Leo en la edición digital de su diario de fecha 9-12-2016 una noticia referente a un comunicado de Izquierda-Ezquerra sobre el Museo del Carlismo de Estella y su Consejo Asesor, en la que aquélla organización da por hecho cuestiones que, desde el punto de vista histórico son muy discutibles, pues como muy bien dicen ellos mismos, hace falta “información veraz, extensa y rigurosa”. Como historiador, especialista en carlismo, voy a intentar contribuir a dicha “información”.
Efectivamente, hubo carlistas que participaron en fusilamientos. Pero, tal como nos documenta el mencionado historiador Manuel Martorell en su tesis doctoral, la mayor parte de los cartistas (requetés) estaba en los frentes de batalla, por lo que los fusileros fueron gentes de retaguardia vinculados a una parte de la Junta Carlista de Guerra de Navarra formada por orden del general Mola que estaba enfrentada -aunque no todos sus miembros- a la mayoritaria Junta Carlista que dirigían D. Javier de Borbón Parma y Manuel Fal Conde, opuestos al franquismo y al nazismo. Los partidarios de Mola en la antedicha Junta de Navarra fueron precisamente los que después apoyaron a Franco y su unificación en el partido único de FET y de las JONS. Sin embargo, alguno de sus miembros, vinculados a D. Javier, como lo fue el Jefe Regional de Navarra, Joaquín Baleztena, emitió un comunicado en El Pensamiento Navarro, el 25 de julio de 1936, en la que se decía que “ningún movilizado voluntario ni afiliado a nuestra inmortal Comunión debe ejercer actos de violencia, así como evitar se cometan en su presencia”.
Los que califican la guerra como “Cruzada” son actualmente la Comunión Tradicionalista Carlista, no el Partido Carlista-EKA, pues hoy el carlismo, tal como ya se ha dicho, también está dividido como lo estuvo durante la Guerra Civil.
Izquierda-Ezquerra pretende que formen parte del Consejo del Museo las víctimas del Carlismo, lo cual no tiene mucho sentido porque se trata de un museo de casi 200 años de historia carlista -con sus luces y sus sombras-, no de otra cosa. Además la larga historia del carlismo no puede quedar reducida a los años treinta del siglo pasado y, por otra parte, no tiene ningún sentido que formen parte sus víctimas de 1936, pues en todo caso serían los hijos o nietos. ¿Y por qué no los descendientes de las víctimas del siglo XIX? ¿Y por qué no los de las víctimas de los liberales del mismo siglo? Hágase, si se cree conveniente, un museo de la represión en general, pero de toda.
Y hablando de víctimas y victimarios, conviene recordar que si los carlistas fueron victimarios en Navarra, en otros lugares de Heuskal Herria y de las Españas, fueron víctimas de los “republicanos” e izquierdistas de aquellos años, con una gran matanza de carlistas. Claro que el argumento principal para justificar dichas matanzas es que los carlistas conspiraron contra una República democrática. Pues bien, conviene recordar que mucho antes que los carlistas, los que se opusieron a la República fueron los anarquistas y los comunistas por considerarla burguesa. Y es cierto que era burguesa y liberal-capitalista, razón por lo cual se enfrentaron a ella anarquistas, comunistas y sindicalistas, pero además -y sobre todo-, las clases más desfavorecidas, especialmente del campo, que en muchos casos sufrieron una dura represión por parte de la Guardia de Asalto, la Guardia Civil, y los militares, todos ellos al servicio de la República, mientras algunas organizaciones de izquierda –también al servicio de la República-, trataban de neutralizar esos levantamientos populares, los silenciaban o minimizaban como hacía la censura o autocensura de la prensa republicana, tanto durante el bienio socialista-azañista, como durante el gobierno radical-cedista o el periodo del Frente Popular: Casas Viejas, Castilblanco, Yeste, Yecla, Arnedo, Viana, Cirauqui, Valtierra, Pasaia, etc, etc. Por no citar el caso de la represión de la revolución de octubre de 1934. Pero, además, en los años de la República tampoco faltaron carlistas navarros en vanguardia de las luchas por la recuperación del comunal y la restitución de las corralizas, igual que los hubo en la defensa del euskera, tal como explica José María Jimeno Jurío quien añade que, mientras tanto, el PSOE y la izquierda exigía la generalización autoritaria del castellano.
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