Coaliciones: dos lentes críticas

Una de las novedades de los nuevos consistorios municipales es el acceso al gobierno de coaliciones de izquierdas lideradas por personas procedentes de movimientos sociales. Las novedades siempre despiertan interés, pero también provocan recelos en algunos sectores sociales.

Habrá al menos tres frentes de recelo crítico que los gobiernos municipales de este tipo deberán procurar superar, los asociados: 1) al hecho de ser «coaliciones» implícitas o de aluvión, 2) a querer establecer gobiernos «más democráticos», y 3) al hecho de ser liderados por personas sin experiencia institucional previa. Se trata de tres recelos que se yuxtaponen a las críticas más estándar que puede recibir cualquier gobierno municipal.

Dejamos aquí de lado el tema de los liderazgos sin experiencia institucional (y el subtema, que merece un artículo aparte, de los liderazgos «femeninos» que reciben de entrada críticas sesgadas por prejuicios de sexo y género). Centrémonos en los otros dos tipos de «lentes» críticas: las centradas en el hecho de ser «coaliciones de izquierdas», y su voluntad de impulsar una «democracia de nuevo tipo».

1. Coalicions de izquierdas. Se trata de un tipo de recelo que, aunque se dirige más a las coaliciones explícitas entre partidos que han competido por el voto de la ciudadanía que a las «candidaturas de aluvión» (coaliciones implícitas) como la que gobierna Barcelona, entronca con las críticas recibidas por los dos gobiernos tripartitos de la Generalitat (2003-2010). En términos generales se puede distinguir entre «las políticas» sectoriales y «la política» general. Algunas políticas concretas de los tripartitos tuvieron claros efectos positivos, por ejemplo, en el ámbito de la educación, la economía, la inmigración, los barrios, etc. Sin embargo, la gestión de la política general transmitió una imagen de incoherencia, de fluctuaciones y una flagrante falta de orientación política y de liderazgo. Algunas políticas funcionaron bien, pero «la política», en singular, fue una apuesta fracasada de los gobiernos tripartitos. Les vino grande.

En los próximos tiempos es posible que los gobiernos municipales formados por coaliciones de izquierdas (explícitas o implícitas) tengan que afrontar situaciones similares. Parece claro que establecer un cierto giro social que disminuya la pobreza, las desigualdades y la exclusión en los municipios está más que justificado. Las izquierdas tienen experiencia municipal y han mostrado ser eficientes implementando políticas redistributivas, de servicios, infraestructuras, etc. Pero, especialmente en el caso de Barcelona, el gobierno municipal también será analizado y juzgado por la solvencia, modernidad y proyección de la política general que impulse. Los barrios son ciudad, pero Barcelona compite con las principales capitales del mundo. Se trata, digamos, que siga ganando Champions.

Una percepción habitual es que las coaliciones de izquierdas parecen mejor preparadas para gestionar la micropolítica que la macropolítica. La dimensión redistributiva se les presupone. Pero siempre planeará el fantasma de la inestabilidad interna. Y sobre todo la lente de aumento de las críticas se pondrá en la dimensión de la política general, que incluye la relación de los municipios con el proceso sobre la independencia del país. Actualmente mostrar ambigüedades en este punto es, en la práctica, hacer el juego a un unionismo sin horizontes realistas de transformación.

2. Un nuevo tipo de democracia. A pesar del discurso sobre la importancia de mantener lazos estrechos y constantes con la ciudadanía, el hecho es que, lo quieran o no estas coaliciones, la política institucional de las democracias tiene un componente inherentemente elitista, especialmente en núcleos grandes. Las instituciones de poder político siempre son verticales respecto a los gobernados. Este es un hecho estructural y un tema recurrente en la historia de las democracias, incluidas las experiencias de la Grecia clásica. Aristóteles ya describía estas últimas no como un sistema en el que los gobernantes coincidían con los gobernados, sino como un sistema en que los ciudadanos podían ser gobernantes o gobernados por turnos, sin confundir los dos niveles.

Las democracias modernas reforzaron esta separación. Hoy se pueden incentivar algunas prácticas participativas y disminuir la distancia entre instituciones y ciudadanía, pero eliminar esta separación no resulta ni posible ni deseable en las sociedades pluralistas actuales. En ellas conviven toda una serie de valores, intereses, identidades, etc., que a veces pueden ser entendidos y vividos como complementarios, pero que, en la práctica, resultan a menudo contradictorios.

La retórica ritual de todos los partidos de gobierno, sean de derechas o de izquierdas, incluye decir que «gobernarán para todos los ciudadanos». Pero se trata de una retórica que está vacía o es falsa. No se puede hacer. Todos los partidos defienden concepciones particulares sobre el interés general. De hecho, en una democracia pluralista nadie puede hablar en nombre del «pueblo» o de la «ciudadanía». Tampoco en nombre «de los de abajo». Hacerlo muestra actitudes de simplificación populista de tipo pseudo-totalitario (de nuevo, sean de derechas o de izquierdas).

Los gobiernos municipales de este tipo de coaliciones se verán más exigidos, estarán constantemente bajo focos críticos y serán analizados con lentes de aumento relacionadas con los elementos anteriores. Todo un reto añadido que dará más mérito a este tipo de gobiernos, caso de que el balance final sea positivo.

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