Pamplona: capital cultural vasca

«El vascuence que se habla en Pamplona, cabeza de este Reino y obispado de Navarra, que es el que se habla en la mayor parte de él y el que mejor se entiende en todas partes”

(Juan de Beriain)

La persona que desee conocer la historia de la cultura vasca tendrá que acercarse a Pamplona. Efectivamente, pasear por las calles de nuestra ciudad nos brinda la ocasión de conocer el legado de numerosos hombres y mujeres que durante siglos han contribuido de forma decisiva al enriquecimiento de la cultura vasca, de la que Pamplona ha sido y es protagonista indiscutible.

Ya a principios del siglo XVII. se imprimieron en la imprenta del editor pamplonés Carlos Labayen dos libros de Juan de Beriáin, y el autor de ambos manifiesta en el prólogo que él escribe en «el vascuence que se habla en Pamplona, cabeza de este Reino y obispado de Navarra, que es el que se habla en la mayor parte de él y el que mejor se entiende en todas partes”. De diferentes imprentas pamplonesas salieron libros y publicaciones en euskera a partir del siglo XVI como Refranes y sentencias comunes en bascuence (imprenta de Pedro Porralis, 1596); poesías premiadas en varios certámenes (imprenta de Nicolas Asiain. 1609); las coplas a la memoria del rey Felipe del cronista oficial del Reino Francisco Aleson (imprenta de Gaspar Martínez, 1666) y la doctrina en euskera de Francisco Martínes-Elizalde en 1735, por citar algunas. Así mismo, se siguieron publicando en las imprentas de nuestra ciudad diferentes obras en lengua vasca de José Antonio Mikelestorena (1749), Sebastián Mendiburu (1759), Agustín Kardaberaz (1761), Mogel (1800), Añibarro (1802) y otros.

Por lo tanto, resulta sencillo realizar un itinerario cultural vasco o varios por Pamplona. Partiendo de la Calle Mayor, por ejemplo, nos detendríamos a la altura del Colegio Huarte, dónde junto a Pío Baroja estudió Fermin Irigarai Larreko, escritor en euskera y director del hospital que estaba situado al principio en la Calle Santo Domingo (actual Museo de Navarra). Trabajó incansablemente en cuantas iniciativas surgían en pro de la lengua vasca, lo mismo que su hijo Aingeru Irigarai.

Posteriormente, y dirigiéndonos a Navarrería, justo enfrente del emplazamiento actual de la fuente, nació en 1899 el poeta vasco Alexander Tapia Perurena, dónde su familia regentaba una de aquellas tiendas tan usuales de chocolates y velas. Por otra parte, Navarrería arriba, vino al mundo en 1877 uno de los máximos exponentes de la pintura vasca durante el siglo XX: Javier Ciga. Y cerca de la catedral, en la calle Curia, nació Jose Agerre (1889), escritor en euskera e impulsor de múltiples actividades a favor de la cultura vasca. Y cómo no mencionar al pintor y escritor Enrique Zubiri Manezaundi, natural de Luzaide (1868) y vecino de Pamplona o al Padre Damaso de Inza que fundó en nuestra ciudad en 1919 la revista Zeruko Argia que hoy en día se mantiene con el nombre de Argia.

Larreko, Ciga, Agerre, Tapia Perurena, Manezaundi… hombres de cultura todos, tolerantes, euskaldunes abiertos al mundo, que dominaban varios idiomas, y que sufrieron las terribles consecuencias del alzamiento del 36. Aquel ambiente hostil lo refleja magníficamente Larreko en su libro escrito en secreto en Pamplona durante la guerra y publicado por Pamiela al final del siglo XX. Gerla urte, gezur urte (Año de guerras, año de mentiras). El título lo dice todo.

Estando cerca de la catedral no olvidaremos que Mikel Laboa asistió a las clases de euskera que se impartían en la antigua Escuela de Comercio y que en Pamplona dio su primer concierto, en el Gayarre. Bajando por Curia, atravesando Mercaderes nos detendremos en Chapitela enfrente de la casa de Arturo Campion, principal impulsor del movimiento a favor de la cultura vasca a partir de 1876. Nacido en nuestra ciudad en 1854, asistió dolorosamente a la paulatina desaparición del euskera en amplias zonas de Navarra. En las postrimerías de su vida, a partir de 1930 recibió muchísimos homenajes, pero el que más le emocionó fue el tributado por las niñas y niños de la Escuela Vasca de Pamplona en 1934. Ante el retroceso del euskera y la pérdida del idioma entre los más jóvenes, Campión solía decir apenado: “Unos se van, pero otros no llegan». El alumnado de aquella primera ikastola pamplonesa (más de 100 en 1934) le regaló una placa con la siguiente inscripción: “Batzuk badijoaz, baña besteok bagatoz”, «Unos se van, pero otros sí venimos”. Y claro que vinieron, a pesar de la barbarie que asoló la cultura del 36 en adelante; y vinieron, sobre todo a partir de 1965, y cerca de la casa de Campión, en la Calle Pozoblanco, con la primera ikastola de la posguerra, puente de unión de distintas generaciones pamplonesas y uno de los puntos de partida del florecimiento cultura vasco de nuestra ciudad en las últimas décadas.

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