“Pondrá el mayor cuydado en introduir la lengua castellana”

Tal día como hoy del año 1712, hace 305 años, Felipe V de Castilla –el primer Borbón español– dictaba instrucciones, dirigidas a los corregidores de las zonas ocupadas de Catalunya, que ordenaban literalmente: «Pondrá el mayor cuydado en introducir la lengua castellana, a cuyo fin dará las provindencias más templadas y disimuladas, para que se consiga el efecto, sin que se note el cuydado”. En 1714, cuando la guerra de Sucesión se había convertido en una revolución independentista, insistía en la aplicación de las instrucciones. Y en 1717, completada la conquista militar, se publicaba el decreto de Nueva Planta que prohibía abierta y declaradamente el uso social del catalán.

Estos hechos por sí solos desenmascaran aquellos que defienden que el castellano era, en 1714, una lengua habitual entre la población catalana. Las fuentes documentales revelan la existencia de situaciones rocambolescas, como la celebración de juicios cómicos con final trágico porque nadie de la sala del tribunal, ni el juez, sabía hablar en castellano. En 1712 la sociedad catalana –como cualquier otra sociedad europea– era mayoritariamente iletrada, y los únicos con capacidad de cultivar el castellano eran una minoría muy minoritaria de intelectuales que publicaban en la lengua de Cervantes o de Montaigne por una simple cuestión de difusión de su obra.

 

Macanaz y Patiño

El castellano era una lengua extraña. El llibro de costumbres conserva un chiste muy ilustrativo. Dice que en un pueblo de Vall del Corb el cura de la parroquia envió a tres hombres al obispo de Tarragona para cobrar un dinero. A cada uno les hizo memorizar una expresión en castellano. Por el camino encontraron a un hombre muerto y mientras lo observaban aparecieron los soldados. El oficial preguntó: «¿Quién ha matado a este hombre?». El primero respondió: «Nosotros, los de…». El oficial preguntó de nuevo: «¿Por qué razón?», y el segundo respondió: «por dinero». El oficial, irritado, exclamó: «‘¡Pues a la cárcel!» y el tercero respondió: «Dios guarde al rey Pilipe el cinco».

En aquel contexto, Barcelona se presentaba como un caso especial. La capital del Principat era, antes del inicio de la guerra, una ciudad que acogía varias comunidades culturales. La pujanza económica que vivía había atraído a importadores de alcoholes ingleses y holandeses. También había pequeñas colonias de restauradores milaneses, de calafates napolitanos, de forjadores aragoneses, de criados occitanos y de soldados castellanos. Villarroel –héroe de 1714– era castellanohablante, aunque su discurso estaba repleto de catalanadas. Pero el catalán era la única lengua conocida por la totalidad de la población y era la lengua del pueblo y la lengua común en ese pequeño mosaico cultural.

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