Hipatia vs. Cirilo

Un profesor de la Escuela de Biblioteconomía, allá en Caracas, comenzaba su cátedra con una diapositiva con la imagen del atrio de la Biblioteca de Alejandría, advirtiendo que éramos sus herederos, y en ese tiempo en el que se iniciaron los viajes a la Luna, disertaba sobre los científicos antiguos que alentados por los bibliotecarios, gestores del saber inmenso que se depositaba en la biblioteca, estimularon el conocimiento, dieron brío a la polémica, acuciaron la curiosidad de sus lectores. Algunos supieron acertar la verdad de la inmensidad del espacio sideral, contra los dogmas inflexibles que lo reducían y estancaban. Hipatia la matemática, la profesora, la bibliotecaria, la filósofa, libre pensadora vs. Cirilo el obispo encasquillado en su poder, fanatismo y crueldad.

En estos días se suceden muchos debates políticos pero no resultan variados. Como si Franco, que encarnó en el S. XX el fatal espíritu guerrero de los Reyes Católicos del S. XVI, se alzara otra vez (o no se haya ido nunca, lo cual resulta aterrador) amenazando detener el avance de una sociedad que desea construirse sobre nuevas normas y vivir no solo en paz y libertad y democracia, sino en bienestar físico y moral. Y en concordia fraternal, sin buenos o malos, ángeles o demonios, en su haber contable.

Un ministro de Exteriores, al opinar sobre Cataluña, habla de la Constitución como un muro infranqueable y, solapada y curiosamente, él, heredero de 8 constituciones en 200 años y todas vulneradas, sugiere, al no caber solución política ni diplomática al problema, la revolución o la ocupación militar como única medida; la denominación despectiva de ciertos politiólogos y algún senador, sobre los separatismos, nacionalismos e independentismos, suena tal como antes se hablaba, para expoliarlos y exterminarlos, de rojos, judeo-masones. Peyorativamente, como si la verdad fuera una y la razón estuviera de una parte, de la más agresiva y ofensiva. Hipatia vs. Cirilo.

Hace 80 años se rebelaron los militares, jurantes de la Constitución de 1931, dando un golpe de Estado contra una República legalmente constituida, comenzando una guerra incivil que logró la expatriación de miles de ciudadanos, entre ellos pensadores, políticos, músicos, poetas y escritores, la muerte de otros miles en los campos de batalla y de trabajo, reducción de la natalidad y contracción económica… tal calamitoso altar sostuvo una era de 40 años de poder inquisitorial.

En el foro de semejante debacle civilizadora, las palabras, los discursos, actos y resoluciones del régimen oprobioso, manifestaron una falta de compasión y comprensión, ausencia de empatía, flagelo impositivo del pensamiento único. Falta de respeto al otro ser humano que es como tú, aunque no piense como tú.

El golpe militar, que no nació como un pronunciamiento religioso, prontamente y al ver sus ventajas, se impregnó con la denominación de Santa Cruzada y la denominación de caudillo para el líder resultante, en salvación de no sé qué ideales religiosos en peligro de extinción -los mismos que posibilitaron la conquista de Nabarra en 1512-. En 500 años no se movió ficha.

La República afrentada y enfrentada, tras años de permanecer el Estatuto Vasco en sus Cortes en una deliberación vejatoria, lo concedió por vía de urgencia, consiguiendo, para lavar su cara roja ante Europa, de ministro, un hombre irreprochable como Manuel Irujo, quien lo aceptó con esa frase suya tan repetida: “Fui el precio del Estatuto”. Es decir, de la deliberación y del pacto. De la renuncia del egoísmo personal en favor del bien colectivo.

Esperaban así que los vascos defendieran el frente norte y lo hicieron, hasta que el holocausto de Gernika acabó con la resistencia para comenzar la evacuación, pues sabían que luchaban contra fuerzas armadas poderosas, y no aceptaron soportar semejante mortandad numantina, anunciada en las octavillas macabras de Mola sobre Bilbao, amenazando con destruirlo todo y a todos. El cronista británico Steer afirmó que en Euskadi ganaron los fascistas alemanes e italianos, no Franco, pero su contienda favoreció el comienzo de la 2º Guerra Mundial con su aterrador saldo de 70 millones de muertos.

Las palabras claves de entonces y muchas de las de ahora catalogan la unidad de España como impar concepto político, inviolable, irrenunciable, incontestable, y obvian que en nombre de tal concierto, se han hecho guerras conquistadoras, genocidios, ocupaciones militares, torturas y expropiaciones, que fueron causantes de hecatombes sociales, desastres económicos, corrupción a mansalva tal como atónitos -creíamos que no podía haber más-, vamos presenciando, pero bajo el palio de Franco y su Santa Cruzada cabía/ cabe toda exculpación.

Hora es de considerar que las leyes se hacen para beneficio de los ciudadanos, no para su condenación; que la Tradición es buena si no se convierte en imposición; que hay formas y fórmulas para la convivencia humana que deben inventarse o reinventarse hasta lograr el encuentro y la coordinación de los intereses mutuos. Que somos móviles como especie pues podemos llegar a las lejanas estrellas o encontrar tesoros ocultos en la profundidad de la tierra. Que el debate de la filósofa Hipatia y Cirilo, Patriarca de Alejandría, que acabó con la muerte de ella, no ultimó la idea de que era la tierra la que daba vueltas alrededor del sol, aunque atrasó, inútilmente, en más de un milenio, su conocimiento.

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