En tiempos de Franco

Apenas se hablaba euskera en casa. Parecía que nos iban a oír los vecinos, sobre todo uno de ellos, un guardia civil, que nos iba a denunciar. Ya nos estaba comiendo las ciruelas de nuestros árboles, que los tenía a la vista, y también nos estaba quitando con su azada poco a poco nuestro terreno, que estaba junto al suyo y que no separaba ninguna verja. A mi padre, su jefe, un catolicón famoso, le dijo un día: “¿Por qué tu hijo te llama aita?”. Menos mal que mi padre le contestó “Porque papa solo hay uno, en Roma”. En aquellos tiempos nos teníamos que santiguar al salir de casa y teníamos que rezar el rosario todos los días. Estaba prohibido decir “agur” a nadie. Por menos que eso le metieron a mi tío Fidel en la cárcel. En la escuela había que cantar el himno de la falange antes de entrar en las aulas. Debí aprender castellano a base de golpes que el maestro D. Alejandro nos daba con una vara en los dedos. El resultado fue que no aprendí el euskera que habían hablado mis antepasados. Yo no era antiespañol, solo que me sentía vasco por el aire, los montes y la ezpata dantza de mi padre. Yo me consideraba universal, con ganas de aprender los orígenes de mi País y del Universo. Advertía la hipocresía que me rodeaba, que a Franco se le recibiera bajo palio en la basílica de Begoña, que los tebeos fueran de héroes alemanes o españoles y que se eligiera como monaguillo ideal al más pelotillero. Ahora sé que la verdad nos hace libres. Pero los españoles no honrados no llorarán por los que sufrieron y por los muertos que hubo con Franco. Si me negara a escribir lo que realmente me conmovía, yo también sería como la gente que no es honrada. Al escribir he decidido ser honesto conmigo mismo para que los demás lo sean igualmente.

NOTICIAS DE GIPUZKOA