Inferioridades morales

Si la semana pasada calificaba las superioridades morales como una de las lacras de nuestra cultura democrática, hoy lo afirmo del sentimiento de inferioridad y los acomplejamientos morales. Al igual que en el caso de las superioridades, los acomplejamientos también expulsan los debates sociales y políticos del terreno de la discusión racional, de la argumentación fundamentada con datos y, aún, de la expresión franca -y legítima- de la adhesión emocional.

Ya me había referido a raíz del asesinato de los dibujantes de Charlie Hebdo, al discutir la poca verosimilitud de las explicaciones que aprovechaban la ocasión para flagelar el propio modelo de sociedad. Todos pudimos oír aquello de si el culpable era el fracaso de la escuela francesa en la transmisión de los valores republicanos. O lo otro de sí las nuestras actitudes xenófobas son la causa de la aparición del resentimiento que aprovechan las organizaciones terroristas. O, aún, que es el papel que históricamente ha tenido Occidente en el Tercer Mundo, humillándolo, lo que da cuenta de los conflictos que ahora nos rebotan en la cara.

No  quisiera centrar la atención sólo en la cuestión del yihadismo, aunque es un buen ejemplo de lo que discuto. Hay suficientes ejemplos y suficientemente diversos como para desmontar este tipo de causalidades que, lejos de toda evidencia empírica, tienen su raíz en la mala conciencia hija de un sentimiento de inferioridad moral muy extendido. Hemos tenido terroristas bien incorporados profesionalmente, hay quien aquí mismo se ha dedicado a captar combatientes para el Estado Islámico por razones poco religiosas y ahora se ha sentido desconcertado por el perfil de uno de los asesinos de los turistas en Túnez: de familia acomodada, buen estudiante y nada fanatizado religiosamente.

NO seré yo quien niegue las críticas a las insuficiencias de nuestros sistemas escolares, a la barbarie de los comportamientos xenófobos, la desigualdad o el papel del colonialismo en África o Asia. ¿Pero por qué no debería haber fuertes causas intrínsecas del yihadismo en los mismos modelos políticos en que se desarrolla, en los intereses económicos que le favorecen -si no lo crean, incluso- o en el adoctrinamiento en determinadas concepciones religiosas de la vida?

También aplicado a nuestro entorno social y político suele haber este tipo de automatismo que atribuye todas las insuficiencias del sistema a una especie de voluntad intencionada para provocar el mal, y no a las dificultades de hacerle frente. Un tic argumental que no necesita pruebas porque el culpable ya lo sabemos de antemano: nuestra complicidad con el neocapitalismo, la naturaleza corrupta de nuestros políticos, nuestro patriarcalismo inconfesado, nuestro individualismo egoísta. Es la inferioridad moral que -hipocresías aparte- hace tan fácil apuntarse, compungidamente, a eslóganes de protesta supuestamente solidarios del tipo «Todos somos… racistas, corruptos, maltratadores o insolidarios».

Claro que el acomplejamiento moral suele ser el complemento perfecto de la superioridad moral. Si hay culpables morales es más fácil determinar dónde está la salvación moral. Y es que el sentimiento de inferioridad moral es fuente de un relativismo que, paradójicamente, favorece las ideologías que se aprovechan de esta mala conciencia para justificar su superioridad. El precio que se paga, finalmente, es diseminar una visión profundamente negativa de un mundo que, con todos los defectos, ha alcanzado un progreso moral y material del que no quisiéramos ni sabríamos prescindir. Sin superioridades, pero sin acomplejamientos. La esperanza de vida, la libertad de conciencia y de expresión, los combates a favor de la discriminación de género o contra la desigualdad… Todo a medio camino, sí. Pero con medio camino hecho y ganas de hacer el resto.

ARA