Manuel Irujo y Serrano Suñer

Una serie televisiva nos regresa a Ramón Serrano Suñer, el cuñadísimo, magnificando una historia de amor y escenificando el buen vivir de la élite ganadora de la contienda que inició, y que contaba en su haber con miles de muertos en la batalla, miles de fusilados, exiliados políticos y emigrantes económicos, miles de encarcelados en régimen de esclavitud, utilizados para trabajos forzados en la reconstrucción de ciudades bombardeadas y alzada de panteones faraónicos, miles de humillados por desafección al régimen ganador, soportado por una población hambrienta, exhausta y desesperada. En la Europa continental occidental, dominada por Hitler, Mussolini, Salazar y Franco, campeaba la violación a los derechos del hombre y del ciudadano. Un hedor a azufre contaminaba el aire.

Serrano, por matrimonio y méritos, era parte de esa élite. Tras el fusilamiento de sus dos hermanos y de su amigo José Antonio Primo de Ribera, a quien Franco no se apresuró a canjear, del falangismo accede en derechura al nazismo alemán. Propició la entrevista de Hendaia, 23 de octubre 1940, entre Hitler y Franco -escribió un libro de la misma-, ya intimando con Heinrich Himmler, líder del partido nazi, comandante de las SS, gestor de campos de exterminio e ideólogo de la Solución Final: se le atribuye la muerte de 14 millones de seres humanos, mitad judíos. Himmler fue recibido por Franco en su visita a España, en la que realizó un glorioso periplo que culminó en el Monasterio de Monserrat, en búsqueda del Santo Grial. Este hombre de horrores se sorprendió de la dureza represiva del régimen y la hambruna de la población (que Berlín comenzaba a padecer), aconsejando rebajar la reciedumbre. Serrano, seis veces ministro de los primeros gobiernos de Franco, autor del Fuero del Trabajo y de la Ley de Prensa e Imprenta, o sea, de censura, impulsor del envío de 50.000 hombres en dos años, al frente ruso, la División Azul, entre otras cosas, había visitado campos de internamiento nazis y sin achicársele el ánimo por la penuria de sus compatriotas, logró trasladarlos no a España, sino a campos de concentración, lo que significó que muchos acabaron en los crematorios de Mauthausen, Austria, donde se registraron 9.328 republicanos, exiliados en Francia. Murieron 5.185, sobrevivieron 3.809 y se dan 334 como desaparecidos. Su declive político comenzó, entre otras cosas, porque a Franco dejó de interesarle la alianza alemana: USA y el potencial que significaba en hombres y armas, interviene en la guerra tras Pearl Harbor, y el ejército alemán se estanca en la ofensiva a Rusia, operación Barbarroja, detenido por el General Invierno. El dinero inglés sobornando a la camarilla franquista resultaba más apetecible y fácil. Que no se trataba de ideologías religiosas ni de cruzadas santas, sino de flagrante corrupción. Serrano debía un inmenso favor a Manuel Irujo, ministro sin cartera de la 2º República, accediendo a ese cargo, como lo repetía, por ser el precio del Estatuto Vasco. Se persona en Madrid en octubre del 36, detectando espantado la actuación de fuerzas izquierdistas extremas en la faena de los paseos. En su Navarra natal lo hacían los golpistas, comandados por Mola: 3.600 fusilados en tres meses sin contienda militar. Irujo, con clamor bienhechor, proclamó desde su frágil tribuna de ministro, la Humanización de la guerra y el fin de los Paseos. Contactó con Cruz Roja y cónsules británicos, estableciendo una hilera de autobuses que iba y venía del despacho de Irujo en Madrid a Valencia, ofreciendo salvoconductos y salvación a miles de personas amenazadas, entre ellas, Suñer. En su traslado de Madrid, acude con una mujer, que no era Zita Polo. Serrano pasa a Francia y revive en Burgos, iniciando actividades como principal figura del franquismo, estableciendo contactos con la triunfante Alemania nazi, de la que el régimen llega a proclamarse aliada beligerante. Serrano tuvo días de gloria, pero en ninguno de ellos, ni en los que sumaron los años que llegan hasta 1977, fecha en que su salvador Manuel Irujo, tras un exilio de 40 años, llega a Euskadi, ni en los años que siguieron hasta su muerte en 1981, Serrano, que vivió hasta 2003, tuvo un recuerdo para el hombre vasco que le auxilió. Es verdad que para la hija nacida de la relación sentimental que nos cuentan no hubo reconocimiento. Era guapo e inteligente, posiblemente incapacitado para amar a nadie excepto a sí mismo, calculador y oportunista, decididamente machista, reacio a renunciar al alto tren de vida que le otorgaba riqueza y poderío. Era la parte contrapuesta del carácter de su benefactor Irujo, cuyo empeño fue la salvación de personas, sin distinción ideológica, la conciliación política por medio de la palabra y su inmolación cotidiana, subsistiendo con pobreza en un exilio compartido con sus compatriotas, donde trabajó infatigable por la causa del ideal que forjó, Euskadi. La vida privada y política de Irujo tiene sello de calidad. Su compasión, puesta en práctica, lo hace honorable. Y a él la guerra le despojó de su posición y bienes, sus hermanos padecieron cárcel y pena de muerte. Todos, exilio y penurias.

No se cambia el curso de la historia a base de cambiar retratos, dijo Nehru, pero quizá en la polémica de cuanto el régimen franquista y sus dirigentes significaron, encontremos la verdad de cuanto debemos rechazar para enrumbar al futuro con la esperanza de hacerlo mejor.

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