Incierta ‘scientia’

El que las humanidades, entre las que se cuenta la ciencia histórica -tal vez un buen ejemplo de oxímoron-, sean, en general, unas ciencias inciertas cargadas en infinidad de ocasiones de incertidumbres y en las más contaminadas por alguna que otra ideología no es cosa nueva ni en modo alguno les resta valor. Existen muchas formas de valorar lo que es y no es una ciencia.

Mario Bunge apunta en su ensayo guía Pseudociencia e ideología algunas de ellas. Pero como bien afirma el filósofo argentino hasta la ciencia cuenta con historia y, sobre todo, “es preciso acercarse a la investigación científica original adoptando una actitud filosófica, es decir, con ánimo de descubrir los componentes filosóficos de dicha actividad y de ubicar a éstas en el sistema total de la cultura”. E incluso yendo aún más lejos, significando, bajo la afirmación de que en el progreso paradigmático de la ciencia y de la tecnología, el que “no hay revolucionarios sin raíces, ni revoluciones en el vacío conceptual”. Si bien, conforme se avanza en su lectura, el autor parece proponer un entente entre el epistemo-centrismo tecnocrático basado en la imprescindible presencia del guarismo e intermediado a su vez por una ideología sociopolítica de corte científica, con la que solo puntualmente se puede estar de acuerdo en función de los logros de la misma y de la razón. Todo un mito tecnocientífico ampliamente cuestionado desde otros ámbitos del conocimiento humano no menos legitimados al menos para la opinión.

El del arte y la estética indudablemente puede ser uno de ellos, y tal vez aquí se encuentre su mayor diferencia con Paul Feyerabend, quien en Adiós a la razón se resistía a “negar a las artes un puesto dentro de las ciencias”, pues “todo lo contrario, me parece que los artistas han resuelto problemas que todavía confunden a serios pensadores objetivos […] y que sus medios de presentación son mucho más ricos, mucho más adaptables y mucho más realistas que los estériles esquemas que uno puede encontrar en las ciencias sociales.”

Para contradecir buena parte de las tesis argumentadas por Mario Bunge, aun siendo crítico con el liberal modelo economicista vigente y, sobre todo, con el estatus científico dado a la economía, por fundamentalista, del liberalismo y marxismo económicos (“el fundamentalista valora más la letra muerta que la gente viva”, nos dirá), el profesor de literatura Nuccio Ordine ha publicado su manifiesto sobre la utilidad de lo inútil, evidenciando la perversidad intrínseca del mecanismo económico por el cual todos nos debemos al utilitarismo basado en la ternaria visión unidimensional del ciclo compuesto por producción, intercambio y consumo. Lo que está dando paso a una nueva modalidad de barbarie: “Ciertamente no es fácil entender, en un mundo como el nuestro dominado por el homo oeconomicus, la utilidad de lo inútil y, sobre todo, la inutilidad de lo útil (¿cuántos bienes de consumo innecesarios se nos venden como útiles e indispensables?). Es doloroso ver a los seres humanos, ignorantes de la cada vez mayor desertificación que ahoga el espíritu, entregados exclusivamente a acumular dinero y poder”. En este sentido una observación de Bunge habrá de reconocer el que “la ciencia no puede escapar de su medio social, particularmente si este es asfixiante […] y, de hecho, puede ser que hayamos entrado en una etapa de decadencia científica”. Y, paradójicamente, en dirección a la rentabilidad utilitaria en materia de investigación matiza que “aunque los planes y el dinero no pueden reemplazar la originalidad, el estímulo, tanto moral como material, es bienvenido. Pero también aquí, y especialmente en este caso, el estímulo no debe estar condicionado a la utilidad práctica: esta solo es exigible en tecnología.”

Al hilo de la decadencia del Imperio romano, Bunge, nos hace una reflexión que bien merecería ser actualizada, traída a presente. Nos relata cómo aquellos romanos dispuestos para la ingeniería despreciaban, por falta de interés, el intelecto, cuestión que facilitaría el tránsito, en la figura de san Agustín, ciudadano de la decadente Roma, al reivindicar la Ciudad de Dios frente a la del hombre, dando lugar a la Edad Media. Tras una vuelta a los valores clásicos de Grecia, al cultivo de la matemática, de las ciencias naturales y de la filosofía operada con el racionalismo y la Ilustración, nuevamente, concluye, arriesgamos penetrar en una Nueva Edad Media iniciada por el pesimismo humanista en torno a filósofos de la decadencia del Occidente, al biologicismo reduccionista y al utilitarismo tecnológico. Fundamentalmente, aquellos romanos de los que nos sentimos tan orgullosos valoraban, tanto en el ayer como en el presente, la acumulación de riquezas y poder político. Algo no muy diferente al ideal del pragmatismo tecnocientífico supeditado a la política y al consumo basado en el imperio de la máquina analizado por Blumenberg en Historia del espíritu de la técnica, cuyo mayor desafío consistiría en no caer en la tentación de recoger tan solo lo que él mismo considera retazos de una ideología de lo técnico. Por cierto, este autor alemán nos recuerda cómo etimológicamente en griego lo mecánico se encuentra en la base de la técnica y en origen es asimilado al ardid, el artificio y la maquinación.

En este último sentido, toda tecnología en manos de la política neoliberal es una ingeniería de la desigualdad.

La espistemocracia de Bunge sospecha lo mismo de la filosofía de escuela que de las ciencias aplicadas y de la tecnología. La primera dice ser precientífica y a las últimas les acusa de someterse al mejor postor. Defiende, no obstante, el que “dejemos de pintar la ciencia como proveedora de riqueza, bienestar o poder” para pintarla “como lo que es, a saber, el esfuerzo más exitoso para comprender el mundo y para comprendernos a nosotros mismos”. Las artes constituyen así otro de los caminos emprendidos por el hombre en su afán de conocer. En buena medida, también comparten la división efectuada por la epistemología de la ciencia entre básicas, aplicadas y tecnológicas. Fundamentalmente lo son sobre la materia y el concepto de la representación manipulando y maquinando con las tecnologías puestas a su servicio por el tiempo y época de realización. Ciencia y arte cuentan con sus correspondientes comunidades, que a su vez pueden y deben estar apoyadas desde una acertada planificación de los intereses de la comunidad en la que se encuentran insertos en manos del político y de su gestión cuyo interés no deja de estar condicionado ideológicamente. Por lo que la perversión en que consiste desde los ámbitos del poder animar a que nuestro capital humano mejor preparado deba irse del país, si no es para completar su formación, no evidencia otra cosa que el interés por no contar con un necesario relevo, dejando en manos de la mediocre clase política gobernante el futuro del aquél.

Deia