Gure komandante maitia

Los ecos de la Revolución cubana llegaron sesgados a Euskal Herria, aplacados por los filtros de la censura y el relato manipulado de Washington, principal aliado del franquismo. ETA acababa de nacer por generación espontánea, al tiempo que moría el lehendakari Agirre, al que la propia organización juvenil, plagada de soñadores, daba su portada en su publicación Zutik: «Gure lehendakari maitia». Poco más tarde, todavía unas ingenuas muchachas que se decían Duo Erlak cantaban aquella canción que sonaba a protesta: «Kennedy gure laguna da…». Sí, el mismo presidente que avaló la invasión de Bahía de Cochinos, o Playa Girón según el relato.
En La Habana, sin embargo, otro joven navarro, ajeno a la lejanía, cocinaba para Fidel, le deleitaba con ese estilo que, décadas más tarde, exportarían los maestros de esa apellidada nueva cocina vasca. Cuando el Ché salió para el Congo y luego para Bolivia, aquel joven de Zabaldika, de nombre Pedro Baigorri, sintió el impulso y lo transmitió a su familia: «Vivo fiel a mis principios y a mis ideas y en el fondo es un homenaje principalmente a vosotros». Murió en Colombia, luchando con la guerrilla, cuatro años más tarde que el general Barrientos diera la orden de matar al Ché, detenido en La Higuera.
Habían pasado apenas 10 años entre la primera acción de ETA, el descarrilamiento de un tren repleto de ex combatientes fascistas, y la muerte de Pedro Baigorri. Una década en la que el vuelco había sido enorme: «Euskadi por su situación geográfica en el corazón de la Europa capitalista, por el potencial revolucionario de las masas dirigidas por ETA, está llamada a ser la Cuba de Europa Occidental y el punto de partida de su revolución». La simpatía ideológica superaba a la realidad. Pero la fantasía política se nutría de sucesos nada virtuales. ETA había llevado su ponencia a la Tricontinental, celebrada en La Habana.
¿Qué había sucedido en un escaso puñado de años? Decenas de huidos se habían refugiado en Ipar Euskal Herria y habían escuchado y leído la aventura política de Fidel en Sierra Maestra, la llegada de los barbudos a la capital cubana, la implantación del socialismo en la isla y, sobre todo, la plasmación de ese concepto tan revolucionario como era y es el de la solidaridad internacionalista.
A La Habana llegó después de mil vueltas Mikel Etxeberria, el hombre más buscado en el Estado español y, por extensión en Euskal Herria. Había sobrevivido, malherido, a la detención de parte de la dirección de su organización en la Artekale en Bilbao. Sus compañeros serían juzgados en el Proceso de Burgos. Tras de sí un reguero de detenciones y torturas, más de un centenar, pesquisas y recompensas por delatar su paradero. Fidel le acogió en su seno. Y Mikel Etxeberria se sintió libre y arropado. Vivió, trabajó y estudió en La Habana, desde 1971 a 1974. El secreto mejor guardado. Tanto que la Policía difundió la noticia de que Etxeberria había fallecido y había sido enterrado clandestinamente por sus compañeros. Tanto que la nueva generación que sobrevivió al Proceso de Burgos desconocía su destino. Hasta que el cineasta Antton Ezeiza, que más tarde haría aquella mítica película «Mina viento de libertad» con apoyo cubano, dio con él.
No era el primero, sin embargo, aunque sí relacionado con ETA. Desde el triunfo de la Revolución, Castro y los barbudos habían ofrecido su casa a varios niños vascos de la guerra que habían recalado en 1937 en la URSS y luego cambiaron de aires. En 2016, al menos dos de ellos aún sobrevivían en Cuba. En La Habana recaló, asimismo, el comunista Juan Astigarrabia, consejero de aquel Gobierno del lehendakari Agirre que saltó a la isla desde La Habana cuando cayó el dictador Fulgencio Batista quien, por cierto, se refugiaría en Marbella (España). Astigarrabia sería nombrado asesor del Comité Ejecutivo del Partido Comunista de Cuba.
Una década después de la salida de Cuba de Mikel Etxeberria, llegaría a La Habana, en 1984, un nuevo grupo de refugiados vascos, esta vez deportados por Francia a Panamá. Fidel Castro y Felipe González negociaron la estancia de los vascos en la isla, después de que otros países rechazaran aquella patata caliente. Fidel, su país con un bloqueo económico asfixiante, señalado por el capitalismo como la referencia del mal, antepuso sus convicciones revolucionarias a sus necesidades diplomáticas, a sus urgencias. Fue una decisión personal que permitió a Carlos Ibarguren, José Miguel Arrugaeta, Peio Ansola, Txutxo Abrisketa, José Ángel Urtiaga, José María Larretxea y José Antonio Mugika Arregi ser acogidos, trabajar y ganarse la vida.
También llegó a la isla en 1986 Agustín Azkarate, que había sufrido graves torturas tras ser entregado por el Estado francés al español por el procedimiento de urgencia. Lo hizo clandestinamente, al igual que años después, tras un largo periplo, Joseba Sarrionandia, fugado de la cárcel de Martutene. En 1987, llegaron a Cuba, huyendo de Cabo Verde, en un viaje en barco propio de una novela de aventuras, Amaia Egiguren, Iñaki Rodríguez, Elena Bárcena e Iñaki Etxarte. Ramón Sagarzazu y Luziano Eizagirre lo harían posteriormente.
En 1990, tras la victoria de UNO en Nicaragua y la derrota electoral sandinista, una decena de exiliados vascos saltó a la isla. Otro exiliado llegó procedente de Togo y, del grupo inicial, abandonaron la isla rumbo a Europa otros tres deportados. En Cuba fallecieron José María Larretxea en 1996 y Luziano Eizagirre en 2012, ambos por enfermedad. En La Habana concluyeron sus estudios de Medicina en 1997 Tomás Linaza y Endika Iztueta, deportados en Cabo Verde. Llegaron a Cuba tras un acuerdo y posteriormente volvieron a las islas africanas.
Todos se hicieron con una vivienda gratuita, recibieron una asignación y tuvieron libertad de movimientos por la isla. Fueron atendidos por el ICAP (Instituto Cubano de Ayuda a los Pueblos). Al comienzo hicieron labores en trabajos comunales, como los naturales de la isla, y poco a poco se fueron poniendo por su cuenta. En 1989, José Ángel Urtiaga y José Miguel Arrugaeta concedían una entrevista a la revista Punto y Hora en la que señalaban: “Tenemos que destacar la atención y el respeto que hemos recibido por parte de las autoridades y habitantes de este país. Nos han proporcionado medios materiales para vivir y ayuda económica para nuestra manutención, además de regularizar nuestra situación desde el primer momento con documentos legales. Gozamos de una total libertad de movimientos».
Fidel Castro estuvo detrás de cada uno de estos acuerdos. Recibió personalmente a las delegaciones vascas que desde Euskal Herria se desplazaron por razones políticas, entre ellos a Gorka Martínez, Jokin Gorostidi, Itziar Aizpurua, y también a las económicas, que las hubo, en una ocasión lideradas por el jeltzale Josu Jon Imaz, en la actualidad consejero delegado de Repsol.
La decisión de Fidel Castro de acoger a refugiados vascos perseguidos por las autoridades españolas y francesas no tuvo que ser una decisión sencilla vista desde la óptica diplomática. Un país asediado, sumido en un extraordinario bloqueo que provocó el llamado Período Especial, sometido a todo tipo de presiones, desde Felipe González hasta José María Aznar y Maiano Rajoy. España ocupa el tercer lugar del mundo en las relaciones internacionales económicas de Cuba, por detrás de Venezuela y China. Por encima de esas razones de peso, Fidel mantuvo durante décadas, sus principios de solidaridad internacionalista, cuestión que Madrid y París no alcanzaban a comprender. La ideología en un plano superior a la economía. A pesar de las circunstancias.
Si un supuesto escribiente llegado de la década de 1960, cuando al margen de aquel «Kennedy gure laguna da…» también se entonaba aquello de «Gu gera Euskadiko gaztedi berria» de Mixel Labeguerie, hubiera alcanzado la barrera de 2016, no tengo dudas de cómo titularía la necrológica de Fidel: «Gure komandante maitia».