De Tortosa y del conformismo histórico

¿Podría ser que la expectativa sobre el futuro del monumento franquista de Tortosa hubiera sido mayor en Cataluña que en Tortosa mismo? Si la primera evidencia del resultado es que la opción de la conservación ha ganado con una mayoría confortable del 68%, la segunda es que el 70% de los tortosinos no han pensado que fuera necesario ir a votar. ¿Indiferencia, prudencia o rechazo a participar en el debate? Es tan evidente que este monumento debería haber sido derribado ya hace décadas que el hecho mismo de que haya sido necesario esperar a 2016 para que se planteara el traslado -no la demolición- indica que las cosas no deben ser tan simples como quisiéramos que fueran. La repugnancia, a veces, no es tan fuerte como de otras emociones, tal vez inconscientes, que tienen que ver con los desastres pasados y que pueden pasar de una generación a otra.

Cuando veo que una parte de la población, que sería injusto considerar franquista, vota para que se mantenga un monumento a la gloria de los caídos por Franco, intuyo que algunas heridas no deben haber terminado de cicatrizar. Ignoro muchísimas cosas de la historia de Tortosa durante la guerra civil, pero parece evidente que, por el hecho de haber estado en la antesala de una de las batallas mayores de este conflicto, puede haber sufrido dramas aún no apaciguados. Sin embargo, la promesa de contextualización del monumento puede parecer en sí misma una burla: una dispersión de vómito no parecerá menos asqueroso porque pongamos delante una etiqueta que lo explica.

¿De dónde viene, pues, la resistencia a suprimir un monumento erigido a la gloria de los caídos por el fascismo e inaugurado por el fascista jefe? Una explicación posible podría tener que ver con la inercia y el conformismo, sin que ninguna de estas dos palabras sean, aquí, peyorativas. Aunque edificar un monumento pueda costar meses o años de trabajo, y que destruirlo pueda no durar más que unos pocos segundos, en realidad derribar es psicológicamente bastante más complicado que construir. Derribar, destruir, arrasar, si no es el momento exacto de una exaltación o de una decisión solemne, puede ser muy difícil, porque impera a menudo la certeza inconsciente de que lo que existe puede continuar existiendo. Y a veces los argumentos racionales, políticos y morales, por potentes y justos que sean, pueden tener menos peso que esta premisa: si está, que se quede. Sobre todo si, como debe de ser el caso en Tortosa, este ‘que se quede’ tiene que ver con una extraña cristalización, como si para una parte de la población este monumento representara una especie de equilibrio quizás doloroso pero necesario entre democracia y asunción del pasado, incluso del pasado menos honorable. Una cristalización que debe de haber sido reforzada y legitimada por la vergonzosa ley de amnistía posfranquista que puso en pie de igualdad verdugos y víctimas.

Más allá de lo que pase ahora con el monumento, creo, humildemente, que este episodio tortosino puede dar alguna pista interesante sobre la historia de las mentalidades aplicada a Cataluña. Me atrevo a sugerir que la misma actitud psicológica, que llamaría conformismo histórico, que hace pensar a algunos tortosinos que el monumento debe permanecer donde está, puede ayudar a entender la resistencia de una parte de la población de Cataluña a desear la independencia. Y no hago, aquí, ninguna relación mecánica entre los promonumento y los antimonumento y los proindependencia y antiindependència.

VILAWEB