La biblioteca de Lovaina

Comenzada la gran guerra en Sarajevo, y tras las declaraciones bélicas de unos países a otros, las tropas alemanas irrumpieron en Lovaina en plan moderado, aunque los rumores de un alzamiento belga les alteró los nervios y, tras la ignominia de ejecutar al alcalde, al rector de la Universidad y a oficiales de policía…, y a la espera de marchar hacia Francia, los soldados se dedicaron a prender fuego a la parte vieja de la ciudad y a su biblioteca, dueña de una de las colecciones bibliográficas más valiosas de Europa.

Quedaron reducidos a cenizas los manuscritos góticos y renacentistas, el saber acumulado durante siglos, catalogado, clasificado y dispuesto a la trasmisión generacional en un ámbito universitario. La destrucción de la biblioteca significó el principio de la barbarie de esa acción bélica europea que finalmente se convirtió en mundial, coronando el apocalipsis la pandemia de gripe española, cuya cifra de mortandad queda anotada como de 50 a 100 millones de personas, y que resultó mortalmente expansiva, entre otras cosas, debido a los hechos de la guerra: circulación masiva de personas por el continente y la deficiente nutrición que procuraba el conflicto.

La historiadora Margaret MacMillan, en su análisis humanitario de la contienda y apoyada en una extensa bibliografía, intenta aclarar los acontecimientos que llevaron a la humanidad a semejante conflagración. Aparte de la revolución industrial, del potencial extremo de los armamentos bélicos y su apabullante negocio, de la superpoblación debido a mejoras sanitarias y alimentarias, de la certeza europea de que era posible repartir el mundo para sus exigencias imperialistas, hay algo que esta autora señala como relevante, y es que nadie, excepto voces aisladas y acalladas como las de Jean Jaurès o Bertha von Suttner, figura del tímido movimiento internacional por la paz, habló de evitar el conflicto. Se aceptó como inevitable el enfrentamiento entre los imperios austrohúngaro, británico, otomano, ruso, la emergente Alemania tras su unificación así como Italia y Francia. Los dirigentes planificaban la guerra desde los despachos de gobierno, los cuarteles y las sedes diplomáticas con total despreocupación del número de víctimas y destrozos a producirse.

Se pensaba, en primer lugar, en el reparto de colonias africanas y de Oriente, en la expansión de fronteras… El primario afán del botín del guerrero aparece en cada palabra y en cada gesto de los dirigentes, políticos y militares, disfrazándolo con el manto del patriotismo. La población civil soportaba la sensación ominosa de que la guerra era un mal inevitable, pues se trataba de la defensa patria, bien común, la que les reclamaba a filas.

Se elaboraron despachos, informes, estudios, se activaron fábricas de armas, se creyó en Alemania que Francia caería en un mes, que Gran Bretaña no podría soportar la presión pese a su imperio naval…, pero dada la magnitud de la guerra, su estancamiento en las trincheras y cuanto eso significó para los soldados -resulta clasificada como el quinto desastre mayor de la historia de la humanidad-, todo cuanto se proyectó desde las cancillerías y las codicias de los dirigentes, ninguno embutido en una trinchera, todo resultó papel mojado. Aunque eso no impidió, por desgracia, que una generación después se repitiera, y casi por las mismas causas, el hórrido conflicto.

Quizá debió atenderse más a las primarias motivaciones que llevaron a unos soldados, con su espíritu de combate apurado al máximo, en aquel 25 de agosto, a prender fuego a una de las bibliotecas más preclaras del continente, arremetiendo contra lo que era el verdadero, único e incuestionable valor de Europa: su cultura. Aquellos libros significaban el dominio de la razón sobre el instinto elemental de ofensiva, trasmisión de conocimiento de una generación a otra, sin distingo de nacionalidades, instigación del instinto de la curiosidad que supone el derecho al saber de todo ser humano, venga de donde venga y vaya donde vaya. Lovaina ardió al comenzar la guerra y, tras ella, fueron ardiendo soldados y civiles, ciudades y campos…. una generación y su hermosa esperanza quedó perdida en el barro infame de las trincheras.

La quema de libros siempre ha significado merma del valor de la persona humana porque afecta a su inteligencia. Lo curioso fue que durante esa guerra se distribuyeron libros a los soldados atrincherados y a los enfermos de los hospitales para paliarles su desesperada situación. Como resultado, la Bibliotecología, tal como estaba concebida, modernizó su papel. La biblioteca de Lovaina fue restaurada por los contendientes americanos, reparándose la ofensa al espíritu humano, y se dio un paso a un concepto nuevo del libro y sus múltiples fases de difusión. A la sociabilización de la cultura aspirada desde los tiempos de la biblioteca de Alejandría, cuya salvaje quema sirvió para alimentar los baños de la ciudad durante un año. Menos mal que la humanidad ha podido reponerse de semejantes agravios y recoger de las cenizas al viento el germen de su resurrección.

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