Españoles y demócratas

No siempre se puede llegar a entender si son inocentes o son cínicos, si son inconscientes o son perversamente inteligentes, si son descarados o son imbéciles. Supongamos que sea la parte más favorable de cada alternativa, pensemos bien o no del todo mal, hagamos el favor de imaginar que en el fondo también son buenas personas. Porque si hubiéramos de juzgar por su propio peso y valor lo que hacen y lo que dicen, deberíamos pensar mal, que es algo muy feo. Esto era, hace ya muchos años, una columna de opinión en un gran diario de Madrid (a menudo guardo recortes), escrita por un científico de la política y la historia, el título era ‘Nacionalista y demócrata no puede ser’. Escrito así, con todas las letras y palabras. De tal manera que ustedes y yo, la práctica totalidad de los lectores de este diario y de algunos otras, los benedictinos de Montserrat, los afiliados a Convergencia y los votantes de ERC, los miembros de la Obra Cultural Balear, y algunas decenas de miles más de conciudadanos nuestros no pueden ser demócratas. Por definición. Es tan increíble, que pide alguna explicación. Como esta, que sin querer daba el autor de tan alto pensamiento, catedrático.

Dice que él mismo, y la gente más espabilada de su generación, nacidos en los años cuarenta y cincuenta, descubrieron que el régimen de Franco se fundamentaba en un nacionalismo español absolutamente retrógrado y mísero, lo que les llevó a pensar que «el nacionalismo era el último de los recursos imaginables para ir en busca de una identidad colectiva». Tenían, pues, demasiado nacionalismo oficial y la identidad colectiva, igualmente oficial, era tan fuerte que empachaba. Por tanto, con perfecta lógica, viajaron un poco y se hicieron demócratas: «Sólo porque el nacionalismo de cartón piedra que trataron de inculcarnos se cuarteó al exponerse a los aires procedentes de Europa y Estados Unidos nos volvimos insensibles pero definitivamente demócratas». Esto, por muy curioso que parezca, les pasaba a muchachos muy inteligentes de Sevilla, del Ferrol o de Madrid, o dicen que les pasaba: que se hicieron demócratas como reacción contra el nacionalismo español. El problema es que confundían, y confunden aún, «nacionalismo español» con patriotería franquista, consignas imperiales, yugos y flechas, y otras fantasías retóricas y ornamentales. El nacionalismo de verdad, el de fondo, el españolismo profundo, ni se lo plantean como problema: viven dentro del mismo, lo respiran, es parte de su sustancia. Tienen Estado, ejército, monarquía (con república sería igual), ministerio de hacienda y compañía de ferrocarriles, lo tienen todo, sobre todo el reconocimiento interno y externo como nación soberana. No se puede pedir más en la materia. Y cuando los demás pedimos sólo la mitad de todo esto, sólo una tercera parte, se asustan y escandalizan: ¿pero cómo puede ser que ahora os hagáis nacionalistas cuando nosotros ya no lo somos?, dicen.

Desde la llamada «Transición», afirman que, como ellos se hicieron demócratas y no nacionalistas, esperaban que a los demás les pasaría igual y que «el aire de la democracia los impregnaría de valores universalistas», etc. Lamentablemente, como sabe todo el mundo «nada de eso ha ocurrido: a medida que el nacionalismo español dejaba de ser el fundamento coactivo de nuestro sistema político, los nacionalismos vasco y catalán han pugnado por construir con distintos grados de agresividad una identidad separada, marcar la frontera de un “ellos” y un “nosotros”, contener, levantando barreras, la inevitable pendiente hacia una sociedad multicultural y plurinacional”. Por lo que la cosa está perfectamente clara. Por un lado están «ellos», los buenos no-nacionalistas españoles plurinacionales multiculturales sin barreras, y por otra parte «nosotros», los malos vascos y catalanes nacionalistas uninacionales monoculturales cerrados por altas barreras que levantamos contra el curso de la historia, etc.

Y por si fuera poco pecado, no somos demócratas, como ellos. «Vaya por Dios», que dicen allí, cómo nos ven los pluriculturales multilingües sin barreras, «vaya por Dios»: ni demócratas somos. Ni demócratas, porque aprovechando unas palabras inciviles y poco prudentes del señor Arzallus, el autor del artículo (Santos Juliá de nombre, historiador bien acreditado, liberal de renombre) encaraba, apuntaba, y concluía: «Arzalluz demuestra que nacionalismo y democracia se encuentran como sospechábamos, en relación inversa: mientras más haya de lo uno, menos habrá de la otra, y viceversa”. Ya ven qué sospechas se confirman. Se miran cada mañana en el espejo, y se ven translúcidos. Hace treinta y cinco años, hace veinte años, hace diez años, hace una semana, y el año que viene y el otro y el otro.

EL PUNT – AVUI