El ahogo siempre recomenzado de esta república

A unos años, y pocos meses de intervalo, el Ayuntamiento de Perpiñán y el Consejo General de los Pirineos Orientales (qué nombre más triste) adoptaron una deliberación que reconocía oficialmente la existencia del catalán. No se trataba, en ningún caso, de hacer del catalán la lengua oficial de ninguna institución sino de reconocer que el catalán está aquí. Y que merece existir y ser empleado. Parece muy poco, y es muy poco, pero para mentes nacidas y adiestradas en las escuelas tricolores de la República francesa, es casi un paso de gigante.

Este mes de junio, un municipio del País Vasco Norte, Ustaritz, ha ido mucho más lejos con una deliberación que declara «que la lengua vasca, el euskera, es lengua oficial del municipio al mismo título que el francés». Nada más de lo que debería ser normal y banal en una democracia. Pero casi todas las democracias tienen algún defecto de concepción, incluso las más llamativas y autocelebrades. Y por eso el subprefecto de los Pirineos Atlánticos (qué otro nombre más triste) declaró al día siguiente que esta deliberación sería rechazada en trámite de urgencia como anticonstitucional.

El diario de referencia de la costa atlántica meridional francesa, Sud-Ouest, que recogió las declaraciones del representante del Estado, se preguntaba, como si de verdad fuera ingenuo: «¿Por qué razón los redactores de esta deliberación propusieron que fuera votada aún sabiendo que era contraria a la Constitución?» Ah, sí, ¿por qué razón? ¿Quizás porque consideraron que cuando una constitución es injusta, hay enmendarla? ¿Y que en ningún caso una constitución debería poder privar a ciudadanos del ejercicio completo y, por tanto, oficial, de su lengua, cuando ésta es lengua propia de un territorio?

En Francia, sin embargo, las cosas no funcionan así. He hablado muchas veces en esta misma crónica pero he de volver a ello de vez en cuando, ya que la canción, a pesar de ser monótona, se repite año tras año. La concepción lingüística centralista, que impera en Francia como práctica desde el siglo XVII y de manera dogmática desde la Revolución francesa, es una concepción totalitaria. Si Francia es un país unificado, Francia debe tener sólo una lengua, dicen. Y las otras, deben morir. O agonizar con discreción. Que algún día Francia termine ratificando la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias no cambiará casi nada, dado que los artículos adoptados serán los más inocuos de todos y que legiones de funcionarios celosos ralentizarán cualquier progreso para al menos una generación más. El tiempo para que cada una de las lenguas concernidas haya perdido un porcentaje suplementario de hablantes nativos. Por todo ello, el gesto del consejo municipal de Ustaritz es más que honorable. Y sólo podría hacer cambiar las cosas, un poco, si fuese imitado, en los territorios con lengua propia, por muchedumbres de municipios de colores políticos diferentes. Pero esto no ocurrirá, ya hace demasiado tiempo que la obediencia ciega a la Constitución impregna las mentalidades. Qué ahogo.

EL PUNT – AVUI