Otra historia de Baskonia (II)

Como comentaba en la primera parte, la serie documental «una historia de Vasconia« nos sorprende por su especial interés en caricaturizar las hipótesis nacidas de los estudios de J.M. Barandiaran. Dicho interés está muy extendido en ciertos medios académicos, que sin embargo se distinguen por su nulo interés en desmitificar otras propuestas clásicas de la historiografía hispana o francesa.

El estudio de forma científica sobre el «hecho cultural» se empieza a sistematizar a finales del siglo XIX a la vez que lo hacen otras muchas disciplinas científicas. Se comenzó a valorar lo cultural como un patrimonio acumulativo, intergeneracional y extrabiológico del género humano. Ese interés coincidió con la expansión europea a todo el globo, con el cenit del colonialismo eurocéntrico. Los europeos se topan con cientos de culturas, el encuentro es catastrófico para la mayoría de ellas.

En ese contexto proliferan los estudios etnográficos. Muchos de ellos al servicio de la colonización; los otros admirados por el descubrimiento de la inmensa riqueza y variedad cultural del planeta y con deseos de contribuir a su conservación. La antropología se movía entre dos mitos extremos: el de «Robinson Crusoe», héroe europeo, civilizador que crea orden en el caos; y el del «buen salvaje», el mito de que toda cultura primigenia es bondadosa.

Una vez aprendido el idioma del colonizador, muchos pueblos colonizados leyeron aquello que se escribió sobre ellos y no fueron pocos los que se reconstruyeron y recaracterizaron tras verse reflejados desde el prisma de los etnógrafos europeos o estadounidenses. Algunos de ellos se valieron de ello para mejorar sus autoestima; muchos se convirtieron en una parodia de sí mismos, muchísimos desaparecieron, otros formaron a pasar piezas de museo y los demás de souvenir.

En el caso de Euskal Herria tenemos la particularidad de que uno de esos etnólogos que recopiló parte del hecho cultural vasco vivo a finales del siglo XIX, atendiendo al relato de los/as ancianas, no fue un gentleman británico, sino un autóctono capaz de hacer un viaje de ida y vuelta. Viaje consistente en practicar «el extrañamiento académico» propio del método etnográfico; y de vuelta, para poder interpretar lo recopilado también desde los ojos de un autóctono.

Esta particularidad ha hecho que la interpretación sobre la cultura vasca, en mi opinión, haya sido más correcta que cualquier estudio publicado sobre los nuer, los inuit, o los ¡kung, por ejemplo.

El resultado no gustó en ciertos medios académicos y gustó menos en ciertos medios políticos. Se trataba de un caso especial en el que investigado e investigador pertenecen a una misma cultura. Algo que no es del agrado quienes han mitificado a Occidente como el centro del mundo civilizado y motor del «desarrollo».

No creo que sorprenda al/la lectora al decir que las críticas a Barandiarán tienen parte de sentido. Barandiarán como todos/as los etnólogas, es un interpretador. Interpretador bastante correcto y meticuloso de los retales de una cultura compleja, viva, pero en situación crítica, muy sincretizada y en dramática recesión frente a las culturas dominantes de su entorno inmediato.

De esos retales recopilados, como tantos pueblos minorizados, nos hemos reconstruido, reinterpretado, con toda legitimidad, uniendo los hechos objetivos con la mitificación, lo práctico con lo afectivo, lo ético con lo estético.

La hipótesis matriz

La hipótesis matriz de Barandiaran era que el pueblo vasco del siglo XX era el heredero directo de la población paleolítica de esta parte del planeta. Dicha hipótesis, que resultó novedosa, es tan correcta como incorrecta. Todo depende de los matices en los que tengamos interés en profundizar, en el método analítico, en los términos utilizados. Lo que no es lícito, es lo que hizo Alberto Santana en su serie documental y divulgativa, esto es, caricaturizarla y simplificar una teoría para confundir al espectador e intentar presentar su ideologizada prehipótesis alternativa como novedosa y objetiva.

Cuando los rasgos principales de la(s) cultura(s) autóctona(s) de nuestro entorno ha sido principalmente ágrafas y los materiales utilizados susceptibles de interpretarse como cultura material fueron hechos principalmente en materiales orgánicos o en hierro, intentar sustentar una hipótesis en busca de textos en latín, toponimia disglósica e interpretaciones sesgadas, distorsiona totalmente la realidad, hace de la excepción norma y esconde los fenómenos mayoritarios.

Decía Koldo Mitxelena que le despertaba más interés entender el por qué había llegado vivo el euskara a la actualidad que su origen. Del mismo modo, personalmente, me parece más interesante intentar comprender qué factores han tenido que ver con la pervivencia y evolución cultural y poblacional de lo que hoy llamamos Euskal Herria, más que pelear por encontrar una única etnogénesis primigenia.

Etnogénesis cíclicas

Procesos etnogenéticos se dan cuando en un territorio se produce un cambio poblacional o sociocultural que supone una ruptura con el periodo anterior. Puede cambiar el sistema de creencias, de organización social, económicas, el idioma, valores etc. Puede ocurrir tanto por sustitución de población, por aportación demográfica, por contacto, por aculturación, por dominación, por propia voluntad, por asimilación… También puede ocurrir sin cambio poblacional, por otro tipo de adaptaciones a los cambios del medio biológico, social o político. De forma similar a lo que ocurre con las lenguas que se adoptan a los cambios sociales, las culturas y los pueblos se adaptan al cambio del entorno. Las culturas sin capacidad adaptativa desaparecen.

En un tan amplio marco cronológico como el que planteaba Alberto en su serie documental, como es lógico, en este mismo territorio se han debido de producir diversos procesos etnogenéticos, y debidos seguramente a todos los diversos factores arriba mencionados. Hay una ruptura evidente, por ejemplo, entre el mundo paleolítico y el postglacial, o entre el tipo de sociedad de la Edad del Hierro y las dos Vasconias postromanas. Dos datos muy sencillos: uno, el hecho de que no sepamos interpretar qué querían decir nuestros antepasados en Ekain pintando caballos; el otro, que ya no sabemos con certeza para que se hacían los harrespila. Esto nos demuestra que aún estando en el mismo territorio y aunque biológicamente fuéramos herederos directos de esas personas que los hicieron, no tenemos la misma cultura, nuestro sistema ha cambiado hasta el punto de no saber qué significaban esos actos socioculturales que eran tan importantes para ellas/os.

En mi opinión, esta es la perspectiva que puede actualizar la hipótesis matriz de J.M. Barandiaran. Por una parte corroborando que seguramente hasta finales del siglo XX hay continuidad de un sustrato poblacional mayoritario (en la mayor parte de las comarcas de la actual Euskal Herria) procedente del Paleolítico Superior. Una población a la que se le han ido sucesivamente incorporando nuevas aportaciones externas, diversas, que se han ido diluyendo y/o aglutinado de diferente forma según el tiempo y el lugar, pero que aparentemente nunca sustituyeron por completo a la población anterior en ninguna de las etapas. El paso del tiempo, las aportaciones, el contacto, los cambios, produjeron diversos episodios etnogenéticos, algunos centrípetos otros centrífugos. Se producirían etapas de «cuello de botella» y etapas de expansión y en una de esas etnogénesis, si tuviéramos una máquina del tiempo y pudiéramos hacer trabajo de campo, habría un momento en el que identificaríamos lo visto como Euskal Herria.

Personalmente creo que los resultados de ese trabajo de campo nos llevarían a una etapa muy antigua, pero desde luego que no me causaría ningún disgusto reconocer unos datos que nos situaran por ejemplo en la Baja Edad Media. Porque aunque los propulsores de la historiografía hispánica y colonial piensen lo contrario, no nos interesa Euskal Herria y su cultura por ser antigua, sino porque está viva.

Algunos de los retos de la Euskal Herria del siglo XXI trataré de desarrollarlos en la tercera parte y última de este artículo.

GARA