¿Un Museo de Historia de España?

Durante la última campaña electoral, Mariano Rajoy sugirió la posibilidad de poner en pie un Museo de Historia de España. He de confesar que esta idea -o mejor la cuestión de por qué no ha sido posible- se me cruzó por la mente cuando visité en Berlín el Deutsches Historisches Museum, que está en Unter den Linden, al que pocos extranjeros acuden porque hay siempre tanto que visitar en la capital alemana. Las explicaciones están en alemán y en inglés, y es una visita que vale la pena.

Alemania lo tenía muy complicado para contar su historia en un museo. Aunque su contenido se remonta a antes, la formación de Alemania como Estado es relativamente reciente (1870). Libró y perdió la Primera Guerra Mundial. Engendró el nazismo, metió a Europa en otra guerra terrible y perpetró (no solo ella) el Holocausto. Al término una parte de Alemania, la occidental fue ocupada por las potencias occidentales y posteriormente convertida en República Federal, realmente democrática, con una visión de su historia diferente de la parte oriental, ocupada por los soviéticos y convertida después en la comunista República Democrática Alemana, donde la historia que se enseñaba era bastante diferente. Luego llegó la integración europea, empujada decididamente por una nueva Alemania occidental y democrática, la unificación (que no reunificación) en 1990, y el tener que juntar esas historias en parte compartidas y en parte no, en parte monstruosas, luego no, en un solo museo. Y lo consiguieron, contando bastante bien la verdad histórica, aunque no tanto como para explicar cómo el pueblo más culto y científicamente más avanzado de la época llegó a esos excesos. Fue Konrad Adenauer, el primer canciller de la posguerra en la República Federal, que afirmó que “la historia es la suma de las cosas que se podían haber evitado”.

Contar esa Alemania era bastante más complicado (no más complejo) que contar la historia de España. Y sin embargo, aquí no lo conseguimos. Para empezar porque a una generación que se formó en la escuela franquista nos metieron en la cabeza una idea de la historia de España que no se correspondía con la realidad, si es que llegábamos a pasar de los Reyes Católicos. Pero incluso estos estaban mal contados. Y en eso la serie Isabel ha cumplido un papel encomiable de popularización, aunque solo sea para recordar que aquella Reina nunca quiso dejar coronar a Fernando de Aragón como Rey de Castilla.

Tampoco hay acuerdo sobre Cataluña y España, sobre el pasado, reciente o más lejano. Ni sobre la historia de Euskadi. Aunque hay magníficos historiadores, nacionales y extranjeros, la Historia, como disciplina, en ocasiones se manipula en beneficio de las causas nacionalistas (incluida la española), sin miramientos a la hora de utilizarla para explicar el o los pasados categorías que nada tenían que ver con la época a la que se acude para estos usos, como nación, confederación, etc. Y no es algo nuevo de ahora. Baste recordar lo que significó, y el intenso debate que provocó, la obra de Marcelino Menéndez Pelayo.

Pero tampoco ha sido posible ponernos de acuerdo sobre nuestro pasado más reciente. Desde lo que ocurrió en la Segunda República, a la Guerra Civil (y sus guerras civiles múltiples dentro de ella), a la dictadura franquista (que el PP nunca ha querido condenar en el Parlamento y que muchos siguen viendo como algo positivo o al menos como un mal menor), o la propia Transición a la democracia, que algunos cuestionan. La falta de acuerdo sobre el pasado sigue siendo un impedimento para gestionar el presente o el futuro. La Ley de Memoria Histórica ha sido un avance, pero no ha logrado superar estas desavenencias.

No es sólo España, con la historia de Europa ha habido varios intentos fallidos no ya de un museo sino de una serie de libros. Por eso, el Consejo de Europa lanzó un proyecto de “historias compartidas para una Europa sin líneas divisorias” destinado sobre todo a la enseñanza. Pero con mucho menos interés que intentos individuales, como, entre otros pero muy destacadamente, el del fallecido Tony Judt.

Para España, ese Museo no sería un comienzo, pero intentarlo sí un objetivo, pues a veces el proceso es más importante que el resultado. Aunque siempre conscientes de lo escribiera George Orwell: “La manera más efectiva de destruir a la gente es negarle y obliterar la propia comprensión de su historia”.

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