Cultura e identidad

Se apagó la vela de la vida, la luz que guardaba en su interior un artista genuino e inconformista. Nestor Basterretxea murió ayer por la mañana, a los 90 años, en su caserío de Hondarribia, casi un mes después de que falleciera su mujer, María Isabel Irurzun, con quien compartió 60 “maravillosos” años. Pero Basterretxea murió joven, con la curiosidad de un chiquillo prendada a sus pupilas, con el asombro de quien no deja de asombrarse por todo, incluso ante una cuartilla blanca: “Ahí está el mundo entero, esperando a ver cómo lo entiendes”, decía. En eso coincidía con su gran amigo, Jorge Oteiza, para quien un folio blanco suponía el más placentero de los paraísos. Murió el hombre y perdura su obra, un patrimonio ingente que será expuesto este año en el centro Koldo Mitxelena de Donostia, que en otoño acogerá una exposición del artista bermeotarra, comisariada por Xabier Sáenz de Gorbea. Basterretxea se encontraba delicado de salud desde hace tiempo y sus pulmones sufrían los achaques de los años. A pesar de ello, se mantuvo activo hasta el último momento. La familia anunció ayer que será despedido el lunes, a las 20.00 horas, en la iglesia de Zorroaga, en Donostia. Eso sí, no habrá capilla ardiente ni oficio religioso.

Basterretxea consumió noventa años plenos, nueve decenios plagados de vivencias. Nació en Bermeo, Bizkaia, el 6 de mayo de 1924, en el seno de una familia nacionalista. Con la llegada de la Guerra Civil los Basterretxea hicieron las maletas y se vieron obligados a huir. Se exiliaron en Francia, donde Nestor residió durante cinco años, primero en Donibane Lohizune y luego en París, iniciándose ya en el dibujo y la pintura. En 1942 la situación europea se hizo insostenible y la familia emigró a Argentina tras un azaroso viaje por aguas atlánticas. Recalaron en África y en Cuba, para acabar en Argentina, donde les acogió un familiar.

La primera época del joven pintor está marcada por el trauma de las guerras. La influencia del dramatismo del gran muralista mejicano José Clemente Orozco está muy presente en aquellas obras de juventud que realizó Basterretxea en Buenos Aires y que exhibió en sendas exposiciones (personales y colectivas) celebradas en Argentina y Uruguay. En estos primeros años recibe aleccionamiento del pintor argentino Emilio Pettoruti y gana la prestigiosa beca Altamira para pintores jóvenes.

En 1952 se casa con María Isabel Irurzun y viaja a Madrid. Allí, Oteiza le convence para que se presente a un concurso que a la postre le dio muchos disgustos: el de los murales de la cripta de la nueva basílica de Arantzazu. Basterretxea ganó el concurso y acometió la obra, que se quedó en suspenso porque los franciscanos estimaron que era demasiado atrevida para el arte sacro. La retomó 33 años después.

Para la década de los cincuenta Basterretxea era ya una figura de relieve internacional y participó en toda clase de exposiciones de arte de vanguardia en capitales de Europa y América, siendo seleccionado en 1954 para las Bienales de arte de Venecia y de Sao Paulo. Además, fue cofundador del grupo de arte experimental Equipo 57, al que perteneció también otro gran pintor vizcaino, Agustín Ibarrola, aún en activo.

‘gaur’ En 1964 se asocia a Fernando Larruquet para sentar las bases de la productora Frontera Films, que rueda Pelotari, un documental premiado que explica el juego de siete de las modalidades de la pelota vasca. A este filme le sigue Alquezar, un documental sobre la Semana Santa en la serranía de Huesca. El éxito obtenido con ellos alentó al equipo formado por Basterretxea y Larruquet a emprender la obra maestra de ambos, Ama Lur, que fue estrenada fuera de concurso en el Festival de Cine de Donostia, en 1968, después de dos años y medio de trabajo intenso.

También a mediados de los sesenta (1966) se forma el Grupo Gaur de la Escuela Vasca. Integrado por Amable Arias, Nestor Basterretxea, Eduardo Chillida, Remigio Mendiburu, Jorge Oteiza, Rafael Ruiz Balerdi, José Antonio Sistiaga y José Luis Zumeta, el equipo sentará las bases de buena parte del arte moderno vasco.

El bermeotarra entabló una estrecha amistad con Oteiza, con el que mantuvo también fuertes desencuentros. Basterretxea siempre defendió la, a su juicio, principal característica del arte vasco: “Una fortaleza casi muscular” de “obras hechas para que duren”. Una esencia que nutrió gran parte de su obra. “Lo vasco me ha servido mucho. La fórmula es mantenerte en las raíces y abrirte al mundo”, citaba a menudo. Quizá por este motivo, las nuevas expresiones artísticas que están “de moda” suponían para él solo “gestos”, obras que “duran poco” y que están “bien como ejercicios”.

Basterretxea también se dedicó al campo del diseño industrial, centrándose en el diseño de muebles y la decoración de hoteles, además de adentrarse en la fotografía experimental con la que hizo una exposición en Bilbao, en 1969. Con la llegada de la década de los setenta, el artista empezó a expresar la idea vasca con el uso de viejas vigas de madera de roble para sus esculturas. En 1982, una escultura suya (que representaba un árbol de siete ramas) resultó ganadora en el concurso de ideas, convocado por el Parlamento Vasco, para presidir el hemiciclo.

Otra de sus obras más emblemáticas es la Paloma por la Paz, de siete metros de alta por nueve de ancha, que se instaló en el paseo de Zurriola de Donostia en 1988. Por su parte, Monumento al pastor vasco traspasó el Atlántico y puede contemplarse en Reno desde 1989. Basterretxea fue seleccionado entre un treintena de artistas internacionales para realizar este monumento, primera escultura sobre Euskal Herria realizada en los Estados Unidos.

Además, se encargó de la decoración de la vela de 150 metros cuadrados del velero Gipuzkoa, que dio la vuelta al mundo entre diciembre de 1990 y noviembre de 1992. Años después, en mayo de 1998, colaboró en la exposición Arte en la Catedral, uno de los actos del centenario de la fundación del Athletic Club de Bilbao. La última exposición antológica de su obra tuvo lugar en el museo de Bellas Artes de Bilbao, el 25 de febrero de 2013, donde se mostraron 240 de sus creaciones.

A pesar de militar en Eusko Alkartasuna y figurar en sus listas más de una vez, el polifacético artista no se consideraba un “hombre político”. “La gente más seria y más consecuente es la gente de la calle”, comentaba. Trabajaba todos los días como “una defensa contra la idea de la muerte”, que le sorprendió ayer en su caserío de Idurmendieta, donde residía desde hace más de 30 años.

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