Un artículo del abuelo de Rajoy

Formó parte de la Comisión redactora del proyecto del primer Estatuto de Autonomía de Galicia, durante la II República, junto con Alexandre Bóveda, secretario del Partido Galeguista, fusilado por los sublevados el 17 de agosto de 1937, Día de la Galicia Mártir. El 19 de abril de 1932 había propuesto al Consistorio santiagués que tomara la iniciativa para conferir estatus legal a la implantación de la autonomía de Galicia, que se había demorado, pues en Cataluña y en Vascongadas ya se había iniciado. Comenzado el procedimiento, el Consistorio constituyó una comisión de organización, de la cual Rajoy fue su secretario. Dicha comisión convocó una asamblea preparadora para el 3 de julio de 1932, a la cual asistieron asociaciones, partidos políticos y personalidades políticas y culturales gallegas. Rajoy fue nombrado secretario de la Mesa definitiva. La asamblea acordó conceder a la Mesa un voto de confianza para nombrar a los diez miembros de una comisión que se encargaría de elaborar un proyecto de Estatuto de Autonomía. La proposición se aprobó por aclamación y en la misma se encontraba Rajoy. En el acto en que se constituyó la Comisión Redactora del Estatuto, 3 de julio de 1932, los miembros de la misma designaron a Rajoy para que fuese su secretario.

Al triunfar la sublevación de 1936 contra la República española, fue represaliado y privado de su Cátedra Universitaria en Santiago de Compostela. En 1952 se le permitió regresar al cargo, que había ocupado con anterioridad a 1936, de decano del Colegio de Abogados.

En noviembre de 1933, D. Enrique Rajoy, a la sazón secretario del Comité Regional de la Autonomía de Galicia escribió un elogioso artículo en El Pueblo Gallego, titulado En ruta hacia la nueva España. El plebiscito vasco y el plebiscito gallego, sobre el reciente triunfo del plebiscito del Estatuto Vasco, celebrado el 5 de noviembre del citado año. El periódico nacionalista El Día transcribió íntegra esa colaboración el domingo siguiente 12 de noviembre, que copio para que los avezados lectores vascos mediten y extraigan las correspondientes conclusiones, teniendo en cuenta la coyuntura de la época y que D. Enrique era republicano, moderado, autonomista, amigo de Castelao, galleguista, no nacionalista, pero serio, reflexivo, conciliador, dialogante, inteligente, integrador y razonador. Algunos párrafos resultarán anacrónicos para nuestra mentalidad actual, otros, sin embargo, premonitorios y vigentes. Solamente quisiera significar que el plebiscito para el Estatuto gallego, cuya fecha de celebración estaba inicialmente programada para el 17 de diciembre de 1933 como señalaba el articulista, no se realizó hasta el 28 de junio de 1936, porque las derechas triunfaron en las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933 y obstaculizaron por todos los medios tal celebración. La sublevación del 18 de julio haría inviable la aplicación estatutaria.

«El pueblo vasco, unido a Galicia en fuerte hermandad, ha dado un decisivo avance -el más difícil- en la ruta hacia su autonomía. El domingo último, acudió en masa a los colegios electorales y en más de un noventa por ciento del censo, hombres y mujeres votaron, enardecidos de entusiasmo el Estatuto de la autonomía vasca. En esa hora apoteósica del triunfo, cuando el corazón de los valientes hijos de Euzkadi vibraba de emoción, tuvieron un efusivo recuerdo para Galicia, y sus representantes populares dirigieron emotivos telefonemas al Comité de Autonomía Gallega, comunicándole el éxito, queriendo hacernos copartícipes de su alegría, y significando sus votos porque Galicia tenga un triunfo análogo en el referendum plebiscitario de su Estatuto, señalado para el próximo día 17 de diciembre.

Los partidos políticos de Vasconia votaron por el Estatuto, incluso los socialistas. En Eibar la masa obrera retiró su intervención de los colegios electorales y votó en bloque por su autonomía. El obispo de Vitoria dio también ejemplo de civismo y de amor a la tierra vasca, acudiendo a emitir su sufragio en favor del Estatuto. En San Sebastián, al conocerse el triunfo, el entusiamo fue delirante, las músicas recorrieron la ciudad y en la mayor parte de los pueblos vascos se lanzaron al vuelo las campanas de las iglesias, exteriorizando la alegría popular. ¡Bien por los vascos! ¡Gora Euzkadi gallegos! ¡Hurra por la tierra vascongada, hermana de Galicia y orgullo de la comunidad política española!

Y, ahora, electores de Galicia, unas breves reflexiones.

El 17 de diciembre va a celebrarse el plebiscito de vuestro Estatuto. Anda la cizaña tratando de infiltrarse entre vosotros. Os dice una porción de lugares comunes, tipo «standar», contra el Estatuto, con un desconocimiento total de su contenido o con una refinada maldad, a sabiendas de que lo que os predican es inexacto. ¡No les hagáis caso! Los enemigos del Estatuto son los que han venido ordeñando las ubres de Galicia, y naturalmente, no quieren la autonomía porque, al venir, no podrán seguir exprimiendo a la vaca gallega. Bien extenuada la tienen en tanto que han chupado en ella. ¡Que la dejen en paz! ¡Que se vayan! ¡Que le permitan reconstituirse, y Galicia, exhausta como resultado de tanto ordeñamiento, recobrará sus energías y renacerá con todo el vigor de sus poderosos elementos vitales!

La autonomía es la renovación, el despertar de todos los valores gallegos, el resurgimiento de las energías de nuestra raza sufrida, pero de fortaleza indomable, el desarrollo de nuestra propia cultura, la resurrección de nuestra economía, la puesta en marcha, conducida por nosotros mismos, de todos los motores que, en un futuro cercano, han de conducir a una Galicia espléndida y fuerte, célula de universalidad, orgullo de sus hijos, foco radiante de cultura en la comunidad civilizada. Significa, por tanto, la autonomía el progreso hacia el cual deben caminar, en marcha ascensional, los pueblos que no quieren morir.

En cambio, no ir al régimen de autonomía representa la quietud, el misoneísmo, el estancamiento, la persistencia en este colapso terrible y vergonzante por el que viene pasando la Tierra gallega, en este enervamiento desolador, castrador de energías y de iniciativas nobles, que es más enojoso que la muerte. No queda otro dilema gallegos: ¡O renovarse o vivir muriendo!

Os dicen que la autonomía es una cosa mala, que no es conveniente para Galicia, que debe seguir yacente nuestra tierra en el marasmo actual. Sin embargo, los pueblos más inteligentes, más ricos y de más sentido político y práctico de España, la apetecen. Cataluña ya consiguió el reconocimiento de su personalidad e inicia el nuevo régimen, cuyas ventajas no aparecerán en su plenitud hasta que se verifique el traspaso de servicios con los medios económicos adecuados; Vasconia acaba de votar su Estatuto. En Cataluña son autonomistas el elemento popular representado por la Ezquerra; el elemento plutocrático, que está encuadrado en la Lliga, el religioso, en su clero, cardenal y obispos; y el cultural, del que es exponente la Universidad. En las Vascongadas ocurre una cosa parecida. Ya habéis visto que votó el Estatuto el obispo de Vitoria y que las campanas de las iglesias se echaron al vuelo en señal de regocijo al triunfar el plebiscito.

¡Gallegos! ¡Reflexionad unos momentos! ¿Creéis vosotros que si la autonomía no fuese un bien, en el orden económico y en el cultural, la habrían querido los catalanes y los vascos? ¿Creéis que catalanes y vascos no saben lo que les conviene? ¿Vais a suponerles tan desprovistos de juicio que fueran a votar lo dañoso para sus intereses? Este solo hecho deberá bastar para que todos vosotros os diéseis cuenta de que la autonomía es un régimen de gran utilidad para el pueblo que lo obtiene. Esa reflexión única debiera ser suficiente para que, en el día del plebiscito que se avecina, votaseis todos por el Estatuto, que es el inicio, el alfa de la redención de la tierra gallega.

¿Que la autonomía de las regiones va contra la unidad del Estado español? Perdónales, Señor, que no saben lo que dicen.

El movimiento autonomista gallego -que no es obra del partido galleguista, sólo uno de sus elementos colaborantes como tantos otros- en el cual estamos, con la mayor pureza y altruismo, quienes no tenemos nada de común con el separatismo, lejos de ir contra la unidad española -no se confunda con la uniformidad- contribuye poderosamente a la verdadera integración orgánica de la comunidad política hispánica. Es una labor de ferviente españolismo. Para nosotros no es un medio para la secesión. Eso lo creerán algunos exaltados, hoy por fortuna, en minúscula minoría. Desde el momento en que se ha concedido el Estatuto a Cataluña -es un sueño pensar que se puede dar un salto atrás, y no habría partido solvente que, al encargarse del poder, se atreviera a ello, aunque pregone la oposición otra cosa- interesa a España que se extienda el régimen de las autonomías regionales. Así podrá establecer una integración orgánica del Estado español, de carácter general mediante una organización local a base de las regiones, sometidas a un ordenamiento jurídico, que contenga todos los resortes necesarios para mantener la unidad y la soberanía del Estado y reconozca y reconozca a aquellos órganos naturales de la institución política española, la facultad de establecer sus propias leyes interiores, dentro del ordenamiento general encaminado a mantener la armonía del conjunto.

De otro modo, desengáñense los españoloides, más papistas que que el papa, España formará de hecho un Estado dual.

Campañas insensatas o inconscientes y patrioteras prenderán en la masa que no ve más allá de sus propias narices y acentuarán su desafecto a Cataluña. Entonces, los catalanes, con la sagacidad que le caracteriza, tratará de armonizar su economía con la de otros países -Francia, tal vez- y, a la primera ocasión, ante cualquier ataque estulto de marcha de Cádiz o cualquier desaguisado de un gobierno idiota, romperán las amarras y surgirá fatal e inevitable la disgregación.

Es, pues, la labor que Galicia está haciendo -o que hacemos, los que nos hallamos enrolados en el movimiento autonomista- una obra de hispanismo seriamente constructiva, que, al hacer fácil, para los órganos del poder, dar una nueva organización al Estado, de manera acomodada a su estructura natural, contribuirá eficazmente a su integración y a su subsistencia. ¡Electores gallegos! Por Galicia y por España, es vuestro deber acudir a votar al Estatuto el 17 de diciembre venidero. Yo espero de la reflexión de todos, que hagan un verdadero examen de conciencia y no nos causen el sonrojo de que los demás pueblos españoles puedan creer que serán gallegos los asesinos de Galicia. ¡Salud!»

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