Exhumaciones

“Es necesario crear una atmósfera de terror. Hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros”. La consigna y el método: “Todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular, debe ser fusilado”. Mola llegó a Pamplona como gobernador militar en marzo de 1936, ya investido cabecilla de la prevista insurrección contra la Segunda República. Los métodos de represión nacían de sus famosas instrucciones secretas. En Navarra, las muertes fueron asesinatos. Genocidio ideológico. Aquí no hubo frente de guerra. Los generales Mola y Sanjurjo y seis combatientes del bando sublevado (uno por Merindad, el caído más joven y el de más edad) reposan en la cripta del Monumento a los Caídos. Navarra a sus muertos en la Cruzada es el lema (ahora oculto) que preside la fachada del edificio, erigido por la Diputación Foral sobre parcela cedida por el municipio. El Ayuntamiento de Pamplona, con la única disconformidad de UPN en el arco consistorial, ha puesto en marcha el proceso administrativo para llevar a cabo la exhumación de los restos en la semana del 20-N. Exhumación, comprobación, documentación, entrega a los familiares y clausura de la cripta como cementerio. El alcalde Asiron asegura haber procedido con “máxima discreción y respeto”, en contacto con familiares y Arzobispado. Estos monumentos constituyen apología del franquismo. Placas, escudos y monolitos perpetúan el recuerdo de la victoria de unos españoles contra otros. Tributan recuerdo a golpistas y a los llamados mártires del bando nacional. Símbolos tanto más hirientes cuanto más locales. Humillan a las familias de personas asesinadas. Ultrajadas en su enterramiento clandestino y muchas aún en paradero desconocido. También a las víctimas de represalia. Monumentos a los sublevados; a los demás, desprecio. El odio no merece honores. La acción municipal no es justicia histórica. Neutraliza una ostentación.

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