Una nota sobre Max Weber y los vascos

Max Weber fue uno más de los insignes alemanes que visitaron nuestra tierra a lo largo del siglo XIX. Frente al rendimiento que Humboldt o Schuchardt sacaron a sus viajes, el registro que dejó Weber del suyo, realizado a la entrada del otoño de 1897, puede parecer muy limitado. Solo se conocen dos cartas a su madre recién enviudada (Helene Weber). El motivo de la visita no está muy claro. Pudo buscar un modo de evadirse de su ambiente natural, muy propicio para la manifestación de sus episodios depresivos.

En todo caso, las dos cartas dejan entrever muy poco sobre el  estado de su ánimo, aunque sí manifieste que no esté animado para “recrearse despreocupadamente  en la naturaleza como en otras ocasiones” o que espera que las sensaciones “a que tenemos aquí acceso actúen sobre uno y que se fortalezcan completamente los nervios y se pongan en condiciones de profundizar con objetividad en nuestras vivencias”. En este último aspecto, Weber reconoce que “ha visto y oído tantas cosas interesantes” que se puede considerar que el breve viaje a nuestro país “no ha sido infructuoso”. Las anotaciones que las misivas recogen tienen un alto valor sociológico. Son jugosos comentarios sobre las impresiones que le produjo la observación de la vida cotidiana, las costumbres y el carácter de los habitantes del país, que se desenvuelven en un marco político y económico que también evalúa con una mirada crítica.

2. El relato de Weber se desarrolla sobre el telón de fondo de la restauración monárquica del último cuarto de siglo XIX. El sistema institucional funciona ya sobre la base de un pluralismo político y un sufragio universal masculino (1890), pero más formales que reales. También en la periferia predominaba el fraude electoral en favor de los partidos del turno, que se cometía a partir de la administración territorial del estado dirigida por los gobernadores y sus camarillas al dictado de Madrid.

Este estado de cosas podía autoexcusarse en los territorios vascos, que presentaban una situación política muy complicada y amenazante para el régimen. Aquí la debilidad del proyecto restauracionista era muy evidente. Al inicio pudo temerse un nuevo alzamiento carlista, pero además la irrupción de movimientos políticos de masas de carácter claramente contrario al sistema pudo conllevar que el formato de éste fuera en nuestro país todavía más cerrado. La fortaleza que aún mantenían los sucesores de carlismo en sus diversas representaciones, el crecimiento del socialismo y el nacimiento del nacionalismo –todavía muy reciente en 1897- no estimulaban la evolución del sistema hacia una mayor apertura y flexibilidad. Pese al crecimiento progresivo del desafecto social organizado, las oligarquías entonces dominantes obstaculizaron todo movimiento que pudiera poner en cuestión el estado de cosas vigente.

3. En ese contexto político, Weber toma nota de un régimen electoral en el que, a pesar de fundarse en un sufragio universal homologable al reconocido en los países más avanzados de la época (la propia Alemania), en realidad “la elección es un negocio de compra-venta… en el que los pudientes pagan el soborno electoral”.

De sus apuntes, lo primero que concluimos es que Max Weber quedó impresionado por la hermosura del medio natural vasco, del que pudo disfrutar en su tránsito hacia Bilbao: “el camino hacia Bilbao a través del paisaje montañoso es una de las cosas más hermosas que he visto”. Le sorprende que de esa ‘democracia’ pueda derivarse una administración eficaz, “pues hay que reconocer que el estado de las vías públicas, la limpieza de las ciudades, etc., son mucho mejores de lo que cabría esperar; mejores incluso que en el sur de Francia…”. El sociólogo alemán establece una clara disociación entre el régimen político y la administración que lo representa y el funcionamiento de la política y la sociedad locales. Sus cartas afirman que el viaje le ha proporcionado “suficientes oportunidades de constatar el contraste tremendo que hay entre la laboriosidad de la población de estas hermosas provincias y la mezquindad de la Administración española”. Escribe que los municipios y distritos vascos sí que se organizan de manera “estrictamente democrática”…  Además, “la estructura social del país, los usos e instituciones de la sociedad, son estrictamente democráticos”, mientras que “la alta porquería comienza por el gobernador, primer funcionario estatal”. Esta contraposición puede responder a lo que Joseba Agirreazkuenaga ha calificado de resiliencia de los vascos tras la pérdida del poder político foral, como la búsqueda de refugio en las redes institucionales de ámbito local.

4. A Max Weber le llaman asimismo la atención algunos aspectos de la vida social y económica del país que muestran una identidad igualitaria y comunalista. Verifica, como lo han hecho y lo harán después de él otros autores, la ausencia de distinción de clases en las relaciones sociales entre los vascos con las prácticas sociales del “interior de España, donde hay grandes latifundios y costumbres feudales”. Las tradiciones de los pescadores de sardinas le llevan a concluir que existe “un comunismo gremial”, dado que la captura pertenece al gremio, y que los pescadores se defienden colectivamente ante el derrumbe de los precios.

Es una manifestación del arraigo de la economía social en el carácter de los vascos, en el mismo momento y lugar en el que Max Weber observaba  que también se estaba desarrollando “el más moderno capitalismo con una furia extraordinaria”. Una dialéctica socio-económica que ha continuado vigente hasta el presente, de tal manera que ha condicionado la evolución de los dos términos que en el relato de Weber se mostraban en oposición tan descarnada hasta el punto de influirse mutuamente y resultar tras ese proceso en una economía característica del país en la que sobresale un capitalismo imbricado en lo social y un cooperativismo con éxito en el mercado.

Una nota sobre Max Weber y los vascos