Auschwitz, 1945-2015

Hablaba Gilles Deleuze de “personajes conceptuales” asociando así los nombres de Sócrates con Platón, Zaratustra con Nietzsche o el Proletario con Marx, por poner algunos ejemplos que dejan explicitada la utilización por parte de algunos pensadores, de otros personajes, para dejar oír su voz. No sería forzar las cosas traspasar la idea a los nombres propios (geográficos, históricos…) que se han convertido en “conceptuales”, en el terreno de la historia, ya que con solo nombrarlos quedan asociados a él todos los casos en los que se da un denominador común: es lo que pasa de manera paradigmática con Auschwitz o con el Gulag (nombre adoptado recurriendo a las siglas de la dirección general de los campos soviéticos) por recurrir a dos de los nombres que engloban todos los ejemplos del “universo concentracionario”, del pasado siglo, que dijese David Rousset. Geografía de la infamia: Dachau, Buchenwald, Treblinka, etc.

No es cosa de entrar en macabras competiciones en el terreno de los genocidios y/o matanzas al por mayor que en la historia se han sucedido, pero desde luego la escabechina conocida bajo el nombre al que me refiero fue realmente espeluznante, tanto por la cantidad de asesinados, como por la puesta en marcha de una engrasada maquinaria (encierros, transportes, organización de los campos, recurso a diferentes sistemas de ‘fabricación de cadáveres’) que se esforzaba a la vez por borrar las huellas de lo allá perpetrado. En palabras de Jean-François Lyotard : Auschwitz supuso el fin el discurso especulativo, al echar por tierra aquel “lo real es racional, y lo racional es real” debido a Hegel y su marcha del Espíritu subjetivo al Absoluto, pasando por el objetivo .

Si exceptuamos los “asesinos de la memoria” -como les llamase Pierre Vidal-Naquet- que han mostrado un empeño sin par por negar la existencia de campos de exterminio, recurriendo a todo tipo de falacias y sofismas, los testimonios y hasta los documentos hallados bajo las baldosas de los lager, enterrados por algunos miembros de los sonderkommandos, hacen que la ‘solución final’ que trataron de realizar los nacionalsocialistas con una precisión geométrica (de “locura geométrica” hablaba Primo Levi) en los distintos campos que levantaron en tierras polacas, fundamentalmente. En un detallado informe que da cuenta de las terribles “escenas del infierno”, Philip Müller decía que la mayor preocupación de los destinados a la macabra tarea de acompañar a los condenados a las cámaras de gas y luego recoger, y quemar, sus restos, era dejar testimonio de lo allá vivido siendo conscientes de que su vida duraría poco, o en palabras de otros compañero de fatigas: “después de haber visto estas imágenes crueles, no podrás vivir más en un mundo en el que se pueden perpetrar acciones tan innobles. Después de haber visto las acciones de un pueblo supuestamente cultivado, querrás borrar tu nombre de la familia humana” (Zalmen Gradowski).

¿Qué validez puede concederse a la tramposa aporía ideada por el “falsario” -como le catalogase Pierre Veyne- Robert Faurisson cuando venía a decir, en siniestro silogismo, que si eran campos de la muerte y alguien contaba lo que allí había sucedido alegando haber estado allí, o bien no había estado allí o bien no eran campos de la muerte? ¿Todos los testimonios, desde los primeros de Primo Levi, David Rousset o Robert Antelme (estos dos últimos padecieron el encierro en el campo de Buchenwald) no serían así más que pura invención de mentes calenturientas ? Pasando los años que han transcurrido desde aquella infamia, organizada en organizada industria -relojes fordistas y tayloristas en marcha- cierto es que cada vez irán quedando menos relatos de testigos directos, pues quienes escaparon a la muerte y pudieron sobrevivir para contarlo no podrán obviamente sobrevivir a la Parca, (en el Washington Post del día 24 de este mes, se informaba de que hace diez años, alrededor de 1.500 supervivientes había asistido, llegando del mundo entero, a las ceremonias de conmemoración en el sur de Polonia, mientras que este año no asistirán más de 300); ahí quedan los nombres de Elie Wiesel, Imre Kérstez, Jorge Semprún, Charlotte Delbo, Boris Pahor, Tadeusz Borowski, Jean Cayrol, Jean Améry, a los que podría aplicárseles la etiqueta ideada por Maurice Blanchot, “escritores del desastre”. Decía Primo Levi, en la visita, cuarenta años después, al campo nombrado, que “quien niega, u olvida Auschwitz, es el mismo que estaría dispuesto a recomenzarlo”.

“En los primeros días de enero de 1945, bajo el empuje del Ejército Rojo, ya cercano, los alemanes habían evacuado apresuradamente la cuenca minera silesiana. La primera patrulla rusa avistó el campo hacia mediodía del 27 de enero de 1945”, con tales palabras comienza La tregua, de Primo Levi, quien vivió el último año de existencia de aquel siniestro campo de muerte, experiencia que le sirvió para escribir Si esto es un hombre y posteriormente, cuarenta años después, volver sobre ello en Los hundidos y los salvados; diré, de paso, que las fuerzas que liberaron el campo encargaron al italiano realizar un informe sobre dicho campo de exterminio, informe que realizó en colaboración de un médico también interno. Cuatro jinetes eran, como los del Apocalipsis, los jóvenes soldados que llegaron en primer lugar a Auschwitz y tras cruzar las alambradas asistieron con cara de estupefacción y asco al espectáculo de “los cadáveres descompuestos, a los barracones destruidos y a los pocos vivos que allí estaban”. Era, como queda señalado, un 27 de enero de hace setenta años. En la desbandada en la que los SS arrastraron a los prisioneros en una macabra marcha hacia la muerte, 7.500 enfermos quedaron en las instalaciones del campo.

Setenta años después del cierre del lugar de la máxima infamia, mucho se ha escrito, contradiciendo la imposibilidad de hacerlo que auguraba Adorno -él mismo se desdijo al conocer los entrecortados poemas de Paul Celan- tanto en el campo de la literatura como ha quedado señalado, en parte, en estas líneas, como también el de la filosofía (Theodor Adorno & Max Horheimer, Hannah Arendt, Günther Anders, Emmanuel Lévinas, Hans Jonas, Vladimir Jankélevitch, Giorgio Agamben, Michel Foucault, Zygmunt Bauman, Jean-Luc Nancy, Jacques Rancière, Philippe Lacoue-Labarthe, Jacques Derrida, Jean-François Lyotard, Georges Didi-Huberman y algunos más ), lo cual demuestra la profundidad de la herida, al por mayor, que unos hombres provocaron a otros. Evito entrar en los innúmeros trabajos de los historiadores.

Así las cosas, nadie, a no ser que sea un fascista redomado, dejará de aceptar la necesaria propuesta de Adorno en su Dialéctica negativa, “Hitler ha impuesto a los hombres un nuevo imperativo categórico para su actual estado de esclavitud: el de orientar su pensamiento y su acción de modo que Auschwitz no se repita, que no vuelva a ocurrir nada semejante”. Nie mehr! ¡Nunca más! Dicho lo cual, no se ha de transformar el recuerdo de aquella infamia en patente de corso para, usando dicha salvajada como argumento de fuerza, justificar algunas matanzas actuales alegando que ellos son las principales víctimas de la Shoá, como quien dice: nos pasó una vez pero no volverá a pasar ya que cualquiera que atente contra nuestra existencia será aniquilado (¿os suena Gaza?). Tampoco creo que una utilización honesta de los hechos deba convertirse en “un negocio del Holocausto”, bajo sus diferentes formas.

Por último, tampoco me parece de recibo el enfocar el asunto a un nivel comparativo que viniese a mantener que entre aquello y la situación actual, no cabe duda de que vivimos muchísimo mejor que en aquel infierno terrenal, obviedad que no es suficiente para utilizar al argumento como freno a cualquier crítica o a propuestas de posibles caminos hacia una humanidad reconciliada, en la que todos seamos iguales, y no unos más iguales que otros que dijese con sorna George Orwell; los que así argumentan usan el recuerdo como elogio del statu quo, el mejor de los mundos posibles, y afirman con ello que más allá del “fin de la historia” -afirmado por Francis Fukuyama- nada hay; o dicho de manera coloquial, según ellos, es preferible guatemala que guatepeor… y parece recomendable renunciar a guatemejor.

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