Las ciencias y las humanidades

Creo que la habitual separación entre las ciencias naturales y las humanidades, las “dos culturas” (con las ciencias sociales deambulando entre ambas), va en detrimento de los conocimientos y conclusiones prácticas de los dos ámbitos. Hay dos errores genéricos en el análisis del comportamiento humano que lo ejemplarizan.

Por una parte, el biologismo defendido a menudo desde posiciones conservadoras en el último siglo, según el cual los comportamientos de los humanos obedecerían básicamente a dictados biológicos que explicarían de manera global, por ejemplo, las jerarquías sociales, la agresividad individual y de grupo o las desigualdades de género. El corolario sería que los dictados de una naturaleza humana más o menos fija no ofrecen demasiadas posibilidades de cambios efectivos. Se trata de un tipo de razonamiento que cae a menudo en la falacia naturalista: derivar de aquello que (pretendidamente) es, aquello que (pretendidamente) tendría que ser.

Paralelamente, desde posiciones progresistas o de izquierdas se ha defendido en los últimos cien años que los comportamientos humanos se deben sólo a unos componentes culturales que no son sino “construcciones sociales” basadas en injustificadas desigualdades de clase, de género, etcétera, que resultan contradictorias con la igualdad de todos los individuos. La naturaleza humana sería uno de estos constructos sociales. Una noción normativa de igualdad funciona aquí como un presupuesto que después habría sido pervertido por las instituciones, tradiciones ideológicas y costumbres sociales. Cuando nacemos seríamos páginas en blanco modulables por las ideas y costumbres transmitidas socialmente. En este caso, el corolario práctico es una gran confianza en la educación como motor de cambios en los individuos y las sociedades: cambiemos la educación y cambiaremos radicalmente a los humanos. En el extremo, los humanos no tendríamos naturaleza, sólo cultura. Se trata de un tipo de razonamiento que cae a menudo en la falacia voluntarista: derivar de aquello que (pretendidamente) tendría que ser, aquello que (pretendidamente) es.

Los conocimientos científicos aportan luz a los debates sobre los ámbitos moral y político. Hoy sabemos que la moralidad es anterior a la humanidad, que la moralidad tiene raíces biológicas en especies anteriores a los humanos ( primates, mamíferos…). Somos al mismo tiempo individuos competitivos y cooperativos, egoístas y altruistas, autointeresados y empáticos. Podemos ser todo eso al mismo tiempo en el mismo día. Los humanos tenemos una funcionalidad moral heredada de carácter ambivalente que a menudo nos aboca a prácticas contradictorias.

Hoy también sabemos que todos los animales tienen naturaleza, incluidos los animales humanos. La idea de que todo lo que pensamos son “construcciones sociales” es epistemológicamente pueril. Lo quieran o no algunos posmodernos poco informados científicamente, la naturaleza humana existe. Los componentes biológicos son básicos para explicar el comportamiento humano. No son los únicos componentes explicativos, pero marginarlos cuando se habla de ética o de política es poner las bases para seguir yendo epistemológicamente perdidos. Los softwares culturales no pueden funcionar sin los hardwares biológicos heredados. Hay una interpenetración entre los dos tipos de componentes. Venimos al mundo dotados de cerebros con regularidades, actitudes y tendencias establecidas a través de la evolución, que luego se modulan por patrones culturales heredados socialmente. Biología y cultura confluyen en cada uno de nosotros.

Los conocimientos sobre la evolución biológica y los cambios culturales tienen que saberse integrar. Para comprender la realidad humana necesitamos las ciencias biológicas y las humanidades. Paradójicamente, a menudo los humanistas desconocen muchas cosas sobre lo que somos los hombres (incluyendo a las mujeres, se entiende) y no resulta extraño que no hayan llegado muy lejos en temas como la conciencia o el papel ambivalente de las emociones y la racionalidad en los comportamientos humanos. Hoy no se pueden pensar temas como la moralidad, las estructuras de poder, las religiones, la agresividad o las desigualdades de género sin incluir la perspectiva evolutiva del cerebro, el sexo o la sociabilidad.

Por otra parte, los científicos naturales no han prestado demasiada atención hasta tiempos recientes a los aspectos culturales de las sociedades humanas. Sin embargo, las cosas están cambiando. Tanto las neurociencias como la biología evolutiva, la genética, la primatología o la psicología cognitiva han establecido puentes entre los dos ámbitos. Los programas de investigación parecen prometedores. En este sentido propondría que las carreras de ciencias sociales y de humanidades introdujeran conocimientos iniciales de aquellas disciplinas científicas. Y viceversa. Creo que Kant dio en el clavo cuando postuló la “insociable sociabilidad” que caracteriza a los humanos y que se encuentra en la base del progreso humano. Tengo para mí que a Kant le hubiera interesado y quizás entusiasmado la concepción darwiniana de la evolución de la vida y la genética contemporánea. Sería un humanista científicamente informado.

LA VANGUARDIA