Joseba Sarrionandia. «España sigue siendo una cárcel para otros pueblos»

Poeta, narrador y ensayista

Luchar por la libertad y por la literatura en nuestra lengua era la misma cosa.
España continuará con el espíritu del duque de Alba en Flandes.
Nunca he sido un militar ni nada parecido, ni siquiera fui al servicio militar.

El error de ETA fue creerse un poco el discurso militarista.

Aunque los delitos por los que lo condenaron han prescrito, Joseba Sarrionandia (Iurreta, 1958) ha continuado en la clandestinidad desde el lejano 1985, en que se escapó de la prisión de Martutene dentro de un altavoz del músico Imanol. Poeta, ensayista y narrador, con una importante obra detrás, Sarrionandia es un escritor sin rostro. Algunos especularon que se había escondido en Cuba o en Venezuela, otros que estaba más cerca, lo cierto es que se ha mantenido desaparecido. Afable y respondiendo a todas las cuestiones, hemos hablado con él a propósito de sus últimos libros traducidos al catalán, ‘¿Somos como moros en la niebla?’, Premio Euskadi 2011, y ‘Yo no soy de aquí’, coeditados por Polen y Pamiela, que se presentará el domingo a las 11.00 h en la Semana del libro en catalán.

Escribiste ‘Jo no sóc d’aquí’ en 1985 en la prisión de Martutene. Has explicado que no se trata de un diario de prisión. ¿Cómo lo definirías?

No en Martutene, sino en Herrera de la Mancha, entre el 17 de enero y el 22 de julio del año 1984, que lo pasamos prácticamente castigados, porque hicimos un plante de desobediencia, que llamábamos “chapeo”, porque la consecuencia era que nos tenían prácticamente sin salir de la celda. El chapeo duró varios meses más.

¿Cómo recuerda la época?

Era la época en que tenían la política de concentrar a los presos vascos en cárceles de alta seguridad lejos del País Vasco, pero bien lejos, y Enrique Galavís decía que Soria estaba demasiado cerca del País Vasco, y eran prisiones de máxima seguridad con régimen especial, y eso de especial era un eufemismo. Así estuvimos ciento y pico en el Puerto de Santa María durante dos o tres años y luego decidieron reconcentrarnos a todos, pero entonces ya éramos más de doscientos, en Herrera de la Mancha.

¿Cómo lo vivió?

Para los presos fue muy duro el año 1984. Aunque parece que a los gobernantes no les fue demasiado bien la concentración, porque luego optaron por la política penitenciaria contraria y lo que hicieron fue dispersar a los presos por prisiones de todo el estado, y lo siguen haciendo todavía, tratando de que no hubiera más que unos pocos en cada lugar y lo más aislados que fuera posible.
Pero me preguntas cómo definiría el libro. Supongo que es una colección de ensayos breves y tanteos literarios, sin dejar de ser una crónica de la prisión.

El título partía de un poema de Francisco Urondo en que decía que apenas se sentía una memoria. ¿Cómo recuerdas la elaboración de los textos, el sentimiento que los acompañaba y esa época en la prisión?

Claro que uno era una memoria de paso suspendida en un lugar inhabitable. Yo me propuse escribir un poco de esa memoria y me puse a reflexionar sobre temas culturales, políticos y literarios que me interesaban…
La escritura se interrumpía constantemente, por supuesto. Imagínate un plante de desobediencia en una prisión sin celdas vacías, con los funcionarios considerándose obligados a imponer un régimen disciplinario estricto. Estaban acostumbrados a mandar que nos desnudáramos, no porque escondiéramos algo sino para humillarnos, y con la desobediencia eran ellos los que tenían que ponerse a soltarnos los botones, con lo que su papel se convertía en bastante ridículo. También aporreábamos las puertas cada cierto tiempo provocando un ruido ensordecedor para los funcionarios que estuvieran en la galería, y ellos buscaban la manera de vengarse. Ese fue el contexto de la primera redacción del libro, tal como se cuenta en el mismo texto.

Vuestra fuga de la prisión en unos altavoces durante el San Fermín de 1985 fue espectacular. Nos puedes explicar cómo te la planteaste…

Eso sí fue en Martutene, a donde me trasladaron más tarde, porque mi novia estaba en coma, y a veces acercaban a algunos a cárceles del País Vasco cuando moría algún familiar y así, lo tenían unos días allí, y luego lo trasladaban de nuevo a Herrera de la Mancha, que era en aquel momento la prisión en que concentraban a los presos políticos vascos.
La verdad es que en las prisiones vascas todo era bastante distinto, por lo menos los funcionarios nos trataban como a seres humanos. El régimen era el corriente para los presos comunes. El director de Martutene fue uno de los poquísimos cargos de instituciones penitenciarias que conocí en esos cinco años que manejara en la práctica criterios humanitarios. Él no nos ayudó a escapar, aunque el Gobierno aprovechara la situación para destituirlo.
La posibilidad de escaparse de la cárcel se dio, realmente, porque Martutene estaba en el País Vasco, y es que, tal como decía Enrique Galavís, no nos podían tener presos en el País Vasco, ni siquiera cerca, porque la gente nos apoyaba de manera activa o de manera pasiva.

¿Por qué?

Simplemente porque en nuestro país mucha gente era consciente de que luchábamos contra unas instituciones injustas y de que sufríamos una situación extrema y, aunque estuviera en desacuerdo con ETA, estaba en contra de la represión. Y esa empatía de la gente con los presos llegaba, en Martutene, hasta adentro de la cárcel.

Durante estos casi 30 años te has dedicado, desde la clandestinidad, a tu obra literaria. Lo podríamos plantear al estilo de Cesare Pavese como un cambio de militancia, como el oficio de poeta…

Yo no lo veo como cambio de militancia, igual es que crecí bajo la dictadura, sin más libertad que el nacionalcatolicismo español, con nuestra lengua prácticamente prohibida en cualquier ámbito oficial, y con el país ocupado por la Guardia Civil y las demás fuerzas armadas. El capitán Hidalgo regentaba Vizcaya desde el cuartel de Guernica. Entonces la lucha por la libertad y por una literatura en nuestra lengua era la misma cosa, y la resistencia a la ocupación militar también, porque la falta de libertad de los vascos en relación a España en 1978, aunque Franco hubiera muerto, seguía siendo bastante abrumadora.
Al fin y al cabo, la literatura es usar la lengua que quieras para desplegarla libremente. Pero tienes que conseguir esa libertad en los diversos ámbitos. Y no sé cómo se podrá lograr, pero parece que ningún pueblo ha conseguido la libertad solo con plumas.

‘Jo no sóc d’aquí’ mantiene la actualidad plenamente porque se plantea hasta el geocentrismo desde el primer capítulo del libro. ¿Era una de las sensaciones que te pasaban por la cabeza después de tanto tiempo encerrado?

Yo era una persona un poco desconcertada ideológicamente, sin dejar de ser racionalista y tener ilusión de hacer cosas. Es que frente al franquismo habíamos desarrollado una ideología a contrario: anticapitalista contra el capitalismo, vasquismo contra aquel españolismo engreído, ateísmo contra aquella Iglesia tan complaciente con el poder, heterodoxa contra las limitaciones a la libertad en los temas morales y artísticos. Pero las grandes corrientes ideológicas las veía muy defectuosas: el nacionalismo vasco tradicional estaba para la residencia de ancianos, el comunismo tanto soviético como chino se parecían más a los imperios antiguos que a un futuro de igualitarismo y libertad. Ni Allende ni el Che parecían haber dejado un camino abierto. Incluso nosotros, que éramos en mi concepto una humilde organización de resistencia, empezamos a hacer gala de lo contrario, de una arrogancia armada bastante impresentable. Mientras tanto, en los medios predominaba el discurso de que ya estábamos en democracia, el Partido Nacionalista Vasco descubrió que se sentía cómodo en España administrando ayuntamientos y diputaciones, el PSOE se puso a venerar a Manitú e integró a España en la OTAN, y hasta el Partido Comunista hacía poses de borbónico, mientras los sindicatos obreros pasaron a vivir de subvenciones empresariales y la prensa se convirtió en lo que sigue siendo.
En lo que me tocó vivir, como a otros presos, era el año 1984, realmente, muy orwelliano. Y creo que escribí bastante a partir de ese desconcierto, cosas que pueden incluso considerarse postmodernas, a pesar de que todavía no se utilizaba ese término como se ha usado después. Aunque el posmodernismo se dice que es light, y ahí son los textos son un poco hard, porque se vinculan con cierta angustia. Hasta las mismas vanguardias artísticas se sentían como agotadas en aquellos años y por eso es que seguramente se refleja en la escritura ese derrumbe de las estrategias y una intención de reconstruir las cosas, de ahí viene la actitud de empezar a hablar como un lenguaje nuevo y plantearse cuestiones tan elementales, tan ingenuas, como la de que dónde estamos en el universo o qué lenguaje estamos usando, o que significa un limón en una canción souletina del siglo XVIII.

Me ha gustado mucho uno de los textos, ‘Què és l’esperança’, donde llegas a la conclusión que la esperanza es el hecho de esperar. Visto en perspectiva, se puede interpretar como resultado de tu situación en aquel momento de encierro.

Se comenta el tema de la esperanza en la caja de Pandora, que suelta las desgracias, y es un mito muy misógino, porque Pandora es una anti-Prometeo, pero en esa caja o ánfora queda la esperanza, que como no sale no se sabe bien qué es.
Por supuesto, los mitos griegos se prestan a la especulación, mientras que en la prisión, especules o no, lo único que tienes es que esperar, sobre todo si no tienes fecha segura de salida o es muy lejana.

‘Jo no sóc d’aquí’ está concebido casi como un grupo de artículos, que en muchos casos son una explicación a tus inquietudes. Con los treinta años que han pasado desde su gestación, ¿son temas que te continúan interesando o has cambiado de problemáticas?

No creo que ahora escribiría sobre algunos de los temas, al menos de esa manera. Es que la literatura vasca ha avanzado mucho en las últimas décadas, y las letras tienen también algo de construcción, o sea, si entonces estábamos en un segundo piso, ahora estamos seguramente construyendo un tercer piso.
Y el mundo ha cambiado también mucho, pero hay temas que sí, que son cuestiones que no han tenido solución, y hay que plantear una y otra vez. Es el drama de los grandes problemas humanos: el del igualitarismo, el de la democracia, el de la guerra, el de la libertad de las personas, el de las culturas minoritarias…  

La literatura, la antropología, el folklore, la ciencia y la sociología son algunos de los temas que inciden en la temática de los capítulos. ¿Se podrían definir como los intereses de un humanista, cosa que podría chocar con tu situación de hombre de acción directa, de militante de una organización armada?

Yo nunca he sido militar ni nada parecido, ni siquiera fui al servicio militar, no sé ni cómo se saluda a un sargento. Al contrario, lo que hice fue participar como voluntario en la resistencia contra las fuerzas armadas españolas, por puro antimilitarismo. Y me parece que el error de ETA fue creerse un poco el discurso militarista y meterse progresivamente en una dinámica que favorecía precisamente aquello contra lo que luchaba.
Al margen de que la sociedad en que vivimos exija la especialización, creo que es muy peligrosa la especialización de los militares. Y también, por poner otro ejemplo, la de los políticos, que actúan para mantener sus privilegios. E incluso la de los pensadores, es que hasta la palabra suena rara, porque con la palabra pensador uno no puede imaginarse más que un cabezón. O la especialización de los escritores que no escriben más que para ser escritores. Las personas deberían ser capaces de pensar y de actuar por sí mismas. En Lasarte hay unos payasos que me parece que se refieren a eso con el lema de “sentir con el corazón, pensar con la cabeza y actuar con las manos”. Me parece que son grandes humanistas y hombres de acción esos payasos, con los ojos abiertos de ver tantos niños, y me gustaría ser excéntrico como ellos, capaz de preocuparme por las cosas, pensar críticamente y participar en la solución de los problemas.

‘Jo no sóc aquí’ es tu tercer libro en catalán, y sale pocos meses después del impresionante ‘Som com moros dins la boira?’, que obtuvo el premio Euskadi 2011. En este ensayo de 750 páginas y a partir de las vivencias del padre Pedro Hilarión Sarrionandia trazas la biografía del personaje pero también denuncias el concepto del ‘moro’ como enemigo, como chivo expiatorio en el imaginario español y francés desde el siglo XIX. Estas culturas imperialistas tienden a anatemizar lo que no es asimilable a pesar de lo coincidente. ¿Se podría decir que estamos en el mismo estadio?

Yo creo que sí. Ese libro es un ensayo de comprensión de la política contemporánea a través de ese hilo rifeño que atraviesa la conquista colonial, las guerras de Marruecos, la Guerra Civil española y llega la actualidad, con los moros inmigrantes en Europa, y bueno, esas sociedades básicamente injustas en que vivimos, tanto los moros como los que los llamamos moros.
Pero es que lees lo que sucede actualmente en cualquier país de Oriente Medio o el norte de África, y estás como hace siglo y pico. Sobre todo donde hay riquezas naturales, allá van la guerra y las bases militares avanzadas, para garantizar esos recursos con estados desatinados en condiciones de dependencia colonial. ¿Qué opción le dejan a la gente que aprecia su libertad que la de armarse y resistir?
En relación al colonialismo, sorprendentemente, no ha cambiado nada, a pesar de que el proceso de descolonización ya se haya consumado y que, supuestamente, haya cambiado todo. El que lea el libro de los moros comprobará que, si enciende a la vez el televisor, no pondrá distinguir fácilmente las noticias diarias con el relato histórico de hace uno o dos siglos.

El nacionalismo español no ha evolucionado mucho desde los años del expansionismo mundial. ¿Se trata de una ideología unida a una decadencia que ya surge prácticamente desde la gestación del imperio en el siglo XVI?

El nacionalismo español ha sido siempre otra cosa, un imperio viniendo a menos, un gran sistema de poder patrimonializado por la oligarquía, la Iglesia y el Ejército. El nacionalismo moderno se vincula a la idea de que una sociedad se quita de encima a Dios, al Rey y todo el Antiguo Régimen, y se auto-organiza democráticamente a partir de su propia decisión y para beneficio de todos sus ciudadanos.
España sigue siendo otra cosa. Una cárcel de otros pueblos, como los vascos y los catalanes, como antes tenía a los hispanoamericanos o a los rifeños, y una cárcel también para su propia ciudadanía. Cuando los vascos, o los catalanes o la propia ciudadanía española han intentado funcionar de una manera un poco más democrática, como en la Segunda República, los poderes dominantes lo han hecho imposible.
A ver qué puede hacer Podemos contra la banca, el sistema judicial, las fuerza armadas, el Rey, el control de los medios de comunicación, la Iglesia y todo eso.

¿La negación del proceso del referéndum en Cataluña es una demostración más de ese talante arbitrario e intransigente?

Es que España es algo que es prácticamente lo contrario a la idea de que la sociedad decide como quiere organizarse. España ya está organizada como le da la gana a España, y no puede soportar la democracia, que debe tener algo que ver con la libre decisión de las personas implicadas. La simple idea de que el ciudadano pueda decidir las cosas que le afectan les parece disparatada.
Claro que en España hay cosas buenas, una lengua que también es nuestra, una cultura que hemos compartido, siempre ha habido gente abierta y respetuosa también, y parece que los de Podemos pueden ahora visibilizar a esos sectores. Los españoles que tengan un concepto democrático de nación propondrían un proyecto de convivencia basado en la libre decisión de los catalanes, los vascos, los gallegos, de todos. Pero es que en España hay una distribución del poder y una sociología política postfranquista y que viene, no solo del 36, sino desde los Reyes Católicos, que hace que no haya democracia en España ni siquiera para los propios españoles.
Dicen que son todos los españoles los que deben decidir si los catalanes o los vascos se separan, lo cual es bastante absurdo, porque tú puedes tener derecho de admisión en tu casa, o sentirte autorizado a establecer unas normas de convivencia en tu casa, pero si alguien no quiere vivir contigo porque piensa que eres un desagradable, aunque sea infundadamente en tu opinión, ¿qué derecho tienes tú a obligarlo a que se quede? Pero es que ni siquiera son consecuentes con ese criterio, porque ahora mismo, en un tema fundamental como el de la monarquía, se han confabulado para imponerles de nuevo a los españoles un nuevo rey, con el más absoluto desprecio a la opinión de los ciudadanos, evitando con intriga y engaño la posibilidad de un referéndum, en que quizás habrían votado por una república. Y es que, de esta manera, al margen de lo que ellos quisieran ser, los españoles ni siquiera son ciudadanos, sino súbditos.

¿Piensas que el que los catalanes ejerzan su derecho a decidir beneficia también a los españoles?

Es que el referéndum de Cataluña les interesa más a los españoles que a los propios catalanes. Porque, vamos a ver, los catalanes se pueden separar de España mediante un referéndum o de otra manera, incluso los vascos trataremos de escindirnos tarde o temprano de esas estructuras de poder que consideramos ajenas, aunque sea mediante el aburrimiento. Pero es que los españoles, ellos no tienen más remedio que quedarse, ¿no? Ellos sí están obligados a construir una política en que las personas puedan decidir las cosas. ¿O van a seguir con esa democracia de oropel y sillón que no da oportunidad de cuestionar las cosas más elementales?

La histeria anticatalana ha sido desmesurada.

En España se ha desarrollado un anticatalanismo tan frenético y una criminalización tan visceral de cualquier propuesta vasca que la mayoría de los españoles son incapaces de informarse o de discutir sobre la cuestión nacional más o menos objetivamente. Incluso plantear el tema lo toman como una afrenta, como si fuera un agravio o una amenaza contra ellos, cuando es a favor de ellos, porque se trata de conseguir libertad y capacidad de decisión para todos, que los implicados decidan las cosas, no sólo en cuanto a la cuestión nacional, sino en relación a cualquier tema, y que cada uno pueda sentirse responsable de lo que se haga.

¿Cómo cree que Cataluña saldría de la escisión?

Una Cataluña independiente sería una sociedad más libre y democrática que la española actual, porque de un día para otro se quitaría de encima la monarquía, la Guardia Civil, y un montón de inmensos fardos más. Claro que eso no solucionaría todos los problemas, pero la sociedad se libraría de un lastre muy grande y estaría en mejores condiciones para enfrentar los otros problemas.
Ya pasó lo mismo en América. Los españoles se indignaron y les hicieron la guerra, pero los venezolanos, los argentinos, los chilenos, los mexicanos, los cubanos se quitaron de encima de un plumazo la monarquía, aquella oligarquía intransigente, la esclavitud, y toda aquella losa que suponía España para su desarrollo. Claro que se sintieron libres, y ninguno pidió la vuelta atrás, ni siquiera los propios españoles en esos países. ¿Cómo no se iban a sentir libres?
Una Cataluña independiente respondería mejor a la voluntad de los catalanes, incluso de los catalanes de origen español, que esta Cataluña dependiente de esa España borbónica, oligárquica y cuartelera. También parece que los vascos no vamos a tener otra alternativa que la independencia. Y es que, por lo que se ve, ni aún en el siglo XXI España sabe proponer algo mejor que prohibir un referéndum y, en última instancia, amenazar con la ocupación militar.

¿Cómo ves la situación actual de ETA y el proceso de paz. ¿Lo juzgas como unilateral?

Parece completamente unilateral. Los militantes de ETA se han cansado de utilizar la violencia por diversos motivos, pero sobre todo porque se han dado cuenta de que es mejor intentar conseguir las cosas de otra manera.
Por lo que se ve, España ni se plantea la cuestión de los perjuicios de la violencia, sino todo lo contrario. Sigue con el mismo discurso de criminalizar hasta las ideas del contrario y la Guardia Civil no parece que vaya a dar tregua ni a replegarse. Da la impresión de que España va a seguir con el espíritu del duque de Alba en Flandes, o sea que no creo que vayan a convencer a los flamencos. Entonces hubo una guerra de 80 años, y siguieron sin convencerlos, porque el poder y la violencia pueden servir para someter a la gente durante un tiempo, pero no para convencerla de nada.

Hace unos días se anunció que participarías en un acto público, pero no pudo ser. ¿Tienes esperanzas de salir de las sombras y poder hacer una vida normal de escritor y poder conectar con tus lectores cara a cara?

Hace ya 35 años que me sacaron de casa y claro que me gustaría volver, ayudar a mis padres que ya son mayores, y visitar a los amigos, a ver como los encuentro, y conocer cómo ha cambiado todo, y participar en las cosas a ver que se puede hacer.

David Castillo. Paloma David
EL PUNT – AVUI