Del Burgo y los bandoleros de Amaiur

J. I. del Burgo publicó ayer en Diario de Navarra un artículo a cuenta de la exposición sobre el castillo de Amaiur que estos días se exhibe en el palacio del Condestable, en el que como era de esperar insiste en las mismas monomanías ¿históricas? con las que él y su padre llevan machacándonos las meninges desde hace casi cien años. No se me ocurre otro caso semejante de la -por otra parte- actitud tan hispana del «sostenella y no enmendalla» por estos lares, aunque por supuesto, eso no convierte sus tesis en ciertas, pese a que hayan contado siempre con el viento «oficial» a favor. Dice cosas como estas:

-«Este episodio bélico sucedió siete años después de la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla (1515) mediante «unión eqüeprincipal» (de igual a igual), sobre la que se han escrito ríos de tinta. Dicha incorporación a la Monarquía más poderosa de Europa, fue el lógico desenlace de la condición hispana de Navarra, que se expresa con rotunda claridad en el Fuero General de Navarra…»

El término jurídico «eqüeprincipal», que Del Burgo emplea siempre como si fuera el perejil de todas las salsas, queda muy bonito en su arcaico latín, pero no constituye bálsamo ninguno para la herida sangrante que la conquista -y no la incorporación, por mucho que el longevo político se empeñe en dulcificar el asunto- de Navarra supuso, pues la única verdad la dejó lapidariamente establecida el duque de Alba cuando expresó bien claramente a los jurados de la sitiada Pamplona que «Nunca serán los vencidos quienes impongan sus leyes a los vencedores. Rendíos, o vuestra ciudad será reducida a cenizas». La «condición hispana» de Navarra, que el Fuero recoge únicamente para conferir a los reyes de Navarra la legitimidad de los soberanos visigodos, perdida tras la conquista musulmana, no avocaba en ningún caso a «lógico desenlace» alguno, y mucho menos a una conquista a sangre y fuego como fue la emprendida por Fernando de Aragón. Lo cierto es que cada vez que Navarra pudo elegir entre ser independiente y no serlo, escogió siempre la independencia (hay están los ejemplos de 1134, 1234 o 1328 para demostrarlo), pero claro, eso es mejor no decirlo, no vaya a ser que las navarras y navarros comencemos a preguntarnos cosas que sólo pueden dilucidar los gurús de la Foralidad como Del Burgo.

-Sigue diciendo el insigne historiador:

«A principios del siglo XVI, Navarra se hallaba inmersa en una larga y cruenta guerra civil provocada por el enfrentamiento de de dos bandos nobiliarios, agramonteses y beaumonteses (el pueblo llano era el sufridor de los desmanes de ambas facciones). Eran reyes de Navarra Juan de Albret y Catalina de Foix. Ambos miraban más por los intereses de sus extensos dominios en Francia que por los de un reino empobrecido como era Navarra. En 1512 se aliaron con Luis XII en la contienda europea que enfrentó al rey francés con el papa Julio II. En este contexto, se produjo la ocupación de Navarra por Fernando el Católico, legitimada por sendas bulas papales, que excomulgaban a los reyes navarros y, conforme al derecho de la época, les privaba de su reino por su alineamiento con el monarca francés. En 1513, las cortes navarras reconocieron al aragonés como rey y señor natural. En 1515 éste decidió que a su muerte, sucedieran en el trono navarro, quienes fueran sus herederos en Castilla. Todo ello sin mengua de su condición de reino.»

Uffff, habría tanto que decir… Empezaré argumentando que, a principios del siglo XVI, concretamente para el año 1507, Navarra estaba ya en paz. ¿Por qué razón? Porque los reyes Juan Y Catalina, esos que según Del Burgo sólo pensaban en sus posesiones francesas, habían conseguido derrotar a los beaumonteses y expulsar de Navarra al conde de Lerín, su líder-marioneta. ¿Marioneta de quién? Pues naturalmente del rey Fernando de Aragón, que era quien desde al menos 1472 sostenía desde el exterior esa facciòn con vistas a debilitar Navarra por todos los medios posibles, cosa que hasta ese momento había logrado a la perfección. El riguroso trabajo basado en las fuentes de historiadores como Alvaro Adot, ha demostrado sobradamente la importancia extrema que Juan y Catalina concedían a Navarra, cuyo dominio les confería la condición regia, y Del Burgo y los de su escuela lo saben perfectamente, aunque les resulte mucho más cómodo -y más falso también- seguir con la matraca de que eran reyes extranjeros (como su admirado Fernando, por otra parte), aunque reinaran casi treinta años y casi todos los pasasen entre nuestras mugas, donde nacieron por cierto todos sus hijos, entre ellos el heredero, Enrique, que lo hizo en Sangúesa, y no en un retrete de Gante, como Carlos de Habsburgo, ya que nos ponemos puntillosos. La «ocupación» (cierta materia, por mucho que se le eche azúcar, sigue oliendo igual de mal) fue fruto de una conquista injusta, la defendiese el papa de Roma -siempre presionado por los ejércitos castellano-aragoneses radicados en la cercana Nápoles- o no lo hiciese. Julio II lo único bueno que aportó a la humanidad fue su encargo a Miguel Angel Buonarroti de la decoración de la Capilla Sixtina. Aparte de eso no fue más que un mercenario casi siempre al servicio de Fernando de Aragón, que era quien le había conseguido la tiara al quitarle de su camino a los Borgia. Navarra era un país soberano y podía por tanto dirigir su política exterior como mejor le pareciera, sin que otros países (Castilla, Aragón, Francia o Syldavia) tuvieran derecho alguno, ni humano ni divino a entrometerse. Las «Cortes navarras» de 1513 fueron sólo un paripé orquestado por el invasor Fernando para que la facción beamontesa -la única que estaba presente en las mismas- inclinara su cabeza o abriese más sus nalgas (en este caso el orden de los factores no altera el coproducto [Sic.]) para acabar con la independencia de Navarra, lo que evidentemente -diga lo que diga Del Burgo para marear la perdiz- menguó definitivamente su condición de reino. Y si sólo se dicen medias verdades -no hubo «Cortes de Navarra» en 1513, sino Cortes del bando beaumontés-, es exactamente igual que mentir.

En resumen: puedo entender que no te guste una determinada visión histórica que se dé en una exposición como la del Condestable, pero no que aproveches que el Arga pasa por Belaskoain para repetir los mismos tópicos una y otra vez, y que al contrario de lo que dijo cierto alemán (y no oriental, precisamente) no se van a convertir en auténticos porque insistas en ellos mil veces. Por cierto, no lo he dicho, pero el artículo de Del Burgo se titula: «Héroes o bandoleros», ya que esta última es la categoría que concede a los últimos defensores de la independencia de Navarra en 1522.

¿Y sabéis lo que os digo? Que si es por eso, prefiero mil veces ser un «bandolero» como los que defendieron la causa perdida de Amaiur, que ostentar títulos nobiliarios o políticos donde -en el partido del propio Del Burgo lo saben muy bien- campe a sus anchas la primera acepciòn de «Bandolerismo» del Diccionario de la Real Academia de la Lengua: «Conjunto de desafueros y violencias propias de los bandoleros»