Una identidad proscrita: la vasconavarra

Cualquier mínimo conocedor de la Navarra contemporánea sabe que, aproximadamente hasta mediados de la pasada centuria, el panorama identitario del antiguo reino era más plural y, desde luego, menos traumático que en las últimas décadas. Lo más común era sentirse navarro y, a la par, más o menos explícita o implícitamente, vasco y español. Sin embargo, desde el tardofranquismo los sentimientos identitarios se vienen articulando, sobre todo en torno al binomio vasquismo/españolismo que algunos presentan como irreconciliables.

La explicación de este cambio es multifactorial. Por ello debe ir más allá de la simpleza de atribuirlo solamente a traiciones y a cambios de chaqueta. Para esclarecer la cuestión identitaria en Navarra hay que tener en cuenta que, ya a principios del siglo XX, comenzó a rechazarse la triple identidad mayoritaria, la que integraba lo vasco, lo navarro y lo español. Así lo desvela la repulsa del término vasco-navarro que venía teniendo una aceptación prácticamente unánime desde el siglo XIX (la Gaceta Oficial carlista lo utilizó ya en 1837). En efecto, tal como se puede comprobar en dos semanarios de Bilbao, La Patria y Aberri, al inicio del XX, al menos una parte de los nacionalistas vascos empezó a considerar esa denominación “impropia” y “contraria a la naturaleza y al interés de nuestro Pueblo”.

De todos modos, la expresión vasco-navarro siguió utilizándose y, durante la Segunda República, Rafael Aizpún, Joaquín Beúnza y Luis Oroz, miembros de la subcomisión de Navarra de la Comisión de Autonomía de la Sociedad de Estudios Vascos, y la mayoría de la comisión autonómica navarra, postularon con éxito que el anteproyecto de Estatuto Vasco se llamara vasco-navarro para evitar que la personalidad histórica de Navarra quedara diluida.

Sorprendentemente, cuando el proyecto de estatuto empezó a tener más oposición, el semanario nacionalista vasco de Pamplona Amayur insertó un artículo, Lo de ‘Vasco-Navarro’ es una anomalía (30-IV-1932), en cuyo inicio decía que los redactores del Estatuto no emplearían “esta simpleza inventada por la ignorancia antivasca”, pero que la inconsciencia de algunos lo había hecho posible, pese a que todos estaban conformes en que era una aberración. Tras una serie de prolijas reflexiones respecto a “ese fantasma de vasco-navarro” añadía: “Nabarra no ha podido ser antivasca jamás, como un hombre sano no puede ser suicida. Queda ahí ese oprobio de nuestra historia del siglo XIX sobre todo, esta historia del desconocimiento de la naturaleza vasca, esta historia de la jota y de Navarra siempre p’adelante. Lo de vasco-navarro no es otra cosa que el afán entre ignorante y pretencioso de querer achicar la naturaleza vasca de Nabarra con un navarrismo raquítico y antinacionalista”.

Pese a todo, el vocablo vasco-navarro siguió teniendo aceptación, incluso en el bando de los sublevados, durante la última guerra civil y en buena parte de la dictadura franquista.

A partir de los años sesenta del siglo XX, en el marco de profundos cambios de su estructura socio-económica, en Navarra también varió la percepción de lo navarro y de lo vasco, por lo que surgieron nuevos problemas a la vez que se renovaron otros antiguos, sobre todo en la etapa de la Transición. En efecto, tras la muerte de Franco la especificidad de Navarra se hizo sentir de nuevo y truncó las expectativas de un Estatuto común con las Vascongadas. Sin ningún análisis previo, algunos atribuyen cómodamente este desenlace a traiciones y a cambios de chaqueta, lo cual les dejará muy satisfechos pero, obviamente, no tiene excesiva capacidad explicativa de lo sucedido.

El asunto es de gran calado y, para llegar a una explicación coherente, no debería olvidarse que en círculos próximos al nacionalismo vasco afloraron de nuevo voces en contra de lo vasco-navarro. En este sentido cabe destacar, por lo significativo y su gran difusión, que el Diccionario Enciclopédico Vasco (Vol. XII, p. 194) de la Enciclopedia General Ilustrada de País Vasco asegura que el nombre País Vasco-Navarro “ya anticuado, lleva generalmente tras de sí una sombra intencional no muy confesable ni limpia. Implica en sus usuarios la negación de vasquía a los navarros con vistas a cierto objetivo inhumano de división interna con fines desestabilizadores”.

El término volvió a estar de actualidad cuando se habló de la creación de un órgano común permanente vasco-navarro, del consejo vasco-navarro o de la provincia eclesiástica vasco-navarra. El rechazo a estas propuestas políticas provocó la caída en desuso de una denominación de consenso que ya no interesaba ni a unos ni a otros.

Ciertamente, a la hora de entender la evolución identitaria expuesta, hay que considerar otros factores y, entre ellos, uno en particular: paulatinamente, desde finales de los ochenta, sobre todo en los medios abertzales, ya no se habla de Euskadi sino de Euskalerria, lo que ha generado el rechazo de los no nacionalistas vascos a una expresión que en los últimos siglos despertaba la misma conformidad que vasco-navarro.

Este confuso panorama invita a estudiar sus causas sine ira et studio. Mientras tanto, lo que parece evidente es que el modelo de identidades compartidas del pasado está a punto de entrar en el panteón de las identidades proscritas con el consiguiente peligro para la cohesión social de nuestra tierra.

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