La violencia intelectual

Acabo de leer con mucha curiosidad ‘La desfachatez intelectual’, un libro del politólogo madrileño Ignacio Sánchez-Cuenca que ya lleva tres ediciones y que, especialmente en Catalunya, se ha comentado con un entusiasmo lógico, pero a mi entender provinciano.

La recepción del libro me ha recordado aquel ensayo de Germà Bel titulado ‘España capital París’. Igual que la obra de Bel, ‘La desfachatez intelectual’ es un libro entretenido, lleno de anécdotas y datos. Aun así, me da la impresión que también llega demasiado tarde y que está escrito desde una superioridad moral disfrazada de pensamiento analítico que pone excesivamente fácil al autor evitar el fondo del problema.

Igual que hizo Bel, cuando la idea de la independencia todavía daba miedo pero el autonomismo ya estaba desgastado, Sánchez-Cuenca intenta justificar, con pretextos científicos, una idea decente y democrática de España. En Catalunya el libro tiene éxito porque, a cambio de decir unas cuantas verdades más o menos superficiales, nos ahorra tener que reconocer la violencia que el Estado ha necesitado -y necesita todavía- para domesticar nuestro país.

Si Bel presentaba el centralismo de Madrid como una rémora peninsular y oscurantista justo en el momento en el cual las ciudades globales empezaban a crecer de manera desbocada, Sánchez-Cuenca critica a los columnistas de referencia del nacionalismo español para echarlos del estatus quo, no sólo cuando ya han sido ultra pasados por los hechos, sino sobre todo cuando España necesita ir pensando una manera de afrontar el Referéndum que, tarde o temprano, habrá que hacer en Catalunya.

El libro, igual que el de Bel, está bien escrito y estructurado. Además, demuestra que el autor es inteligente y que sabe qué grieta le va a permitir hacerse un lugar en el sistema. Seguro que las primeras páginas dispararán la adrenalina de muchos suscriptores y exsuscriptores de La Vanguardia. Dudo de que ningún catalán que sienta el país mínimamente pueda evitar disfrutar, aunque sea en secreto, ante la decapitación intelectual de opinadores como Fernando Savater, Félix de Azúa, Javier Cercas, Jon Juaristi, Antonio Muñoz Molina o Arturo Pérez Reverte.

Dejando de lado a Arcadi Espada, que es un maestro asfixiando a los adversarios intelectuales con sus propias palabras, costaría encontrar textos que desmonten las imposturas más comunes de los columnistas españoles con tanta eficacia. Dicho esto, enseguida queda claro que el libro no tocará hueso. Sánchez-Cuenca es eficaz dejando en evidencia el vacío de sus colegas, pero no acaba de entender qué está pasando en España. Por eso no ve que esta «desfachatez» intelectual que denuncia casi como un defecto del carácter o de la veteranía mal llevada es la expresión lírica y natural de una violencia y una impunidad política de base.

Una cosa que sorprende, y que ya indica por dónde irá el libro, es que el autor no entre a juzgar la generación de jóvenes columnistas que ríen las gracias a las vacas sagradas que él critica, mientras esperan que llegue su turno. Sánchez-Cuenca pinta el matonismo y la baja calidad intelectual de Savater, Pérez Reverte, Cercas y compañía como una rémora del pasado que tiene que dejar paso a una España de jóvenes preparados. Con contadas excepciones, a mi esta vieja guardia no me parece más ostentosa y banalizadora que Gistau, Bustos, y el resto de amiguitos literatos que aspiran a representar el nuevo sistema.

Me parece que, en España, la impostura intelectual es estructural, porque España es una magnífica impostura y sin la brutalidad, la desconfianza y el individualismo cínico que rezuma la prosa de sus bardos, no funcionaría –especialmente ahora que esta mal visto sacar al ejército-. Si Sánchez-Cuenca deja de ver Catalunya a través de los diarios, y pasa por Barcelona a hablar con catalanes que tengan una memoria familiar de más de tres generaciones -y que no estén forrados-, quizás verá cuál es el punto ciego de su libro. Claro que muchos catalanes que comprenden lo que estoy diciendo lo encontrarán como una osadía excesiva para un castellano.

A medida que la democracia acerca a Catalunya al referéndum, en España resulta más fácil y barato tener razón. Más o menos igual que en los tiempos de la República. ¿Por qué debe ser?

ELNACIONAL.CAT