Portal de Francia y memoria histórica

Hemos conocido estos días una propuesta relacionada con el portal de Zumalakarregi en las murallas de Pamplona. En cierto modo, sorprende que haya tardado tanto en surgir la cuestión, por estar muy ligada a la memoria histórica. Seguramente el deterioro de la placa conmemorativa y la dificultad (o imposibilidad) de leer cabalmente su contenido ayuda a explicar la indiferencia general.

Dicen quienes han hurgado en los archivos que la puerta se denominó hasta el siglo XVIII del Abrevador, compartió durante un tiempo esa denominación con la de Francia, que queda como única ya a principios del siglo XIX, quizá unida a que era la entrada habitual de peregrinos en la ciudad. Al igual que ocurría con otros muchos elementos del paisaje urbano, se trata de denominaciones descriptivas o informativas, fruto más del uso popular y la costumbre que de decisiones administrativas.

El 31 de enero de 1939 el Pleno del Ayuntamiento de Pamplona acuerda “que el portal conocido por el nombre de Francia se llame en lo sucesivo portal de Zumalacarregui”, como un homenaje a este general y a sus “sacrosantos ideales” (la propuesta, por cierto, la hizo Valeriano Zabalza, objeto ya de los desvelos literarios de José Ignacio Lacasta). En el mismo Pleno, y no por causalidad (los furores del III Año Triunfal), se acordó la denominación de la actual avenida de Galicia y de la plaza del Alcázar; en el primer caso “para rendir de esta forma el debido homenaje a las región hermana tan identificada con Navarra en la actual cruzada”; en el segundo, “como homenaje eterno a los bravos defensores del Alcázar de Toledo”. Finalmente, la Comisión Permanente aprobó el 25 de marzo de 1939 el texto de la placa, que fue inaugurada con el boato que la ocasión requería, cómo no, el 18 de julio de ese año.

Estos antecedentes son necesarios para entrar en el meollo de la cuestión, esto es, la denominación misma del portal, y situarla en sus auténticas coordenadas históricas, puesto que la propuesta aludida se limita a la sustitución del actual texto por otro.

Y es que la denominación oficial vigente del portal, por mucho que el personaje sea más o menos caro a los ojos de contemporáneos de muy diverso signo político, responde a una exaltación de la sublevación militar, del conflicto armado (la Cruzada), del régimen que comenzaba entonces a institucionalizarse y de su cabeza visible, el general Franco. El tradicionalismo carlista era uno de los componentes más caracterizados, por su cobertura ideológica y sostén social, de la amalgama de intereses que confluían en el posteriormente denominado Movimiento Nacional. No es de extrañar, pues, que se pretendiera entroncar el golpe de Estado y la guerra con las guerras carlistas y, muy particularmente, a Franco con el general Zumalakarregi. Quizá buscando dosis adicionales de legitimación histórica e ideológica, quizá en un intento de reforzar la posición del tradicionalismo en la coalición fascista, quizá, simplemente, para exhibir músculo histórico, el caso es que esas guerras se presentan como precursoras “del glorioso alzamiento nacional, que comenzando el 18 de julio de 1936 bajo la dirección del Caudillo y Generalísimo Franco llevó al triunfo los postulados encarnados en la tradición”. No hay, por tanto, ninguna inocencia en la elección de la denominación del portal ni se eligió un personaje histórico al azar o en función de la querencia de un jaimista más o menos recalcitrante. Hay un pecado original y flaco favor se le hace al general carlista manteniendo las cosas como están y limitándose a cambiar la placa.

En consecuencia, el necesario ejercicio de memoria histórica obliga no sólo a poner en tela de juicio la maltrecha inscripción actual, algo desde luego fuera de toda duda, sino también el propio acuerdo municipal. Ello implica restablecer la denominación preexistente del portal que, por cierto, es la que se ha mantenido a lo largo del tiempo, no solo en el uso cotidiano, sino en el del propio Ayuntamiento (véanse, por ejemplo, la página web dedicada a las murallas de Pamplona o los paneles informativos in situ). Ello favorece también la preservación de las murallas como conjunto histórico. No tiene sentido (ni lo tenía en 1939, prescindiendo de consideraciones ideológicas y de la pretensión de exaltar la sublevación franquista) utilizar los distintos elementos de las murallas (portales, baluartes, fortines, revellines, contraguardias) para homenajear o exaltar a personas o ideas con criterios contemporáneos, ajenos por completo al monumento y que iría, creemos, en detrimento del mismo. Tampoco cabe invocar el tiempo transcurrido (setenta y seis desde que se tomara la decisión, treinta y nueve desde la muerte del dictador) porque en este caso (y, en general, en cuanto afecta a la memoria histórica) no es blasón sino baldón.

No nos pronunciamos sobre el contenido de la inscripción que se ha propuesto, que seguramente admite matices. Tampoco sobre la oportunidad de homenajear a Zumalakarregi. Pero si se estima conveniente hacerlo, creemos que, por su propia dignidad histórica, habría que desligarlo de cuanto la sublevación militar y el franquismo significan. Una posibilidad, seguramente la más razonable, es dedicarle una calle. Y considerando su peripecia personal y la proximidad de su domicilio, nos atreveríamos, incluso, a proponer el espacio urbano situado intramuros, justo delante del portal y en la confluencia de las calles Redín, Carmen y Barquilleros. Se salva así a Zumalakarregi, se salva la integridad del conjunto histórico de las murallas y, finalmente, se salva y repara la memoria histórica.

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