El bombardeo de Otxandio según el general Salas

Más de medio centenar de personas, muchas de ellas niños, murieron el 22 de julio de 1936 en el bombardeo sobre Otxandio de aviones cuyos pilotos las atrajeron a la plaza. El general Salas manipularía luego la realidad de la masacre.

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EL 22 de julio de 1936, miércoles, dos Breguet Br.19 con insignias republicanas procedentes del aeródromo de Recajo, situado a unos diez kilómetros al este de Logroño, aparecieron sobre Otxandio. Tal como expresó un testigo del bombardeo, citado por Gabriel Otalora, “era el cuarto día del levantamiento militar franquista. Estando el pueblo en plenas fiestas de la patrona, volaron sobre él a eso de las nueve de la mañana unos aviones a regular altura, más bien baja, ya que casi tocaban la torre de la iglesia. Dieron varias vueltas al pueblo. Los pilotos saludaban con las manos a la gente que absorta les contemplaba y aclamaba”.

Carmelo Bernaola corroboró que, volando a la altura del campanario de Santa Marina, los pilotos atrajeron mediante gestos a un nutrido número de niños que, como había ocurrido en días anteriores, esperaban una lluvia de cuartillas gritando “Papelak die!, papelak die!” (“¡Octavillas, octavillas!”). Tras practicar varias vueltas a unos setenta metros de altura, bombardearon y ametrallaron el centro urbano. Si bien los menores desconocían el significado de la guerra ni sabían en qué consistía un bombardeo de terror, a esa altura los pilotos eran conscientes de que las víctimas eran civiles porque los veían perfectamente. Lo hicieron durante unos 25 minutos, ejecutando repetidas pasadas y lanzando todas las bombas que portaban.

José Antonio Maurolagoitia, médico de Otxandio, fue uno de los primeros en llegar al lugar: “Salí a la calle dirigiéndome a la plaza Andicona. Nada más terrible a pesar de haber asistido, dado el carácter de mi profesión, a episodios dolorosísimos, que la visión de la plaza Andicona. No eran los tejados desvencijados, ni las líneas eléctricas derribadas. Era algo más grave y más terrible; era el dolor humano. Gente despedazada, niños mutilados, mujeres decapitadas. Eran los gritos de los aldeanitos, en euzkera, suplicándome que los curara; era el torrente de sangre que corría hacia el agua de la fuentecilla que se levanta en la mitad de la plaza. Requerí el auxilio de algunos, que me fue prestado urgentemente y con toda solicitud. Con sábanas, con tiras de sábanas, procedí a realizar curas urgentes. Había algunos, muchos, que por desgracia, no necesitaban nada. Habían perecido segados por la metralla bárbara de muchas bombas arrojadas dos veces. Otros niños y niñas, con extremidades colgando, recurrían a mí con frases euzkericas que todavía tengo clavadas en mi corazón”.

Diversos testimonios lo corroboran: “Cuando se alejaron los aviones, pasamos por el lugar del bombardeo. Sin poder reconocer a los familiares, muy desfigurados, vimos muertos aplastados contra la pared, algunos cortados por la cintura, otros sin cabeza”. También el corresponsal del diario Euzkadi escribió: “Unos grandes charcos de sangre que nadie se ha preocupado de hacer desaparecer y varios restos humanos: un trozo de cabeza, unos dedos, masa encefálica pegados a las piedras y a la fuente, dan macabra impresión a un lugar que es de suyo alegre y reidor”.

Éste fue el primer bombardeo aéreo sobre suelo vasco de la guerra, y de la historia de Euskadi. El rotativo Euzkadi ofreció una primera lista de víctimas: 39 muertos, 27 identificados y doce sin identificar, además de un número indeterminado de fragmentos humanos. El Liberal, El Nervión y El Noticiario Bilbaíno publicaron un día más tarde el registro de las víctimas mortales del hospital de Basurto: ocho muertos y 24 heridos. Dos años más tarde, el Gobierno de Euskadi cifró en 57 las víctimas mortales del bombardeo de Otxandio. La cifra era muy precisa. Tras estudiar los registros de Otxandio y Mañaria, el archivo del hospital civil de Bilbao, el archivo municipal de Durango, el archivo Irargi, la prensa de la época y, diversos testimonios orales y escritos, Jon Irazabal dio en 2006 la nómina de 57 personas fallecidas en su obra Otxandio Gerra zibilean (Durango: Gerediaga Elkartea, 2003 & 2006). Cinco años más tarde, Zigor Olabarria en su libro Gerra Zibila Otxandion (Donostia: Eusko Ikaskuntza, 2011) registró la nómina de 61 víctimas mortales.

Tal como expresó Olabarria, 45 de las víctimas eran civiles; cinco, milicianos; cuatro, soldados, y no existen datos sobre los otros siete. Esto es, al menos un 73,77% de las víctimas eran civiles. 24 eran menores de edad, un 39% del total. 16 de los muertos eran de menos de 10 años (26%).

Así describió el episodio Jesús Salas en la página 96 de su obra Guerra aérea: 1936/39: “El 22 de julio los Breguet XIX de Logroño destruyeron la moral combativa de las columnas bilbaínas que pretendían acercarse a Vitoria. El capitán [Ángel] Salas despegó por la mañana de Agoncillo con la misión de reconocer Bilbao y San Sebastián, y a su paso por Ochandiano descubrió varios camiones llenos de soldados y milicianos, a los que bombardeó; logró varios impactos directos y causó un gran descalabro y una total confusión. Salieron después de Agoncillo nuevos Breguet, entre ellos los pilotados por Álvarez Pardo y Muñoz y por los capitanes Gregorio Gómez Martín y Jesús Calderón, que remataron la acción de Salas. La prensa de Bilbao publicó listas de bajas en las que figuran siete muertos y 23 heridos. De los muertos citados, uno era soldado y tres probablemente milicianos, completando la relación una mujer y dos niñas; en cuanto a los heridos, uno era teniente, cinco soldados, quince varones entre 16 a 30 años (probablemente milicianos), tres de más de 35 años y dos mujeres (una joven y una niña). A partir de este ataque aéreo no volvería a oírse hablar de la toma de Vitoria hasta el mes de noviembre” (Madrid: Instituto de Historia y Cultura Aeronáuticas, 1998).

Toda una lección de poesía épica Sí que es cierto que el 22 de julio el piloto Ángel Salas partió del aeródromo de Recajo para bombardear Otxandio, pero no lo hizo solo. El autor no precisa quién dio la orden de ataque y no describe un único bombardeo sino que lo divide en dos, pero no establece con precisión cuántos aviones participaron en el segundo ataque -que nadie ha registrado sino él- ni explica si fueron cuatro aparatos tripulados por un único piloto cada uno o dos aparatos gobernados por dos tripulantes. Tampoco establece qué significa exactamente “salieron después”. No aclara cómo sabe que los citados camiones estaban llenos de soldados y milicianos ni cómo, habiendo tantos combatientes, Salas voló tan bajo. Y, fundamentalmente, reduce drásticamente la cifra de víctimas mortales dando a entender que la mayor parte de las mismas fueron soldados, desdibujando así la naturaleza del ataque. Esto es algo a lo que el autor nos tiene acostumbrados cuando escribe sobre Durango, Gernika y otros bombardeos. Llama la atención, no obstante, la forma en que lo hace: no afirma que fueran siete los muertos, aunque ésa es la impresión que quiere dar al escribir que la prensa publicó “listas de bajas en las que figuran siete muertos”. Deja a otros la responsabilidad de afirmar que los muertos fueron siete. Asimismo, exime a su hermano Ángel de la masacre al indicar que fueron los Breguet del segundo grupo los que “remataron” la “acción” de aquél.

El autor evita dar detalles del ataque porque, tal como explicó a Southworth en cierta ocasión, considera que se trata de datos “tremendistas”. En general, omite advertir al lector de que:

A) Los pilotos sobrevolaron varias veces Otxandio atrayendo con sus gestos al mayor número de civiles que esperaban la lluvia de panfletos.

B) Habiendo congregado en Andikona a un buen número de gente, atacaron desde menos de 70 metros, conociendo perfectamente que en su mayoría eran civiles, muchos de ellos menores de edad.

C) A pesar de todo, atacaron durante cerca de 25 minutos, lanzando todas las bombas (el Breguet podía cargar hasta 472 kgs. de explosivo).

D) Tras la masacre, los pilotos dieron una vuelta más sobre Otxandio porque no existía fuego antiaéreo ni tenían nada que temer.

Afirmando que a partir de “ese ataque aéreo” (evita la palabra “bombardeo”) “no volvería a oírse hablar de la toma de Vitoria hasta el mes de noviembre” da la impresión de que en efecto existía un plan para conquistar la capital alavesa, pero no aporta documento alguno que lo avale.

En suma, Jesús Salas disfraza la atrocidad de acción táctica de gran calado estratégico. Y, a fin de evitar caer en el tremendismo, afirma que el bombardeo “causó un gran descalabro y una total confusión” pero evita explicar cuál es el significado de esas palabras en este contexto. Y ésta es una grave omisión. Significa que todos los miembros de la familia Aldai Kapanaga murieron aquel 22 de julio: junto con Bixente y Feliciana, murieron sus hijos Juan, Francisco Javier e Irene. Con nueve, siete y cinco años de edad, los hermanos Sabin, Iñaki y Justo Lasuen murieron en el bombardeo. Jon y Miren Lasuen, primos de los anteriores, perdieron a sus dos hermanos y a su padre. Nikolasa Belakortu y Tomas Aspe dejaron seis hijos huérfanos. Sabina Oianguren quedó viuda. El reportero del diario Euzkadi afirmó que Sabina tenía la mirada perdida. Había perdido a su marido, Emeterio Garces, y a cuatro de sus cinco hijos: Pedro, Juan Manuel, Teodoro y María Mercedes. El mayor tenía 13 años.

La descripción de Salas es errónea y también equívoca, propia de una corriente historiográfica reduccionista heredera de las corrientes negacionistas de la dictadura. Pero, más allá de la cruzada historiográfica que contra los mitos de la historia han emprendido este y otros autores de muy diversos colores bajo el denominador común de revisionistas, se esconde una deontología corrompida: negando, reduciendo o desdibujando el pasado se sepulta la memoria de las víctimas de éstas y otras atrocidades, negándoseles de este modo el derecho a la memoria, a ser recordadas después de haber sido asesinadas y de que muchas veces sus restos fueran inhumados en fosas sin nombre. Esto, que en algunos países constituye un delito, en otros se premia.

Deia