrocamiento de Mubarak, lo hicieron los saudíes. Vieron la aquiescencia occidental (y su posterior aprobación) ante su partida como un precedente altamente peligroso. Decidieron seguir su propia línea independiente, la defensa del statu quo.

Lo defendieron ante todo en el interior, después en el Consejo de Coordinación del Golfo (y en particular en Bahréin), luego en otras monarquías (Jordania y Marruecos), después en todos los Estados árabes. Y en dos países vecinos en los que había el máximo de agitación –Yemen y Siria– comenzaron a iniciar una mediación en la que todo cambiaría para que nada cambiara.

Una corriente difícil de contener

El nuevo régimen egipcio, bajo ataque en el interior por parte de la “corriente 1968” y siempre sensible al hecho de que la primacía de Egipto en el mundo árabe había disminuido seriamente, comenzó a revisar su posición geopolítica, ante todo frente a Israel.

El régimen quería tomar distancia de Israel pero sin poner en peligro su capacidad de obtener ayuda financiera de EE.UU. Se convirtió en un activo propugnador de la reunificación del mundo político palestino dividido, esperando que esa reunificación no solo impusiera significativas concesiones de los israelíes sino que también dificultara el desarrollo de la “corriente 1968” entre los palestinos.

Dos países vecinos –Turquía e Irán– trataron de beneficiarse de la agitación árabe fortaleciendo su propia legitimidad como protagonistas en la arena de Medio Oriente. No era una tarea fácil para ninguno de ellos, especialmente porque tenían que preocuparse del grado en el cual la “corriente 1968” los amenazaría en el interior, los kurdos en Turquía, las múltiples facciones en la complicada política interior iraní.

¿E Israel? A Israel le ha afectado por doquier la perspectiva de “deslegitimización”, en el mundo occidental (incluso en Alemania y en EE.UU.), en Egipto y Jordania, en Turquía, en Rusia y China. Y todo el tiempo ha tenido que enfrentar una “corriente 1968” que ha surgido en la población judía de Israel.

 

Y, con todo este malabarismo político, la Primavera Árabe se ha convertido simplemente en una parte de lo que ahora es evidentemente una agitación mundial que tiene lugar por todas partes: Oxi en Grecia, indignados en España, estudiantes en Chile, los movimientos Ocupad que ahora se han extendido a 800 ciudades en Estados Unidos y otros sitios, huelgas en China y manifestaciones en Hong Kong, múltiples eventos en toda África.

 

La “corriente 1968” se expande a pesar de la represión, a pesar de concesiones y a pesar de la cooptación.

 

Y geopolíticamente, en todo el mundo árabe, el éxito de diversos protagonistas ha sido limitado, y en algunos casos contraproducente. La Plaza Tahrir se ha convertido en un símbolo en todo el mundo. Es verdad, muchos movimientos islamistas se han podido expresar abiertamente en Estados árabes en los que no podían hacerlo anteriormente. Pero lo mismo han hecho fuerzas seculares. Los sindicatos están redescubriendo su papel histórico.

Los que creen que la agitación árabe y la agitación mundial serán fenómenos pasajeros descubrirán en el próximo estallido de una burbuja (que podemos anticipar será bastante pronto) que no será tan fácil contener la “corriente 1968”.

Immanuel Wallerstein es profesor en el departamento de Sociología de la Universidad Yale y autor de unos 30 libros, incluidos The Modern World System, publicado en cuatro volúmenes, y se anticipan dos más. Las décadas de trabajo del profesor Wallerstein, crítico del capitalismo global y en apoyo a ‘movimientos antisistémicos’ han llevado a que sea reconocido como un experto de reputación mundial en el análisis social.

 

Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2011/11/20111111101711539134.html

 

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=139490